En estas últimas semanas he escuchando dos magníficas charlas de Carlos Thiebaut sobre el perdón y de David Konstan sobre el arrepentimiento y el remordimiento. Ambas se referían al modo de gestión del tiempo que tenemos los humanos que es la revisión del pasado. La víctima revisaría el pasado al perdonar, el ofensor al arrepentirse. Comenzaba Carlos con la constatación de que a veces las sociedades, las comunidades y la gente necesitamos restaurar los lazos y vínculos que han quedado rotos tras una ofensa intolerable. Una de las formas posibles es la de pedir perdón y concederlo. Sabiamente, reparaba Carlos en que la dinámica víctima-victimario es muy compleja, que el privilegio de la víctima para conceder el perdón, se ve asediado por múltiples peligros, de victimismo en una parte del espectro, de perdón no real en otro, y que es necesaria la existencia de una tercera parte, un medio social que opera no como simple espectador sino como testigo activo que puede modificar las condiciones del proceso y hacerlo viable. No es inhabitual encontrar la figura pública del mediador, que parece situarse en representación de toda la sociedad cuyos lazos van a ser restaurados. En términos realistas, reconocía Carlos que el proceso sólo puede ser considerado legítimo o justo si se producen muchas condiciones que implican cierta restauración, el reconocimiento público del daño, y varias otras garantías de que el proceso no está ocurriendo de manera fallida. Entre ellas, una cierta escenificación del lamento de victimario por lo que hizo, que incluiría una petición de revisión si no de su culpa, si de su exclusión social.
David Konstan, uno de los grandes filólogos contemporáneos, profesor de New York University, ha escrito un libro imprescindible en la historia de las emociones, Before Forgiveness. The Origins of a Moral Idea (Antes del perdón: los orígenes de una idea moral) donde rastrea el origen del perdón hasta las sociedades premodernas para mostrar que es una noción muy tardía, posterior al cristianismo, que en Grecia y Roma no encontramos ni siquiera palabras para referirse al perdón y que, en todo caso, lo que se podría esperar era la clementia, una actitud muy diferente al perdón, que entraña un apaciguamiento de la ira o el resentimiento. En general, es un término que ocurre siempre en contextos de poder: el césar o el gobernante puede conceder "clementia", pero no perdón.
Por otro lado, David ha continuado sus investigaciones y ha comenzado a explorar el polo del ofensor, en particular, la idea de "arrepentimiento", que en nuestro significado común implica remordimiento o dolor interno por el daño causado. Sus conclusiones fueron el contenido de su charla y no son menos extraordinarias que las que ya había hecho públicas en su libro. Tampoco encuentra en la cultura clásica ninguna referencia verbal que nos hable de arrepentimiento o remordimiento. Tan solo se encuentra algo similar en los términos de "metanoia" y "metameleia", sinónimos que significarían algo así como "lamentar" o cambiar radicalmente de opinión respecto a la corrección de lo que uno hizo. Pero no habría rastros de remordimiento como emoción. "Metanoia" es un cambio de actitud cognitiva ante el pasado que solamente implica el que en aquellas circunstancias la acción fue equivocada y no debería haberse realizado. Sostiene David que ni siquiera en la Biblia encontraríamos esta emoción, que sería más bien una aportación patrística en las culturas en las que se originó el cristianismo, donde la penitencia iría acompañada de profundo dolor o arrepentimiento (en su libro, como curiosidad, David Konstan hacía referencia al Código Penal español, donde el arrepentimiento como actitud subjetiva sigue formando parte de las condiciones de atenuación de la culpa).
Las sociedades antiguas, pues, fueron sociedades que subsistieron sin perdón ni arrepentimiento. Encontraron otras formas de restaurar los lazos sociales y buscar la re-conciliación y la re-unión sin exigir la clausura del pasado ni el dolor de los pecados. Porque lo cierto es que ninguna de las dos cosas es necesaria ni suficiente. El perdón, sea público o privado, puede no ser suficiente y en otros casos no ser necesario para la reconciliación. Borges sostiene con perspicacia: "Para las ofensas, la mejor arma es el olvido. En el olvido coinciden la venganza y el perdón". Así, nos legó este hermoso poema, "Soy":
Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.
Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.
Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,
del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
El olvido puede ser adoptado por la víctima, o formalizado por la sociedad en un acto jurídico que tiene el mismo nombre, "aministía", olvido. Ambos implican un cierre del pasado, un borrar los antecedentes y continuar la historia. Se podría discutir si el olvido implica una forma de debilidad o rendimiento por parte de la víctima, pero creo que no, que Borges acierta en lo esencial. Yo diría que hay dos formas de olvido, una que podríamos llamar desmemoria, pérdida de la información sobre el pasado, y otra que es más compleja y contiene algo así como una metaemoción (debo el término a Simone Belli) o emoción que controla la aparición de otras emociones. La metaemoción del olvido, en este caso, sería una forma de apaciguamiento del resentimiento no como clausura del pasado, sino como ejercicio positivo de poder o empoderamiento en la historia. Porque el olvido entraña una suerte de venganza, la que nace de quien se siente de nuevo parte activa del mundo y con poder suficiente como para olvidar el acto, aunque no la acción. El olvido es el privilegio de quien ha logrado restaurar su sitio en el mundo, su dignidad y autoridad. Es compatible con enunciar un "nunca más". De hecho lo exige.
Me pregunto si acaso no debiéramos abandonar los rituales de perdón y arrepentimiento, tan llenos de autoengaños, falsas conciencias y ocultas injusticias, y sustituirlos por rituales de olvido, de inmersión ritual en el río del olvido, que, como todo ritual, implican un "como si" (olvidáramos), para señalar que la historia va a continuar. Porque la víctima puede. Hace saber al ofensor que ambos han entrado en un territorio contrafactual, un como si no hubiese ocurrido, que implica una nueva forma condicional de existencia, la de quienes quieren seguir viviendo y construyen esas frágiles cabañas que nos protegen de la historia que son los espacios donde suspendemos una parte de la realidad para habitar en otra. Condicional.
No veo claro que tu postura, la de Borges, sea eficaz para construir nuevas relaciones que traten de evitar aquello que motivó el origen del olvido, el acto perpretado por el victimario. De hecho, el segundo olvido del que hablas, que sería el eficaz frente a la desmemoria, yo no lo llamaría así, lo llamaría perdón.
ResponderEliminarRecomiendo los interesantes análisis al respecto del francés V. Jankélévitch, especialmente su libro "El perdón" Donde plantea el asunto también desde la perspectiva de la temporalidad.
Saludos
No discutamos de nombres. Parecería que si tú lo llamas perdón entonces es que es efectivo.
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ResponderEliminar¿Por qué perdonar y olvidar cuando se puede hacer Justicia?... hay que hacer justicia mirando al futuro, pero no por ello perdonando las crueldades y delitos realizados en el pasado, sino juzgando con misericordia, pero a la vez justa y duramente. Podemos hacerlo. Podemos
ResponderEliminarA mí si me convence la idea de abandonar los rituales de perdón y arrepentimiento que, en mi opinión, tienen mucho de "postura".
ResponderEliminarMe parece más sincero el ritual del olvido. Es dificil de llevar a cabo, pero se me antoja más eficaz.
Un saludo.
No hay nadie más que nadie... la Ley es igual para todos, aunque en este país siempre ha habido señorit@s que se han saltado toda ley y todo escrúpulo intentando ser más que los demás... y luego, después de no haberse arrepentido de ninguno de sus delitos, encima te obligaban a que les pidieras perdón... anda ya!
ResponderEliminarAunque sé nadar, me inquieta zambullirse en ese "río del olvido" a pesar de que Benedetti nos cantara que "el olvido está lleno de memoria". ¿En qué ámbitos (familiar, social, político) operaría ese abandono? Porque social y políticamente, aquí, arrepentimiento y perdón no han sido posibles. ¿De cuántas Antígonas,hij@s, niet@s y bisniet@s de Antígona seguiremos doliéndonos todavía aquí en España? Sí, perdón es "perdonar lo imperdonable",¿pero de qué instrumentos se ha dotado al sistema para lograr pública y oficialmente perdonar? Es cierto que en el perdón pueden anidar muchos equívocos, pero del ritual del olvido, nosotros mismos sabemos demasiado sobre su "funcionlidad política".
ResponderEliminar¿Es necesario olvidar para perdonar? ¿Se puede perdonar en el olvido? Entonces ¿Qué perdonamos?
ResponderEliminar¿Qué mensaje dejamos para el futuro? Golpeáme, te perdono y lo olvido.
Una cosa es comprender la acción, intentar explicarla, desesperadamente aceptarla; otra distinta es olvidarla. De la comprensión se desprende el perdón, sin dudas. Pero no el olvido.
¿Qué tipo de moral nacería del olvido? Un pueblo sin memoria es un pueblo desnudo. Un pueblo que peligra. Un pueblo desconcertado. Salvar el recuerdo del resentimiento, si, pero no del recuerdo mismo.