Maestros del Caos es la exposición que estos días trae CaixaForum. Una heterogénea colección de objetos chamánicos y rituales a los que se añaden algunas réplicas en el arte contemporáneo. El tema de la presentación es cómo las culturas negocian el caos y desorden que subyace en el fondo del universo y la existencia. La atmósfera es oscura, se recorre con un cierto sobrecogimiento del que no libra el racionalismo que ya hemos incorporado a nuestra forma de vida.
"En el principio era el caos". Toda cultura humana, incluida la actual nace de esta convicción. Los rituales, las religiones y la ciencia han sido las formas en las que se trata de negociar con esta certeza. El caos estaba al comienzo y está en el fondo de la realidad aparentemente ordenada. El caos como amenaza pero también como origen. Así como la vida y la muerte, la polaridad del caos y el orden constituye un eje de referencia en la selva de los símbolos que conforman la cultura.
La muestra se organiza alrededor de la cultura material de los bordes, de la frontera entre el caos y el orden. Allí habitan seres y cosas que conectan las dos formas de existencia y protegen el orden del caos. Chamanes y sabios de lo oculto que adivinan y conjuran las fuerzas que pueden controlar parcialmente al desorden. Tricksters y payasos sagrados que interpelan al poder para desnudar el desorden que lo habita. Criaturas y mensajeros que comunican la luz y la oscuridad o ayudan a los sentidos de quienes se asoman a lo innombrable. Objetos de poder que resguardan. Abalorios, ofrendas, bastones, sillas, alfombras, muñecos de magia, tambores de conjuro, bolsas de adivinación. Poderosos escudos que siembran la esperanza en la comunidad.
Es la cultura material de un mundo liminal donde las prácticas se vuelven rituales: ritos de paso, en los que cada miembro de la aldea se adentra por un tiempo en el territorio de lo misterioso y amenazante, donde no alcanza el brazo protector de los suyos. Ritos de iniciación, por los que han de viajar quienes deseen consagrar su vida a la comunicación de las dos realidades. Aprender el nombre secreto de las cosas, la trama de los espacios y el poder de los aliados.
Lo inquietante de la colección es que ya no la miramos desde arriba ni desde abajo. Hemos acabado un tiempo superficialmente racionalista y otro tiempo superficialmente irracionalista. Russell y Carlos Castañeda pertenecen a una historia de la que venimos pero no en la que estamos. Porque ahora estamos en una cercanía mucho más profunda de lo que creemos a los hilos que conectan las culturas y los mundos de significados que han creado a lo largo del tiempo y los espacios. Quizá negociamos con el caos con otros lenguajes, con la estadística y los modelos de Montecarlo, con otros maestros de lo oculto: economistas y adivinos de las tasas y probabilidades, con otros rituales de paso e iniciación. Pero nos sabemos iguales en la existencia liminal, en el deseo de controlar el desorden que nos aguarda y del que venimos. El desorden que está en el trasfondo del que huimos para concebirnos como seres culturales.
Sabemos que la vida y la muerte, el orden y el caos son dos maneras de expresar la misma oposición. Hemos creado un escudo tecnológico contra el apocalipsis y sabemos ahora que las fuerzas del caos se han infiltrado en la misma fábrica de este escudo. Como a los nómadas de las praderas, nos asusta la oscuridad que se avecina, pero también nos protegen las fuerzas de la esperanza y las tramas de la solidaridad que convocan nuestros ritos.
El orden frente al caos, eso es lo que se construye desde la religión lo que explica el orden de las desigualdades, la justicia de lo injustificable. El orden social frente al caos; son don carnal y doña cuaresma.
ResponderEliminarEs el Gargantúa de Rabelais, es el carnaval antes de la cuaresma. El desorden que justifica el orden. Primero el caos y luego el orden social: cada mochuelo a su olivo.
Hay una canción de Joan Manuel Serrat que ilustra el tema: "Fiesta".
El tema es interesante.
Ana la de la Carpetana
Así Yahve crea las cosas por pares (cielos y tierra) y luego las reorganiza y separa en pares de opuestos las clasifica y ordena; y día a día va clasificando y separando y ordenando, así una semana de seis días laborables y uno festivo.
ResponderEliminarLos simbolos y los rituales tienen sobre todo una gran performatividad y recrean en el imaginario el orden separador, diferenciador.
Las separaciones dicotómicas son las que mas fuerza contienen en sus simbolizaciones. Cielos y tierra, peces del mar y aves del cielo, el hombre y la mujer. Los estadios intermedios generan confusión y aluden al desorden, al caos.
