miércoles, 24 de agosto de 2011

Dos clases de culpa

La culpa es una medida objetiva de la responsabilidad de un agente (personal o colectivo) en la producción por acción u omisión de un daño a una víctima. Un daño es un mal innecesario, que podría haberse evitado. En este primer sentido objetivo, la culpa tiene un reflejo en la mente del agente que es la emoción de culpa. Es una emoción suscitada por el reconocimiento personal de la culpa, es decir, del daño infligido por nuestra responsabilidad. En este primer sentido, también, la culpa como emoción es un componente básico de la moralidad puesto que implica personalmente al agente en la responsabilidad del daño objetivo (el otro sentimiento o emoción básico es el resentimiento, la emoción que siente la víctima por un daño inmerecido). Este primer sentido de culpa (y de su correlato emocional) es un elemento sustancial del cemento de la sociedad. Sin la medida de la responsabilidad y de la capacidad para implicar personalmente a las personas la sociedad se vuelve anómica, incapaz de estatuir sus propias sendas y deja de ser una sociedad para convertirse en masa.
Hay un segundo sentido de culpa que ha sido estudiado desde siempre en la tradición psicoanalítica. En este segundo sentido, la culpa es un componente básico de la angustia. La angustia, a su vez, en la tradición psicoanalítica, es el estado básico emocional de la especie humana. La angustia es la reacción a los impulsos básicos humanos de violencia y deseo (thanatos y eros) que en su complejo desenvolvimiento van conformando lo que llamamos sujeto y subjetividad. Los impulsos básicos son a-morales en el mismo sentido que lo son las funciones biológicas. Son impulsos de supervivencia, explicados por Spinoza como características esenciales de los seres vivos. Su desarrollo e interacción se produce en la especie humana en un contexto social que los modula y convierte en las disposiciones de acción básicas que a veces se llaman carácter, pero que en general son las formas en las que el sujeto reacciona ante lo real. La angustia es una reacción elemental. No es simplemente miedo, que es una emoción episódica que depende de la circunstancia o de una representación, sino una forma básica de subjetividad en la que el sujeto siente la amenaza a su propia estabilidad debido a la complejidad de los lazos que le atan a lo real. Los viejos relatos edípicos de los  freudianos son una forma de explicar (u oscurecer) la angustia. La culpa, en este segundo sentido, es una elaboración de la angustia que se produce por el miedo a los oscuros demonios que nos pueblan. Es un sentido de lo que está más allá de donde vemos o nos atrevemos a ver.
La culpa, digamos interior, es cambiante, indeterminada, ilegible, pues borra sus huellas. Pero muy manipulable. En las relaciones afectivas, que como todas las relaciones humanas implican una modelación mutua de las mentes, la creación de culpa es una modalidad habitual de imponer poder sobre el otro. De hecho es la forma básica. Lo es porque la culpa, en este segundo sentido, es una medida de la fragilidad del sujeto. Y por ello una fuente de poder.
No es casual, pues, que muchas formas institucionales como son las religiones hayan hecho uso de esta segunda forma de culpa pues es una de las fuentes más abundantes de heteronomía y autoanulación. A veces se convierte en algunas culturas en una característica de la relación social. Pero también en una debilidad, si no enfermedad, de la agencia. (No puedo sino recordar una frase típica que se repetía en el franquismo, sobre todo en el franquismo interior que poblaba la mente peninsular: "los españoles somos ingobernables y no podemos vivir en libertad". Era una de las modalidades de la culpa inducida. Muy efectiva. Es el miedo a la libertad como esencia de la mente autoritaria (y esclava))

1 comentario:

  1. Pues los políticos españoles católicos deben tener muy buenos confesores, porque el sentimiento de culpa no les llega a afectar al sentido de su responsabilidad. No se producen dimisiones ni por su incapacidad para dirigir ante las dificultades, ni por su enriquecimiento ilícitos por medio de la corrupción. Ni el pueblo parece exigirlas, obediente como está a la moral de rebaño, hasta verse absolutamente engañado por los lobos que los tienen a su cuidado. Tan sólo aflora de vez en cuando el resentimiento y las consignas dirigidas desde medios afines a la Iglesia hacia el presidente del país que, por cierto, es el que menos privatiza,el que menos se aprovecha de lo público para su enriquecimiento, etc. La Iglesia y el resentimiento católico son así necesarios para hacer caer la culpa sobre aquellos que no la tienen dejando impunes a los verdaderos culpables, a los lobos que cuidan del rebaño (estos sí mencionados directamente en las Escrituras). Fomentar la soberbia, la irracionalidad, el castigo inmerecido y la ignorancia es la función de estos lobos: ¿de qué otra podrían seguir influyendo a sus ovejas si es que ellas despertasen, si abandonasen la moral de rebaño?

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