Hay golpes en la vida tan fuertes, escribía César Vallejo en los Heraldos negros, como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. Momentos en que el suelo se hunde y las preguntas por el sentido de la existencia se imponen sobre el ruido de los días. En esos desiertos de la vida buscamos fuentes de sentido y con unas palabras u otras, con más o menos destreza filosófica, cavamos en esas arenas hasta que la pala se dobla. Cuando la realidad se vuelve incierta y miserable, y la propia vida parece ser un puro azar, nace el deseo de sentirse necesario, sentirse posible.
“No es lo místico como sea el mundo, sino que sea
el mundo” afirma Wittgenstein en el Tractatus (6.44). No está solo en pensar
que la primera pregunta de la filosofía es por qué hay algo en vez de nada,
pero cabría pensarla en primera persona: “¿por qué estoy yo aquí en el mundo
más bien que otra persona?” El hecho contingente de haber nacido en estas
condiciones sociales y familiares, con el cuerpo y la herencia genética que le
ha sido dado es quizás una mínima perturbación en el universo, un
encadenamiento de pequeñas casualidades que explica en un sentido físico la
propia existencia sin hacerlo metafísicamente. ¿Cómo estar agradecido a la vida
si uno es solamente una acumulación de azares, la última de las posibilidades
del discurrir del mundo? ¿Cabe pensarse a sí mismo en términos de fortuna, o de
mala suerte, de pura contingencia? Esta
pregunta está en el trasfondo del absurdo de Camus y de la facticidad de
Sartre. Terminar la vida sin haber sido capaz de responderla, ser indiferente a
ella o tener que acogerse a respuestas sobrenaturales es probablemente un signo
de alienación o del nebuloso adjetivo de inautenticidad.
Sartre considera que la condición humana se mueve en la zona
gris entre dos formas de ser. El ser humano nace en la pura contingencia y a lo
largo de su biografía de mueve en un encadenamiento de situaciones, todas ellas
contingentes, que conforman su ser histórico, su ser de hecho. Sartre llama a
esta forma de ser “ser en sí”, una forma de facticidad de la que desea escapar
aspirando a ser de otra forma, que denomina" ser para sí", un modo de
ser en el que se apropia de la existencia a través de un ejercicio constante e
inevitable de la libertad a través de elecciones y acciones que configuran un
proyecto( o muchos proyectos).
Este marco que ofrece Sartre ilumina desde mi punto de vista
algo que filosóficamente, metafísicamente, llamaríamos una existencia en
la" modalidad". “Modalidad”, en lógica y metafísica, se refiere a las
formas en que se articula la existencia de los objetos que pueblan y amueblan
la realidad: objetos y eventos abstractos o concretos, inmateriales o
materiales. Estas modalidades son la necesidad, la posibilidad y la
contingencia. Esta triple modalidad hay que enmarcarla en espacios diferentes y
anidados que componen la estructura de lo real: espacios lógicos o semánticos,
que dependen de las estructuras de nuestros conceptos, espacios físicos, que
dependen de la estructura del universo, espacios prácticos, sociales y
culturales, que dependen de nuestra existencia social, moral y política.
Vivir en un entorno de modalidades en sus diferentes
espacios es lo que podemos considerar como vivir en condiciones. De
todas ellas, volviendo a las ideas de Sartre, hay que reflexionar sobre que
implica vivir en esa zona de inestabilidad que es la tensión entre ser de hecho
y ser de valor, ⎼otro
modo de especificar las condiciones de ser en sí y ser para sí. Es una
existencia no solo histórica, sino historificada, vivida bajo la conciencia de
temporalidad y finitud, en un presente denso, conformado por situaciones que
nos remiten a sus raíces en el pasado, pero que son situaciones que se abren y
ramifican en posibilidades. Muchas de estas posibilidades dependen del mundo y
de los otros, de la sociedad, la cultura y sus estructuras, pero otras, las que
importan a la identidad, dependen de la acción y las intenciones propias.
Existir,-Sostiene Sartre en un escrito posterior a El ser y la nada, Verdad
y existencia, es desvelar estas posibilidades mediante el conocimiento y la
acción. Sartre considera este desvelar posibilidades como veri-ficar, o
hacer verdadero, convertir en hechos lo que antes eran hipótesis en el plano
del conocimiento, o en realidades nuevas lo que antes eran proyectos en el
plano de la acción. Existir en condiciones sería entonces hacer posible o, con más
propiedad, hacer posible la posibilidad. La condición humana no alienada es la
posibilidad de la posibilidad.
Toda esta jerga filosófica puede resultar muy distante de la
vida cotidiana y de sus desvelos diarios y podría además acusarse de haberse
situado en un esquema individualista, como si “ser humano” se refiriese a cada
persona tomada en aislado una a una, independientemente de sus lazos con otras,
lazos emocionales positivos y negativos, y de sus vínculos de dependencia o de
poder. No es así. “Hacer posible la posibilidad” es algo más que un juego de
palabras, describe lo que es la actitud participante no la actitud distante,
intelectual, en la que se mueve la vida cotidiana. Cada situación implica a la
persona en un espacio de decisiones que le vienen dadas por las expectativas de
otras personas y por las restricciones materiales de la acción. El pasado
entero y el presente se funden en la situación, y en ese presente, la decisión
y la acción, de palabra u obra u omisión cambian la situación y hacen real
alguna de las posibilidades objetivas que ya estaban dadas pero que exigían una
transformación pequeña o grande para hacerse visibles.
La actitud participante es anterior y primigenia a la
reflexión intelectual, nace en la misma raíz del desarrollo mental, cuando el
niño adquiere la experiencia de la segunda persona, de estar en una
interminable montaña rusa emocional de apego y ansiedad por el otro. Desde los
nueve meses a los pocos años se desarrolla la capacidad de ponerse en el lugar
del otro y el monólogo interior va creciendo en la continua
interacción con los seres que le rodean. En esa edad crítica se generan las
condiciones de posibilidad de trascender la condición de hecho y el deseo de
ser reconocido y de reconocer, el deseo de ser deseado y entendido (disculpas
por el masculino gramatical, que trata de ser genérico). La tensión entre no querer
ser lo que se es y no ser lo que se quiere ser es consecuencia de vivir una
identidad narrativa donde el narrador y el narratario se hacen plurales y
entrelazados creando una arborescencia de yoes, el imaginado, el especular, el
proyectado y el reconstruido en una memoria falible y poco fiable.
En esta condición agonística, la posibilidad de una vida
digna, de una vida propia o apropiada, se sitúa en la capacidad para reconocer las dependencias mutuas, en entender lo que importa y el cuidado necesario de los
vínculos que hacen la existencia algo no objetivizable, reificable, alienable. Solo
entonces la persona adquiere la convicción de que es imprescindible, que su relación
con los otros no puede ser sustituida porque los lazos son de dependencia y
cuidado insustituibles. Solo entonces se trasciende la contingencia y la persona
adquiere la convicción de que ha sido necesaria en el mundo. Que lo ha sido
para hacer posible la posibilidad de la continuación de la vida en una
interminable negación de la facticidad y desvelamiento de un mundo común aún posible.
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