La protección del orden mediante rituales a veces lleva a una cierta evocación del desorden primigenio, para volver a colocar cada cosa en su lugar.
El orden social es un reflejo del orden diferenciador, clasificatorio y dicotómico de lo divino.
En el orden social el paso de un estado (o estatus) a otro implica atravesar un umbral, abandonar un estado diferenciado y pasar por un estado intermedio o liminal a un estado nuevamente diferenciado pero en otro nivel. Las cosas y los objetos quedan nuevamente ordenadas y cristalizadas.
El paso por las situaciones de limen se acompañan de rituales muy, muy performativos.
Se pasa de soltero a casado, de niño a joven, de joven(a) a madre.
Luego las sociedades recogen en otras clasificaciones a aquellos que no han podido pasar de un estatus a otro y se quedan en ...
niños que no pueden pasar a jóvenes (niños excluidos, cortos, faltos), solteros que no pueden pasar a casados (solterones, curas, frailes, otros); jóvenes(a) que no han pasado a casadas-madres (solteronas, monjas, otras).
El caso es que cada uno ocupe su lugar y que no mezclemos en la misma comida cosas que se crearon en diferentes días.
Yo le reconozco un importante merito a Mary Douglas en su trabajo "Pureza y Peligro" (1966).
Ana la de la Carpetana.
....si es que en lo fundamental no somos tan distintos de los hombres primitivos, vamos, que tenemos algo de primigenio dentro de nosotros. Como bien se dice, seguimos huyendo del caos a fin de reconocernos como seres culturales, la idea misma de "ser" es ya una consecuencia de ese empeño por distinguirnos del siempre amenazante caos. Claro, que, ¿qué sabemos del caos para que huyamos de él?, ¿qué podemos saber del caos para que tanto temor nos llegue a despertar? ¿porque acaso el caos no es algo de suyo indefinible, incognoscible? Sin embargo, lo mismo que no podemos amar lo que no conocemos, tampoco podemos temer aquello de lo que no tenemos noticia...¿o acaso el objeto de nuestros temores resulta de una proyección de nosotros mismos?, ¿no será que de quien temamos sea de nosotros mismos?... Saludos
ResponderEliminarPuesto que nuestro aparato perceptivo, cognoscitivo, conceptual se ha ido haciendo para que el ser humano pueda lograr, cada vez que lo ponga en funcionamiento, una sensación de unidad, de identidad entre lo que puede y espera recibir y lo que “realmente” (caóticamente) percibe, es decir, puesto que el caos está pero no puede percibirse sino a través de un padecimiento que tratamos de expulsar, porque nos va la vida y la integridad en ello, no podemos sino coger el rábano por las hojas a la hora de hablar del caos, lo que, a mi juicio, no está nada mal.
ResponderEliminarPor mi parte, retomo un viejo tópico (¿de nuestro tiempo, aún?): lo crudo y lo cocido. En lo crudo anida el caos. Una vez pasado por el fuego (que no sólo es Símbolo purificador, sino también algo que quema realmente, que arde desde sí, que hace arder) lo crudo se convierte en lo cocido: lo comestible, lo digerible, lo que estamos dispuestos a tragar, lo que engorda nuestro cuerpo, nuestro acerbo, nuestro currículum público o privado. Aunque, hablando de engordar no podamos olvidarnos de los escollos de los anoréxicos/as, de los atragantamientos varios, de las nauseas más o menos filosóficas, no podamos arrinconar sus insistentes quejidos, que dan cuenta de que hasta en lo mejor cocinado se cuela el caos.
Todos parecemos estar de acuerdo en que aquello que procediendo de lo más crudo de lo real está sujeto a la ley, o sea, al ordenamiento simbólico, y por lo tanto se acomoda a nuestro modo de percibir y crear a través de tales percepciones es tan sólo una cáscara habitable de lo real (caos) existente. Es decir: que lo que alcanzamos a comprender, a percibir y habitar, no es más que un epifenómeno de lo que aquí entendemos como caos. La lava cultivable de un volcán nunca apagado.
En la oposición muerte/vida, el caos estaría del lado de la vida, en el sentido que su ausencia sería la quietud absoluta, donde ningún orden ni desorden es posible.
El Caos hace posible lo fluido, y el logos nos distancia hasta hacerlo soportable, incluso hasta la ignorancia apasionada. Aunque en la palabra anidan vestigios del caos y así, ahí están el deseo, el amor, la poesía, el sueño y aquello que no se puede decir, pero decimos.
M.P.