jueves, 16 de junio de 2011

Un corazón gramsciano

He ido observando desde hace años, con la distancia que se le supone a un filósofo, cómo ha ido transformándose en España la mayoría que pudiéramos llamar de izquierdas (los nombres y el trabajo cansan) en una mayoría de derechas (o conservadora, o como sea). Es un proceso tan fascinante como simétrico. Las varias fracciones políticas conservadoras de la transición, formadas básicamente por funcionarios del régimen franquista, divididos en varias familias ideológicas, sin mucho contacto con la sociedad, han logrado en unas décadas formar un partido de varios cientos de miles de militantes, entusiastas y organizados. Se entrelaza la parte política con un sinfín de redes sociales y de organizaciones, muchas o la mayoría de origen religioso, que se asientan en la sociedad civil y crean una trama de relaciones y comunidades que permite pensar en un bloque hegemónico, tal como lo pensó con cuidado Gramsci. No es casual porque en buena medida ha sido construido con criterios gramscianos. Está por estudiar el origen ideológico de las nuevas formas conservadoras, pero en el caso español tiene mucho que ver con la aplicación al bloque conservador de sistemas y formas que habían sido creadas por la izquierda social. En los años setenta, ciertos movimientos religiosos de la izquierda quedaron fascinados por cómo en Italia se estaba reconformando una división social entre dos culturas: Comunione e Liberazione, un grupo cercano a los movimientos de Autonomía Operaia, comenzó a teorizar la simetría cultural de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista. Ambos, sostenía, eran ya movimientos interclasistas y de similares formas y características, a los que únicamente separaba una cierta atmósfera cultural: un vago clericalismo, en un caso, un vago anticlericalismo en el otro. Sostuvo CL que era más fácil transformar la Democracia Cristiana que el Partido Comunista, que podía introducir allí una profunda renovación cultural, estética, moral y política. Varios otros movimientos vieron algo parecido en otros lugares. Estos movimientos cambiaron radicalmente la Iglesia Católica en los años noventa. Acabaron con la vieja estructura episcopal y teológica y la transformaron en la máquina social que hoy es. En la derecha económica y política ocurrió algo parecido: militantes de izquierda, muchos ex-maoistas o ex-comunistas, llegaron a similares conclusiones y políticas: transformar la cultura conservadora con metodología de izquierdas. Leyeron a Hayek y a Popper con una sabiduría gramsciana y elaboraron un programa de hegemonía cultural y simbólica cuidadoso, efectivo, bien armado. No se preocuparon por las elecciones y sí por los colegios, por la prensa, radio y televisión, por las organizaciones y agrupaciones, por los másteres y las redes sociales que formaban. Lo demás vendría después.
La izquierda, también con mucho cuidado, se encargó de desmontar todos los movimientos sociales que la habían llevado al poder: corrompió a los militantes obreros convirtiéndolos en liberados sindicales, a los militantes de barrio en concejales; abandonó todas las asociaciones, organizaciones de barrio, ongs, (casi todas pasaron a formar parte de la sociedad civil ligada a lo religioso); construyó los partidos como sindicatos de cargos políticos; transformó las casas del pueblo en un pueblo de casas (hipotecadas) con la creencia de que eso era la modernidad; dejó la cultura y los símbolos en manos de periodistas, cantantes, poetas de la experiencia y novelistas costumbristas que degradaron el trabajo cultural a suplementos semanales; llenó de dinero los servicios públicos, pero abandonó todos los movimientos renovadores que habían entendido los servicios públicos como lugares de transformación social. En treinta años logró convertir el pensamiento emancipador en un garabato ideológico de eslóganes vacíos.
Ayer Cayo Lara, el coordinador de Izquierda Unida, no entendía que le despreciase un grupo que había acudido a defender a las víctimas de un desahucio. No podía entenderlo. Lo comprendo. Para hacerlo necesitaría repensar de nuevo toda una trayectoria histórica.
Hoy muchos están aterrorizados por los próximos y predecibles resultados electorales. Pobres optimistas. Si pudiera recomendarles algo les diría: "toma tus trajes de rebajas de El Corte Inglés, toma tus cargos y privilegios y, con mucho cuidado, llévalos al punto de reciclaje;  vuelve al curro, si aún lo recuerdas o lo tienes, vuelve a las colas de la Seguridad Social, vuelve al bar del barrio. Verás que hay esperanza donde crees que no había nada. Vuelve a confiar en la gente y, con el tiempo, verás que confían en tí. Vuelve a leer a Gramsci. Vuelve (no, comienza) a leer a Simone Weil. Es bueno para la tensión. Todo lo demás vendrá por añadidura.

