Thomas Mann me lleva de vuelta a algunas reflexiones de las que me ocupé hace un par de semanas: tiempos y espacios suspendidos en los que la vida discurre de otra forma, donde la cercanía a las cosas es una forma de distancia. La fiesta, el carnaval, es una de estas zonas. La enfermedad, en el caso de La montaña mágica, otra de ellas. De modo similar a lo que ocurre con la fiesta, la dinámica emocional de la enfermedad se desata del curso de la vida "normal" y se convierte en una historia entre paréntesis en la que se producen formas muy especiales de aprendizaje y autoconocimiento. Seguía los avatares del joven ingeniero aislado en un mundo pequeño y autosuficiente, lejano en las cumbres de una guerra que se preparaba en los valles, y me preguntaba por esas formas de sabiduría que sólo se encuentran en los periodos cerrados de la enfermedad.
La enfermedad es una suerte de estigma que de pronto nos aísla y nos sitúa entre paréntesis. En ese tiempo de exclusión los sentimientos se agudizan y la lucidez se va abriendo en una selva de autoengaños. Uno se sabe fuera del mundo y nota con alivio que se desvanecen los deseos y las responsabilidades. Sólo queda el cuerpo y el alma en un tiempo y lugar distante, un espacio de sensaciones de intenso presente sin embargo inundado por la memoria. Lo que en la fiesta es la embriaguez de sensaciones, en la enfermedad es el sufrimiento: la materia con la que se reconfigura la comprensión de las cosas y de uno mismo.
Los otros aparecen como fantasmas, a veces presentes a veces ausentes: llegan bajo una forma y apariencia a las que no le concedemos la realidad que piden y se los mira, como Hamlet a su padre, bajo la forma de voces y sombras.
Los planes, los resentimientos, las esperanzas, los amores: todo se evapora y hace palabra. Queda tan sólo el caleidoscopio de sensaciones, los altibajos del temor y del descanso, la atención concentrada en uno mismo.
La fiesta, la enfermedad; el salón, el sanatorio: tiempos y lugares entre paréntesis en donde nace esa forma de saber que es la trascendencia de lo que hay. No son los únicos: dejaremos para otros días los tiempos del amor y del duelo.
¿Por qué no diferenciar entre trascendencia e ilusión de trascendencia, entre enfermedad e ilusión de enfermedad, entre salud e ilusión de la salud?. ¿Es el trabajo de los filósofos progreso o ilusión de progreso, es un logro humano o un constructo?. ¿Cuando enfermamos perdemos la fuerza de elaborar constructos o elaboramos otros más débiles?. ¿Estamos enfermos de muerte nada más nacer y elaboramos nuestra propia medicina día a día contra esta enfermedad?. Muchas preguntas, muchos balbuceos ante la infinitud, ante lo inmenso... No es extraño que ante esto nos agarremos con fuerza al de al lado como referencia, como existente, porque lo otro nunca lo sabremos. Bendita subjetividad
ResponderEliminarComparto el gran libro de la Montaña Mágica, que para mi tiene dos grandes temas, la enfermedad y el tiempo. Creo en particular que es uno de los pocos libros que magistralmente domina el tiempo y el "no tiempo", esa otra dimensión de la que hablas, donde todo parece ocurrir de manera anormal. Primero fueron unas semanas, luego meses, al final años los que pasó Hans Carstop. Es solo ese no tiempo, el que le permite la "comprensión" profunda de la enfermedad, y de la vida misma. Yo vuelvo a ese libro muchas veces, pues es la única forma de encontrarme con ese "no tiempo" en una sociedad en la que el tiempo, el reloj, las prisas, no nos permite esos privilegios de la consciencia.
ResponderEliminarNo he leído "La Montaña Mágica". Sin embargo, dado que habla del tiempo y de la conciencia y, por el resumen del libro que he leído en la wikipedia he podido hacerme una idea de su contenido, quisiera plantearles una consulta sobre un tema que tiene que ver con mi propia existencia. Muchos de ustedes tienen familia, trabajo estable, etc y, por ello, están acostumbrados a tratar con la misma gente todos los días. Su conducta es regular hacia ell@s y hacia su trabajo, como si ante el estímulo de que estén la respuesta sea el caracter de uno. ¿Es posible que esto le haga a uno perseverar en su ser?.
ResponderEliminarOtra cosa: ¿se han preguntado alguna vez cómo es que hay tipologías humanas tan diferentes?. Este verano, fijándome en los caracteres físicos de cada uno en un lugar público y en retazos de sus conversaciones, observé que bien podrían, por grupos, haber nacido en planetas distintos (tan diferentes eran). Lo saco a colación de los personajes que viven en el libro de Mann.
Podríamos pensar que nos mezcláramos indiferentemente entre nosotros sin importar esas características particulares y, sin embargo, observamos en cambio que se forman determinados circuitos -yo los llamo así- de amistades, conocidos, familia...
El hecho humano es interesante y perturbador. De alguna manera los seres humanos no somos lo que se ve a simple vista, y muchas veces, la mayoría, tampoco somos lo que mostramos cuando hablamos y tampoco somos lo que los demás ven de nosotr@s.
Yo creo que para entender realmente al ser humano tendríamos que distanciarnos más y más, hasta llegar a la perspectiva adecuada. Quizás fuera entonces posible de esta manera alcanzar en un mínimo grado la capacidad de gozar del placer objetivo de observar la trascendencia. Es una opinión tonta mía, pero también es un intento de contemplar cómo se configura la historia, cómo la sociedad, cómo el progreso humano, etc, etc.
Si dios quisiera darnos la sabiduría de que la especie humana durara millones de milenios más podríamos contemplar mucho más del hecho humano, conocer mucho más de lo que conocemos, sobre el hombre, sobre el ser, sobre la inteligencia, sobre el espíritu, sobre la materia, sobre la matemática, sobre la física, sobre la vida en suma. Si dios quisiera darnos esa capacidad alcanzaríamos a conocer ese 99,99% del mundo que aún nos queda por reconocer y apreciar.
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