Hoy me ha surgido una nueva distinción en mi aproximación tentativa a una historia del miedo (una emoción que conjeturo estructural en la historia de la humanidad). La primera forma me la encuentro en uno de mis últimos libros de cabecera (por muchas razones: me duermo enseguida, me importa mucho, me admira, me cansa, me ilumina, me deprime, me hace seguir leyendo): La broma infinita de David Foster Wallace. No hablaré de este libro complejo e infinito en sí mismo. Quienes busquen una guía de lectura pueden acudir a Wikipedia o, mejor aún, a El lamento de Portnoy en donde encontrarán información para abrir el apetito. Como 1984 de Georges Orwell, LBI, escrita en 1996, anticipa proféticamente muchas características del hoy que sufrimos. Bueno, en esta complicada narrativa-patchwork de narrativas, se relata una escena en la que una fracasada suicida con depresión, Katherine (alter ego de DFW, que también sufría depresiones y en una de ellas -- redactando El rey pálido-- puso fin a su vida), le explica al psiquiatra, que la entrevista después del intento y le inquiere acerca de cuáles son sus sentimientos, que la depresión no es nada recomendable. No traduzco (tengo delante el original) ni cito (me da pereza acudir al Kindle donde tengo la traducción): dice Kate que cuando la gente llama a algo depresión la caga porque piensa que es algo como tristeza, melancolía o algo así como mirar al mundo desde una ventana interior. Un estado de no importarle a uno nada. Una suerte de triste y pacífico estado. Pero, ¡mierda!, la depresión no es un estado, es un sentimiento que está en la cabeza, en la garganta, en el estómago, en todo. Se parece más al horror que a la tristeza. Es algo horrible, lo peor que te puedes imaginar, dice, porque es algo que crees que tendrías que tener el derecho a detener y no sabes cómo. Es algo de lo que quieres huir y terminas pensando que el único camino abierto es bajarte del tiovivo, como la protagonista de They Shoot Horses, Don't They? (Danzad, danzad, malditos, según esas surrealistas traducciones del cine hispano). En esta variedad, el miedo se manifiesta como ansiedad que conduce al fin de la existencia propia.
La segunda especie del jardín del miedo la encuentro en una ópera escrita por Gertrude Stein sobre la sufragista y feminista de la primera ola Susan B. Anthonu (1820-1906). La cita la tomo del muy recomendable manifiesto en favor de unas nuevas humanidades de la escritora Gayatri Chakravorty Spivak Muerte de una disciplina (traducción en la editorial chilena Palinodia, 2009). Transcribo:
"Susan B. (...) Los hombres tienen miedoDos formas de miedo, uno que destruye a quien lo sufre, otro que se transmuta alquímicamente en violencia y destruye a los otros. Caribdis y Scylla.
Anne tímidamente. También las mujeres
Susan B. Todas las mujeres carecen a menudo de cualquier sentido del peligro, después de todo una gallina chilla lastimosamente cuando ve un águila, pero sólo teme por sus hijos, los hombres temen por sí mismos... Los hombres tienen corazones buenos cuando no tienen miedo, pero tienen miedo miedo miedo miedo (...) Si se los dijera, su bondad se convertiría en odio (...)
Anne. Pero Susan B. tu luchas y no tienes miedo.
Susan B, Lucho y no tengo miedo, lucho, pero no tengo miedo."
Neorrabioso, como siempre, lo pilla perfectamente.
Pillar aquello. Que les den. ¡Mierda! Cuando la gente la caga... Es estupendo leer este blog para estar al tanto de las últimas tendencias académico-culturales. Ya está bien de seguir usando ese lenguaje relamido y gazmoño de los intelectuales burgueses, ¿no te jode? Ánimo, Broncano, y que les den bien por el culo. Se van a cagar.
ResponderEliminarGracias apreciado anónimo por saborear los términos escatológicos de mi texto, lástima que sean de David Foster Wallace, al menos en mi nada cuidada traducción. Pero sí, es de lo que hablamos últimamente en la universidad. Vamos con el tiempo
ResponderEliminarPerdón, perdón. Es que, como no salían comillas... Pero de anónimo nada: ya he dicho de quién soy albacea. Si pillamos una subvención (y me parece que lo de "pillar" no es de David Foster Wallace, sino de usted), podíamos montar un seminario Wallace/Cela. ¿Hace?
ResponderEliminarEstimado Albacea de Cela, perdón por confundirle con un anónimo. Gracias por su estupenda corrección de estilo. En su segunda acepción el diccionario de la RAE introduce: "coger, agarrar, aprehender a alguien o algo", también ideas o significados. Si se le ofrece le puedo enviar antes mis entradas y me hace el favor de señalar las que no sean adecuadas al gran estilo de los intelectuales.
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ResponderEliminarVaya, una reflexión interesante acerca de algo que está tan presente que a menudo olvidamos pensar sobre ello. Dice Epicuro que es con el conocimiento como podemos liberarnos del miedo a la muerte, solo que no creo que sea ésta la causa del miedo, ¿miedo a no ser?..¿puede algo que no es causar algo?...imagino que para que algo nos dé miedo primero habremos de notar su existencia, o al menos pensarla, pero pensar se puede pensar todo menos lo que no tiene ser..o eso decía Parménides...quizá el miedo no tenga objeto, quizá sea como la depresión, que quienes la padecen aseguran muchas veces que no saben cómo ha sucedido. Quizá el miedo sea una respuesta, un síntoma, una reacción, que está ahí para favorecer algún tipo de equilibrio, como la angustia en términos psicoanalíticos. Bueno, lo dicho, y enhorabuena por tu blog.
ResponderEliminarPara mí lo peor es el miedo a tener miedo, es casi imposible controlarlo. Felicidades por el blog es un alivio leerlo y poder pensar un poco más allá del día a día. Gracias
ResponderEliminar. COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
ResponderEliminarEN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años