Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
lunes, 14 de noviembre de 2011
La muerte y las matemáticas
Entre otras fuentes, las matemáticas nacieron del miedo a la muerte. La conjura del destino está entre los deseos de los primeros astrólogos de Mesopotamia y Egipto que comenzaron a estudiar y predecir los movimientos regulares de las estrellas y planetas. Predecir las conjunciones y oposiciones, como si en esas complejas configuraciones se escribiese lo que cabe esperar.
Así Melancholia de Lars von Trier: un burgués aficionado a la astronomía intenta resguardarse en los cálculos de probabilidad de un previsible apocalipsis causado por el choque de los planetas Melancholia y Tierra. Una publicista, Justine, que tiene intuiciones certeras sobre lo desconocido, se desfonda de tristeza. Su hermana Claire se descubre en la desesperación. Ese horizonte final le sirve para presentar, al modo de Celebración de Vinterberg (1998), la vaciedad de la vida de un grupo humano de clase alta. Con referencias a Tarkovsky y quizás a Antonioni, Melancholia es un manifiesto nihilista que puede figurar en la antología del existencialismo contemporáneo. El horizonte de la muerte es lo que da sentido (y sinsentido) a todo lo que acontece mientras tanto. La melancolía de Justine, que provoca tanta repulsión entre los alegres acomodados, parece la única actitud sensata ante la amenaza: "Estamos solos", "nadie va a echarnos de menos", "la vida es mala por naturaleza", sostiene Justine en una de las declaraciones más secas de la historia del pensamiento.
La coincidencia con El árbol de la vida de Malick no puede ser casual. Parece como si el fin de los grandes relatos que decretó la posmodernidad hubiese también llegado a su fin y renaciese una necesidad de los discursos cósmicos. La esperanza y la gracia de Malick se transmuta aquí en absurdo y melancolía. No tiene sentido comparar ni ambas actitudes ni ambas películas como si hubiese que decidirse entre ellas. Lo interesante es que ambas acuden al escenario del universo para hablar de las circunstancias inmediatas de la vida: de los entornos próximos del hogar (Malick) y la pareja (von Trier). Ambas sitúan, correctamente, el sentido y el significado en la historia natural.
La evolución en Malick y las matemáticas en von Trier representan la otra faceta del alma, la que busca comprensión racional del universo, y también en los dos casos se subraya el color de la emoción como trasfondo del sentido. Dos caras, dos actitudes. Un mismo porvenir de oscuridad.
Ha hecho falta que acabara la fiesta posmoderna para que recomenzasen las preguntas metafísicas. Como ocurre exactamente en la película Melancholía, solo al final de la fiesta vuelven a sonar los acordes del destino (Wagner llena el espacio) y nacen las preguntas que no pueden dejarse sin responder porque el tiempo apremia.
Son dos películas imprescindibles. Dos momentos de encuentro de poesía, cine y filosofía.
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Vaya... el uno hizo una tesis sobre Heidegger, y el otro siente empatía por aquel hombre de bellas manos, Adolf...
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