A veces, no muchas, desearía que mi trabajo y vida se limitasen al ejercicio de destrezas en donde no fuese tan corriente la toma de decisiones que afectan seriamente a otros. El continuo ejercicio del juicio y la decisión bajo condiciones de estrés es uno de los contextos en los que discurren muchas vidas en los más diversos ámbitos. En varios sistemas públicos ocupados de sendos bienes públicos (investigación, educación, sanidad, asistencia social, seguridad, etc.,) son corrientes. También en regiones de la gestión económica y política, pero es un territorio que, más por suerte que por desgracia, me es ajeno.
Mi experiencia en lo personal y en la observación de lo cercano es que la torpeza en los juicios y decisiones es tan habitual como el acierto. Sospecho (como ciudadano, como observador a veces imparcial) que también lo es en los ámbitos en los que se toman las grandes decisiones. Me atrevería a decir que a medida que se asciende en la escala del poder la tasa de torpeza aumenta.
Recientes torpezas personales me hacen meditar sobre la fragilidad de nuestra condición y sobre las consecuencias que esta fragilidad tiene sobre los lazos de dependencia que tenemos unos con otros. En el último número de Investigación y Ciencia un artículo "El cerebro sometido a tensión" se plantea el cómo el estrés influye en la fragilidad del autocontrol y en la sensatez de las decisiones. Hay un componente personal en el problema teórico que me inquieta, claro, me preocupa, y mucho, mi propia precariedad y mi dificultad para gestionar las condiciones de tensión. Pero me preocupa mucho más el que se haya anclado la idea de que lo que debemos hacer es ordenarnos socialmente por la capacidad de resistir al estrés y tomar decisiones con la cabeza fría.
Admiro a quienes toman las decisiones con frialdad. Pero sospecho que no hay una correlación clara entre esta insensibilidad al estrés y la inteligencia de las decisiones. El estrés está originado en una gran medida por la empatía involuntaria, por la continua referencia a los otros como señal de adecuación de la acción. Esto es bueno y malo. Es malo porque inhibe la frialdad necesaria para la reflexión y la decisión. Es bueno porque aumenta la complejidad de las decisiones y por ello lo que llamaríamos ambiguamente "inteligencia" de aquéllas
(no hay cosa más fría y estúpida que un tonto con un protocolo).
Los recientes episodios del drama nacional económico me consuelan (sólo hasta un punto) respecto a mi torpeza. Me confirman en mis sospechas de que el poder está correlacionado positivamente con la torpeza. Pero me llevan de nuevo a la convicción de que el estrés no es un medio necesario del orden social sino un subproducto del desorden que nos invade, de un mundo ordenado por la competitividad. El estrés evolucionó para hacerse cargo de los momentos centrales en la existencia cotidiana, pero sólo porque eran momentos puntuales. Hemos construido una sociedad de adeptos al estrés y el precio, desgraciadamente, es la torpeza. Nos lo hemos ganado.
Da gusto ver cómo un Presidente de país -al contrario que uno mismo, que se estresa por situaciones que considera importantes- es capaz de, con toda la sangre fría ordenar el rescate de una nación, y luego irse tranquilamente a ver el fútbol. Ante reacciones tan frígidas con respecto a asuntos que involucran consecuencias tan profundas, uno no sabe si se ha equivocado de dimensión, de planeta o de país
ResponderEliminarEn efecto, nos lo hemos ganado. Incluso ese estrés ha penetrado en los ámbitos destinados al conocimiento y la reflexión, que exigen naturalmente un estado y un tiempo distintos (pienso en los institutos y universidades, en las exigencias del plan Bolonia, o eso me cuentan...) La cosa es que no te alcance, que estés dispuesto a darte tiempo, a dar tiempo a los demás, que es una forma de respeto. Algo escribí sobre ello en relación con la atención, y con ocasión de las lecturas de los últimos libros de Josep M. Esquirol. Auténticas joyas. (http://www.soplodeconocimiento.blogspot.com.es/2012/03/revisando-el-fundamento-de-la-moral.html) Muy buena entrada, por cierto. Saludos.
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