miércoles, 6 de abril de 2011

Apocalipsis moderno



Hay grafitos y carteles que valen por un tratado de filosofía. Este cartel que convoca a una manifestación mañana en Antón Martín, lugar cargado de significados en Madrid, por su centralidad en los momentos de la transición, pues era donde estaba el despacho de abogados laboralistas que ametrallaron las brigadas negras en un enero terrible de los tiempos más vulnerables de nuestra historia, un cruce donde ahora se erige una enorme escultura abrazo de Genovés, que representó en su tiempo el abrazo de los familiares y amigos a los que salían un día amnistiados de la cárcel, una puerta al barrio más pluricultural de Madrid, una ciudad todavía, todavía, abierta, este cartel digo, cuenta una historia que vale por la Historia de una generación. No sé si atreverme a ir a la manifestación: ni soy joven, ni estoy falto de casa, ni de curro, ni de pensión, ni de futuro pero estoy sintiendo el peso de la culpa de haber criado a una generación a la que prometimos todo y ahora la entregamos a la desesperanza para calmar a los mercados. Como en la Edad Media, en Castilla, los pueblos aterrorizados entregaban a sus doncellas para calmar a las hordas amenazantes del sur. La letanía del cartel nos debería hacer pensar: empieza sin futuro y termina sin miedo. Es un grito que ahora no se oye todavía en el parlamento, a pocas cuadras de Antón Martín, pero puede que no tarde en taladrar los oídos de los leones de bronce.
Esa es la forma en la que vivimos el apocalipsis ahora. En la Edad Media esperaban el fin del mundo. Ahora lo llamamos "crisis". Frank Kermode, en un maravilloso libro que apenas se lee ya: El sentido del fin, cuenta cómo la modernidad vive el apocalipsis permanente bajo la categoría de crisis. La crisis en un imaginario bajo el que ordenamos el tiempo: un tiempo pasado, presente y futuro que se articula desde un pasado equivocado hacia un futuro que se ignora y teme. La crisis es el imaginario que permite todos los desmanes. Del mismo modo que en los tiempos del milenarismo la cercanía del fin del mundo permitió todo tipo de decisiones bajo la categoría de la desesperanza, el miedo a los mercados está sirviendo para destruir el poco tejido social que nos sostenía.
Sólo nos sostiene ya una frase que pronuncia una generación que no nos merecemos: "sin miedo"

5 comentarios:

  1. Fernando, me pasa un poco como a tí. Soy jubilado, tengo casa, tuve curro, ahora tengo pensión, y sin embargo, el cuerpo me pide ir a la manifestación de Antón Martín.
    Mi generación ha contribuído positivamente (muchas veces de forma inconsciente) a generar en las siguientes generaciones, unas expectativas exclusivamente materiales. "Es preciso tener una casa (incluso dos) en propiedad, ganar mucho dinero, tener al menos un coche, etc. etc.". Cierto es que veníamos de muchas carencias, pero eso no es disculpa. Es simplemente perder la escala de valores éticos y sustituirla por la que nos han hecho creer los generadores de esos mercados consumistas de los que somos unos simples esclavillos.
    En estas circunstancias, en mi opinión, el miedo a perder lo que tengo o a no conseguir lo que deseo, juega un papel fundamental para que acepte ese maldito papel de esclavo consumista.
    Un saludo.

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  2. SIN MIEDO. ¿Has visto? Como en tu post anterior: sin casa, sin curro, sin pensión... "Y de repente, la primavera".

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Fernando, ¿te atreves a sintetizarte en 140 caracteres? Hazte un twitter.

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  5. La mejor manera de no contaminarse con plutonio es no usarlo en nuestros procesos productivos; así no generamos residuos ni se extrae ni se le bombardea. Así, cuando nos contaminamos con el plutonio es posible que aquellos que se enriquecieron con él tengan los suficientes recursos para erigirse en los nuevos adalides antinucleares. Los que nunca nos hemos enriquecido con el mal de otros no tenemos recursos para ser adalides antinucleares pero tenemos el privilegio de no haber contribuido a la contaminación de otros. Así es este sistema de locos: los que más daño nos hacen son los que nos gobiernan, los que nos llevaron a la ruina pretenden ser los salvadores. Un poco más de coherencia y un poco menos de hipocresía, justicia en suma, es lo que la gente que tenemos una experiencia de paz necesitamos. Estos chavales deberían de inquirir a sus padres antes de buscar enemigos en las calles

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