Estaba dándole vueltas a cómo escribir una nota sobre los apegos, vínculos y lazos afectivos cuando una recomendación de Germán Cano me llevó a leer esta novela de Elvira Navarro, La trabajadora. Es un relato notable por varias razones: el tema, el tono y el trasfondo. Elvira Navarro nos ofrece una historia nada lejana en el que la precariedad laboral y la precariedad afectiva y mental se entrelazan. El tono (para usar un término musical nada narratológico) conecta con pericia la desolación de la ciudad (bueno, no la ciudad en general sino del Madrid de los barrios del sur) con la desolación de una vida extrañada de sí. El trasfondo, el que me interesa ahora, es el de la capacidad de la narrativa para hacernos pensar, o sea, de las relaciones entre filosofía y novela.
La autora ha sido valiente. Se arriesga a que su narrativa sea calificada como "social" e inmediatamente estigmatizada como "realista", "formalmente pobre", antigua en general. La pericia técnica quedará ocluida por el estereotipo. Belén Gopegui ha sido un ejemplo claro de esta oclusión que provoca el cultismo que nos domina. Está feo hablar de dinero y política en la mesa literaria. Es la primera regla de urbanidad para tener futuro. No me extraña que sean mujeres las novelistas que tienen los redaños suficientes para decir que no.
El relato presenta un tema de vieja controversia, la relación entre la fragilidad mental y la explotación laboral. Es la historia de dos mujeres con problemas psicológicos. En palabras de la autora: "Hay una confrontación con dos personajes, dos mujeres, y las dos tienen problemas de salud mental. Una de ellas los tiene desde hace tiempo y de una manera muy bruta construye su vida desde la patología. La otra, desde una lógica más normal, tiene ataques de ansiedad por el tema laboral y aspira a recuperar su salud"*. La novela no es un panfleto sobre esquizofrenia y capitalismo por la inteligente mirada que confronta las dos posibilidades de vulnerabilidad: la endógena y la exógena. Dos mujeres conviven con sus demonios en el espacio y tiempo de un piso de Aluche en los grises tiempos que nieblan el Madrid de ahora. Se entrecruzan dos soledades como se mezclan el agua y el aceite. Una convive con su soledad y su falta de autoestima como forma de identidad, la otra no logra concentrar su atención ni en su vida ni en su trabajo a causa de la precariedad en que hunde el nuevo capitalismo de la "externalización" a una generación de gente mucho más preparada que sus jefes. La novela nos invita a observar estas dos vidas cruzadas con la creciente aprensión de que el tema nos concierne con inevitable cercanía.
Se equivocó el movimiento de la antipsiquiatría de los años 70 del siglo pasado al sostener que toda enfermedad mental era una rebelión contra la sociedad. Fueron los tiempos de exaltación de la esquizofrenia. Había una falacia lógica en sus razonamientos, al tomar casos particulares como generales. Pero se ha equivocado mucho más la psiquiatría de los protocolos de salud al convertir todo en un problema farmacéutico. Como si los complexos de causas-razones no importasen y sólo hubiese que atender a los síntomas. Como si el trabajo del sistema de salud acabase su función al devolver al enfermo al sistema productivo sin preguntar por las causas. Mal nos hubiera ido en la epidemiología si se hubiese adoptado la misma actitud.
Me inquieta de la novela la confrontación de dos fenomenologías de la soledad: la de quien ha convertido su cueva afectiva en su refugio y la de quien nada con desesperación para llegar a una playa lejana en una tormenta que la supera. La inteligencia del relato está en plantearnos la pregunta que ejemplifican las vidas de estas dos mujeres, no en explicarnos la respuesta ni en imponernos la solución.
La literatura me parece cada vez más uno de los lugares donde hay que buscar la respuesta a los interrogantes sobre lo que somos. Quienes se dedican, o nos dedicamos, a pensar sobre identidad, filosofía de la mente, folkpsychology y racionalidad estamos acostumbrados a atender solamente a las frías informaciones de las revistas de psicología experimental o las escolásticas elucubraciones de los filósofos. Pero experimentos como el que nos ofrece esta novela prueba la enorme confusión de la filosofía y las ciencias sociales contemporáneas que pretenden buscar las llaves bajo la farola porque allí es donde hay luz.
La novela confronta, al modo trágico en el que Ismene y Antígona se enfrentan, dos modos de estar en el mundo bajo el oscuro manto de la soledad: la inducida por la senda personal y la generada por la contaminación del orden capitalista. Sabemos que hay una oculta relación entre las dos vidas dañadas. Sabemos por la novela que las dos soledades se ignoran. Una metáfora de cómo somos. De cómo estamos.
*Ver más en: http://www.20minutos.es/noticia/2038363/0/la-trabajadora-libro-novela/patologia-asociada/precariedad/#xtor=AD-15&xts=467263
Pues si la narrativa nos hace pensar: el teatro...la tragedia... nos hacen pensar desde la conmoción, desde las contradicciones entre la lógica y los valores.
ResponderEliminarEn esto los griegos si que fueron "espabilaos".
Ana la de la Carpetana.