domingo, 19 de enero de 2014

¿Quién sabe lo que podemos?


Nadie sabe lo que puede un cuerpo y nadie sabe lo que pueden muchos. El poder y el saber se relacionan de formas muy extrañas que nunca serán recogidas en la híbrida expresión foucaultiana de saber/poder. Hay preguntas que nunca se hacen y preguntas que aunque se hicieran no podrían ser respondidas. "¿Qué poder tienes?, ¿cuánto poder tienes?" Ni siquiera cabría devolver la pregunta intentando aclarar las cosas: "¿qué tipo de poder?, ¿poder sobre qué, sobre quién?, ¿poder para qué?". Suponiendo que  hubiese alguna aclaración para dar al interpelado, la pregunta original seguiría en pie: "¿sabes qué poder tienes?".

Desde la metafísica moderna sufrimos una terrible confusión con el poder que proviene de la fusión de dos metáforas: la metáfora de la fuerza física y la fuerza biológica (el esfuerzo). Hay metáforas que persisten por debajo de muchos cambios históricos de significado (marginalia: este hecho común es una de las grandes objeciones contra las pretensiones de las teorías históricas de los fenómenos culturales. Por debajo de los cambios persiste lo mismo). En el caso de la fuerza, parecería que la física habría resuelto los malentendidos, distinguiendo bien la fuerza, el trabajo, la potencia, la energía y conceptos relacionados. Pero resulta que el modelo físico se convirtió en el modelo de la sociedad. Desde la "física social" a la microeconomía, los economistas y sociólogos compartieron con los físicos no sólo las ecuaciones (algo comprensible, las matemáticas son de todos) sino también y sobre todo sus modelos de representar la interrelación de las fuerzas.

Pero el poder (de los cuerpos, de las personas, de las comunidades) es una relación biológica, social, política, económica, cultural y simbólica que manifiesta las más extrañas curvas y no linealidades. Nace de la complejidad, complexidad o complicidad de las cosas y de las extrañas dinámicas que generan las complejidades: emergencias, desapariciones, efectos lejanos, en general, extraordinarias sensibilidades a las condiciones iniciales. Quienes trabajan en las ciencias de fenómenos complejos (biología, clima, etc.) conocen bien estas apasionantes dificultades.

Isaac Asimov conjeturó en su saga de La Fundación, la utopía de una psicohistoria matemática que habría de predecir los fenómenos sociales. Una fundación de matemáticos se dedicaba a desarrollar modelos sociales a largo plazo. Como era listo y consistente en sus novelas, pronto tuvo que acudir a una segunda fundación ya no de matemáticos sino de activistas que intentaban que la realidad se acomodase a lo que había predicho el modelo, pues era claro que las mínimas perturbaciones producían que las sendas de la historia divergiesen rápidamente de la predicción.

Pero aún es mucho más difícil responder a la pregunta en primera persona (del singular, del plural). Si el autoconocimiento es una utopía de la filosofía de la mente, aún más lo es el autoconocimiento del lugar propio en el mundo. Es muy interesante y a la vez muy confundente el modelo de Pierrre Bourdieu en el que cada persona o grupo se caracteriza en un lugar en un espacio multidimensional: capital económico, capital social, capital cultural y capital simbólico. Parecería que si uno pudiese saber su lugar en la sociedad sabría así su poder: mirando la cartilla de ahorros, listando las amistades, coleccionando los títulos, ... Pero este modelo que ilumina muchas cosas también oscurece otras, porque no tiene en cuenta cómo interactúan las dimensiones de ese espacio y cómo cada cambio en una de ellas produce reconfiguraciones en la topografía del poder.

De todas las linealidades, la más misteriosa de todas es el poder simbólico. El cómo un gesto puede desencadenar perturbaciones en todas las demás relaciones de poder, el cómo lo mínimo puede con lo máximo. No es por casualidad que todas las fuerzas converjan en el control rápido de los actos simbólicos. Porque nunca se sabe, se dicen los poderosos.

No. No sabemos lo que podemos porque, entre otras cosas que acabo de esbozar, la pregunta no se responde en el conocimiento sino en la voluntad. No sabemos lo que podemos porque en la acción el conocimiento es sólo una parte, la otra depende de la voluntad.

Todo esto viene a cuento de  hechos simbólicos de estos días. En Burgos, la ciudad más conservadora de la región más conservadora de mi país, en un barrio de bello nombre (Gamonal es el campo donde crecen las gamonitas, una planta que en primavera desarrolla hermosas varas de flores blancas), los vecinos deciden oponerse a una de tantas arbitrariedades, corruptelas, e imposiciones de la poderosísima mafia local. Su, tan castellana, tozudez termina complicándolo todo y convirtiendo a una pequeña asamblea de barrio en un ejemplo simbólico de lo que se puede. La increíble violencia con que han reaccionado las fuerzas de orden público (no sé por qué estaba a punto de volver a escribir "las fuerzas represivas") indica la sensibilidad que tienen los poderosos a los hechos simbólicos. Pero también cómo la impresionante potencia a veces se descubre impotente ante la fuerza tranquila de unos viejos acompañados de sus nietos. No sabemos lo que podemos. Porque decir podemos no es un acto de conocimiento sino de voluntad.
El otro hecho simbólico es que mucha gente acaba de decir "podemos"

5 comentarios:

  1. Querer es poder y nada más.

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  2. Saber/querer/poder. "Ciudadano Kane" y su "nudo" Rosebud son un buen ejercicio de ese esquema.

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  3. Yes, we can.

    Ana la de la Carpetana

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  4. Hay momentos en el desarrollo de los tiempos, en que aparece una ventana de oportunidades, para la acción colectiva y los movimientos populares; pasados estos momentos las inquietudes se diluyen en la confrontación con la estructura, la burocracia y los valores que creemos que nos representan. Como por ejemplo la creencia en la "clase media"; creer en la clase media y en los valores que parece representar es un mito, un mito como por ejemplo son ....."los reyes magos".
    LA CLASE MEDIA NO EXISTE....Y LOS REYES SON LOS PADRES.

    Ana la de la Carpetana.

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