domingo, 5 de octubre de 2008

Donde los ángeles no se atreven a mirar

Imagina que eres aficionado a la espeleología y bajas con una compañera a una sima: todo va bien durante los primeros trescientos metros de descenso. Se van estrechando las galerías, pero se pueden sortear los obstáculos con juegos de cintura. Tu compañera te habla, está aún eufórica. La galería se estrecha y el techo baja: hay que arrastrarse. Ahora ya no puedes llevar la mochila a la espalda, la atas a la pierna, oyes la respiración angustiada de tu compañera ya en silencio. Hay un difícil giro a la izquierda y una bajada casi en vertical. Tu compañera jadea, logras bajar casi de cabeza apoyándote en las manos, no puedes seguir ni dar la vuelta hacia atrás, la linterna en tu cabeza comienza a titilar y se apaga... Ya no puedo seguir contando la historia, estoy completamente agobiado. Es un ejemplo que pone K. Walton en uno de sus trabajos sobre la imaginación. ¿Por qué la imaginación puede llegar a producir estos efectos corpóreos? Si fuera una mera capacidad intelectual de juego con imágenes, palabras o conceptos no ocurriría lo que me acaba de ocurrir, que ya no puedo seguir imaginando: mi pulso se ha acelerado, respiro mal, dejo de pensar,... Los psicólogos apenas han trabajado sobre el problema, los filósofos tampoco. La imaginación es la menos explorada y sin embargo la más humana de nuestras capacidades. El bosque de problemas que plantea es selvático. En la imaginación reside el secreto de una especie como la nuestra que se mueve a medias entre el espacio de lo necesario y el de lo posible. Las posibilidades son primero posibilidades imaginadas. Pero lo más complicado de pensar son las fronteras de lo imaginable, esos lugares donde los ángeles no se atreven a mirar. ¿Por qué son tan importantes esos límites? Una pregunta central que nos habla de esos bordes de la subjetividad donde se alzan los muros de acero de nuestra personalidad. Explorar los propios límites es mirar a esos lugares, explorar los límites de una cultura es acercarse temeroso a los límites de su imaginación.
En algún lugar de África como éste, imaginaba Conrad el corazón de las tinieblas,



4 comentarios:

  1. Una pregunta parecida es por qué dan miedo las pelis de miedo (cuando sabemos que lo que pasa en ellas es ficticio).
    Tal vez un estudio serio de la imaginación mostraría por qué somos tan supersticiosos. Creo que muchos de los tabúes y muchos de nuestros fanatismos son una forma de poner un rompeolas a lo que tememos que nos traería una imaginación descontrolada. Lo que ocurre es que, como se ve, a veces es peor el remedio.

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  2. Me alegra saber que a ambos os interesan estas cosas. Llevo los dos últimos meses sólo leyendo cosas sobre imaginación, desde Bertrand Williams hasta Currie (Recreative Minds). Lo desesperante de esto es que no se sabe bien de lo que se habla, ni psicólogos ni filósofos. Hoy mismo leí un artículo antiguo, pero interesante sobre experimentos sobre imaginación en psicología de C.W.Perky.
    Sobre el problema de las pelis de miedo y la paradoja de la ficción hay bastante escrito (aunque que sea concluyente es otra cosa); ahora, el ejemplo de Walton/Fernando es particularmente interesante creo, porque siempre tendemos a asociar la imaginación con la ficción, cuando en realidad es una facultad (¿?) que está presente en nuestra comprensión (y participación) de situaciones y obras "no-ficticias", desde documentales hasta relatos posiblemente verídicos como el del espeleólogo...

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  3. La imaginación no tiene limites, solo cuando se razona se pierde el sendero de la libertad y se limita la mente.

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  4. Hay quien dice que en la literatura tan importante es aquello que se dice como aquello que no se dice. Yo creo que en la literatura del siglo XXI todo lo que se diga se construirá respecto a algo que no se cuenta. Este espacio vacío será engendrado de una forma diferenciada por la imaginación de cada lector.

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