6 comentarios:

  1. La simetría que describe en ese proceso de transformación sociológica de izquierdas y derechas es la España de estas últimas décadas es muy interesante y probablemente una buena explicación, pero se olvida de un detalle. Esa simetría ha sido posible por la pervivencia de las estructuras franquistas de poder: la izquierda se ha acomodado a la perfección en todos y cada uno de los nichos de poder que vienen de la época franquista (sindicatos verticales retransformados en bicefalia liberada, las dinastías familiares convertidas en oligarquías gremiales floreciendo al amparo de los prvilegios del gobierno de turno, las mismas redes clientelares con nueva chaqueta ideológica pero ahora multiplicadas a través de los interminables recovecos administrativos del estado autonómico, etc.)

    Por lo demás, ¿no cree que confunde churras y merinas, sociológicamente hablando de ciertos sectores no progresistas? A Hayek y a Popper sólo los ha leido en este país A. Recarte, J. R. Rallo y unos cuantos más anglófilos de LD, y poco o nada tienen que ver con el Alabaré-Alabaré a ritmos pop-rock de las masas socializadas en ese cristianismo posmoderno que venden los asalariados de Rouco para hacerle la competencia al botellón, y que todo lo ignoran de teología, liberalismo y falibilismo.

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  3. Muy posiblemente tiene razón el comentarista, pero no debería suponer que la cuestión tiene que ver con las lecturas, sino con las habilidades que permiten. En cualquier caso no es buena actitud tomar por tonto al adversario: si es tan tonto,..., en fin,

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  4. Sí justo, con las habilidades. La Iglesia ha utilizado estatategias de la cultura de masas y le ha enseñado a mucha gente habilidades de la cultura de masas y del trabajo contrarrevolucionario, es una estrategia que nada tiene de tonta, por supuesto, a la vista está. Otra cosa es que eso tenga algo que ver con leer o utilizar a Hayek.
    Y sí, me parece muy justo recordar que toda la fe /en el trabajo) contracultural viene de la obra de Gramsci, algo que suele olvidarse (pero recuerde también que los "intelectuales orgánicos" están muy bien situados en un corazón gramsciniano).

    Salud.

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  5. Pues yo, lo que pienso, es que se ha impuesto la fuerza. Es algo sencillo de ver y de explicar: el poderoso no usa la sensibilidad, sino que usa la fuerza. ¿Qué necesidad tiene de ser sensible?. O sea, no necesitas leer a Simone Weil, no necesitas leer a Gramsci, a Popper o a Arendt. No, estás perdiendo el tiempo leyendo. Además eso supone un obstáculo para sus imposiciones. No le interesa a los que se hallan en el poder inmerecidamente fomentar la lectura y la inteligencia; en su lugar, engrasan la máquina de mover dinero y la de suprimir escrúpulos y resistencias. Ellos te dicen: ¿quieres saber el por qué de tu existencia?; tenemos la respuesta a todas tus inquietudes y te la indicaremos el domingo en misa de a doce. Esto es pasar el rodillo: ¿no tienes dinero?. No mereces entonces otras respuestas. Si te damos libertad de pensamiento podrías incluso volverte comunista...

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  6. Si le importa, lo comparto en el facebú.

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