martes, 20 de abril de 2010

Diario de un obsolescente










Llega la primavera, correteo por la Casa de Campo, llena de cuerpos y arbustos en flor, piso todos los charcos, me lleno de oxígeno y me detengo asfixiado ante un espino albar a recuperar el pulso de la vida. La vida está hecha de ciclos, pero no todos los ciclos son iguales: hay ciclos en los que vuelven las hormonas y la esperanza y ciclos en los que vuelven las alergias y los agobios. El cuerpo se vuelca en la naturaleza o la naturaleza se vuelca en el cuerpo.
No me quejo de la edad ni de las goteras, como Marx (Groucho), me digo que "mi juventud, ..., puedes quedártela", estaba hecha de ciclos de acné, exámenes (de conciencia y de los otros) y desplantes. No me quejo de los ciclos. No me quejo de la primavera (aunque mis estaciones siempre fueron y serán los otoños encendidos). No me quejo. Constato: la obsolescencia es la naturaleza de lo humano. Pensamos, y criticamos, la obsolescencia de los cacharros, como si fuese el gran descubrimiento del pensamiento crítico, y no reparamos en que llevamos la obsolescencia a los artefactos para intentar conjurarla de nuestro cuerpo.
"Diario de un adolescente" era un título y un tema repetido en las lecturas puberescentes de los colegios de mi generación. Descubríamos las hormonas y las letras a la par. Algún día me gustaría escribir el diario de un obsolescente, sería algo así como lo que escribiría el Temeraire de Turner, camino del desguace, llevado por una minúscula y poderosa máquina de vapor, sintiendo las últimas brisas y tardíos soles, molesto por el humo del pequeño cacharro que le arrastra, sintiendo el último minuto de la majestad de su fábrica.

2 comentarios:

  1. Personalmente, me da la impresión de que un libro como ése no lo escribiría usted.

    Seguramente, escribiría cientos de otros libros sobre alegría, belleza, identidad, cibernética, lógica, razón, literatura e historia... o quizás si lo escribiría, pero con la seguridad de que al llegar al destino le reciclarían la chapa, le apretarían los tornillos, arreglarían sus válvulas y volvería a recorrer alegremente de nuevo los caminos de lo misterioso.

    Eso es lo que me gustaría decirle también al sr. Navarro Cordón, profesor mío de hace ya bastantes años y que me enseño a amar la filosofía. No hay jubilación cuando haces lo que te gusta... ¿o no?

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  2. Fernando, yo también te sigo a ti desde mi exilio. Y creo, como Alberto, que hay libros que no merece la pena escribir.

    Un abrazo

    Manolo

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