La diferencia entre autoestima y amor propio es que este último es independiente de la valoración que suscite en uno la propia imagen: el amor, a diferencia del deseo, no se sustenta en la imagen sino en el ser mismo. El amor no es incompatible con la lucidez sobre los defectos y virtudes del otro. Es amor a pesar de la lucidez, incluso se realimenta con la lucidez: se ama al otro y se le comprende. Se le ama porque se le comprende, y quizá se le comprende porque se le ama.
Pero cuando la mirada vuelve sobre uno todo parece distorsionarse: la imagen de uno mismo toma el mando sobre lo que uno es y lo que importa es adecuarse a esa imagen (en el caso del presumido), o transformarla (en el caso del que se autodesprecia).
El mecanismo de la mala fe actúa sobre el modo temporal de nuestra existencia:
El "soy lo que he sido" de quien es incapaz de asumir el futuro y la posibilidad de cambiar, simétrico, dice Sartre, con el que se dice "no soy lo que he sido" porque es incapaz de asumir su pasado y solamente se enfrenta a él como quien mira una imagen extraña.
Sinceridad y autoengaño, mala fe, caminan juntos como formas de extrañamiento de sí mismo:
"La sinceridad total y constante como constante esfuerzo por adherirse a sí mismo es, por naturaleza, un constante esfuerzo por desolidarizarse de sí mismo", sostiene Sartre en el capítulo sobre la mala fe de El ser y la nada.
La autoestima es parte de un mecanismo de desacoplamiento de sí, y por eso, incluida mi confesión de baja autoestima, es un mecanismo de extrañamiento, que puede ser mala fe cuando uno adecua su vida a ese juicio, como el camarero que en vez de ejercer de camarero ejerce el papel de lo que considera un camarero.
La falta de amor propio se nota en ese continuo juego de la autoimagen para negarse, para intentar no ser lo que uno es: la espontaneidad es derrotada por el esfuerzo de querer ser lo que uno imagina que debería ser o negar lo que uno es adaptándose a la imagen de sí mismo en negativo. La espontaneidad, por otro lado, no es la del bruto que expresa siempre su primera opción sin deliberar, sino la conducta de quien se acepta a sí mismo y se expresa porque se acepta, no porque quiere ser aceptado por otros.
Esto es más o menos, dicho sin cuidado, el mecanismo de la mala fe.
Hace poco estuve en un congreso en el que había un ejemplo divertido similar al del camarero: un joven brillante que estaba en una universidad admirada internacionalmente, que provenía de un país menos visible, y que había logrado hacer de sí mismo la imagen de quien se supone que es un estudiante ejemplar de esa universidad: el acento, el tono, la gestualidad, la máscara de la sonrisa, el cómo pensar y cómo responder,... todo hacía de él un ejemplar genuino de tal cuadra. Sólo que era muy evidente para todos que era el resultado de un esfuerzo inaudito para permanecer en esa imagen. Estaba orgulloso de su actuación. Y de verdad era muy buena. Sólo que denotaba más autoestima que amor propio. Denotaba que estaba en dos yoes: el que no quería ser, "no soy lo que he sido" y el que quería mostrar que era.
Qué hay de fe en la mala fe y qué hay de malo en la mala fe: es difícil responder rápidamente a estas dos preguntas, pero diría que la fe sustituye la expresión de sí por la imaginación de sí, y lo malo, el fracaso, es que es un fracaso de la vida misma. No aceptarse y querer lo que uno es es lo mismo que rechazar la entraña misma de la vida, que, sabemos desde Spinoza, no es otra cosa que un impulso por perseverar en ser.
Sé que muchos dirán que estoy usando la jerga de la autenticidad, el "yo que realmente soy": no, pero explicarlo me llevaría mucho espacio y tiempo.
Por cierto, te recomiendo las reflexiones acerca de La Identidad que hace Sastre en la introducción del libro de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra. Son muy similares a las que hago yo mismo con los españoles, que no invento nada nuevo. Y luego puedes decir que te resbala y que es un fascista.
ResponderEliminar“, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes”
Ni que estuviese hablando de Carod o de De Juana. Exactamente lo mismo se está haciendo con los apañoles en el País Vasco y en Cataluña, con la única diferencia de que a ellos parece que les gusta. Pero nadie ha dicho que el masoquismo y la asimilación fuesen valores morales.
No se que será el ser, tengo mis hondas dudas. Mas alla de eso quiero compartiros un poema:
ResponderEliminarLadrones de la atmósfera literaria.
No tomamos precauciones
los ladrones literarios.
Trabajamos sin guantes
para que se nos borren las líneas de la mano.
No caminamos con sigilo, es más,
pintamos nuestros nombres después del saqueo.
Queremos que reconozcan
que fuimos los que más atesoramos.
Como llega el cántaro a la fuente,
Nosotros, recogemos
las palabras de las bocas,
que son los ojos de agua
de los que bebemos,
aunque nos tildemos de escrupulosos.
En lugar de colgarnos una corbata,
vestimos enfrascados en aparejos
para atrapar a las mariposas octogenarias
que no se despojaron de la belleza.
Cada cual porta el suyo, pero
compartimos el espacio,
como los pescadores de caña,
la ribera.