domingo, 11 de mayo de 2014

Miénteme, dime que...





A nadie le gusta que le mientan, aunque según los autores de Spy the Lie, tres interrogadores expertos de la CIA, todo el mundo miente a menudo (sobre diez veces al día, sostienen, incluyendo las mentiras inocuas). De todos es sabido que a Kant esto le horrorizaba. Trata de la mentira en varios escritos, pero demuestra su extraordinaria perspicacia en su escrito "Sobre los deberes éticos para con los demás atendiendo especialmente al de veracidad" recogido en sus Lecciones de Ética. Se plantea allí el supuesto de alguien a quien otra persona le ha mentido continuamente. ¿Estaría justificado devolverle la mentira? Dice Kant:

No cometo injusticia alguna pagando con la misma moneda a quien me ha mentido siempre, pero sin embargo sí actúo contra el derecho más elemental de toda la humanidad, pues socavo los cimientos que sirven de base a cualquier tipo de asociación humana, contraviniendo el derecho de toda la humanidad

Kant cree que nunca está justificado mentir, y mucho menos en los contextos en los que se persigue un bien mayor, y cita un tipo particula de mentiras: "aquellas mentiras mediante las cuales se pretende hacer algún bien, eran denominadas por los jesuitas peccata philosophica o pecatilla". Kant concluye: "la mentira constituye algo indigno en sí misma, independientemente de que se tengan buenas o malas intenciones".  Al viejo Kant siempre hay que escucharle aunque no se esté de acuerdo con él y sobre todo hay que leerle y pensarle en las ocasiones en que uno no lo está. 

En este caso, el argumento de Kant es fácil de entender y de aceptar. Sostiene Kant que dado que los humanos estamos hechos de manera que no accedemos directamente a las intenciones de los otros, sino solamente a sus actos, una condición necesaria para que la humanidad se organice en sociedad es que las personas sean veraces y sinceras, es decir, manifiesten lo que realmente creen cuando han manifestado que van a declarar sus intenciones. Mentir, por el contrario, implica, al menos, sostener algo diferente de lo que se cree, es decir, implica la insinceridad. Y esto llevaría, de extenderse mayoritariamente esta costumbre,  a que la sociedad sea imposible. En este escrito, sin embargo, Kant reconoce la imposibilidad de ser completamente sinceros: tendríamos que confesar todos nuestros defectos, y hacernos repugnantes a los demás, como si les invitásemos a ver nuestra casa --pone como ejemplo-- y lo primero que enseñásemos fuese el lugar donde guardamos el orinal. El texto se convierte entonces en un verdadero tour de force para hacer compatible la máxima de no mentir con el reconocimiento de que una completa sinceridad también haría imposible la sociedad.  La solución kantiana a esta tensión es permitir que uno pueda ser reservado, lo que no significa, sostiene Kant con perspicacia, guardar silencio: "Como el silencio siempre traiciona no es ni siquiera conforme a la prudencia el ser reservado, y cabe mostrarse prudentemente reservado sin necesidad de guardar silencio. Para mantener esta actitud reservada concorde con la prudencia se requiere cierta reflexión, ya que uno debe opinar y hablar de todo excepto acerca de aquello sobre lo cual quiere mostrarse reservado". O sea envolver el silencio en un manto de palabras. 

El argumento contra la mentira de Kant es poderoso y profundo. Bernard Williams lo reelaboró en su último libro Verdad y veracidad (traducido por mi compañera Rocío Orsi) para aplicarlo a las condiciones que hacen posible una sociedad democrática. Nos merecemos la verdad, sostiene Williams, y por eso es necesario promover la sinceridad y el sentido de realidad. ¿Quién no estará de acuerdo con Kant y Williams que una sociedad donde reine la mentira será una sociedad donde reine la desconfianza y donde sea imposible que existan acuerdos y por ello se instaure una violencia interna inacabable? No seré yo quien lo haga. Al contrario,  me parece que una parte del problema que tenemos es lo barato que sale la mentira, sobre todo lo que llamamos "mentira descarada", la que se sabe que lo es y sin embargo aceptamos como respuesta válida, al modo del acusado que se declara inocente, por más que sepamos que toda la evidencia está en su contra. No hay que ser muy radical ni pesimista para constatar la extensión de la mentira como instrumento de relación social. 

Y sin embargo, Kant sabía bien que la historia no acaba aquí, porque también es cierto que la transparencia haría igualmente imposible la convivencia. Recuerdo un día en que el cascarrabias de Ernst Tugenthat visitó nuestra universidad para dar una conferencia, y comiendo con él en el comedor de profesores, se acercó el encargado de comedor para preguntarle si le habían gustado las alubias que había pedido. "No, nada -respondió-, son las peores que he comido nunca". El camarero se quedó pálido y los demás pusimos una sonrisa de circunstancia. Tugenthat había sido sincero, pero ¿a quién le importa la sinceridad cuando le preguntas a tu invitado si le ha gustado el plato que le has cocinado? Kant es el mejor Kant cuando detecta las contradicciones de nuestra existencia, aunque no nos convenza en su resolución. Me temo que la solución kantiana de envolver tu silencio en un cháchara sobre cualquier otra cosa no es una opción válida. Puede que su conciencia se quede tranquila porque no has mentido, pero has faltado a la cortesía más elemental y es dudoso que la falta sea menor que la mentira inocua. 

Me temo que Kant no sale completamente airoso del planteamiento tenso que nos propone en su escrito. Nuestra vida social se sostiene a la vez sobre la sinceridad y sobre el mutuo engaño consentido. Varios sociólogos de los micro-rituales que nos constituyen, por ejemplo, el saludo que comentaba en la entrada anterior, explican que estas formas de práctica ritualizada en las que consiste nuestra "buena educación" crean espacios y tiempos "como si", es decir, espacios y tiempos en los que se suspende la relación social real de poder y hacemos como si fuésemos iguales. Estas suspensiones de la realidad no son algo accidental. Conforman la sociedad con tanta fuerza como la capacidad comunicativa veraz. Sin estas ficciones el rostro del poder se nos haría insoportable.

Sería una mala respuesta considerar que estas microficciones no son mentiras genuinas. Lo son. Y son necesarias para sobrevivir. Al final, lo que uno pide a la gente con la que convive no es tanto sinceridad como educación, deferencia, capacidad para crear espacios "como si" en los que habitemos con cierta tranquilidad. 

Quizá alguien crea que estoy defendiendo la mentira. Pues sí. La mentira no es mala ni buena en sí misma. Es una constante humana. Lo que ocurre es que hay mentiras y mentiras. La mentira dañina es la que se comete cuando se ha prometido la sinceridad. La mentira que rompe nuestros lazos es la que contiene insinceridad sobre la propia sinceridad, además de sobre el contenido de lo que decimos. Es lo que no perdonamos y lo que fractura la confianza. Es lo que no perdonamos a los amigos y lo que los amigos no nos perdonarán. Es la que rompe la lealtad que nos debemos los unos a los otros. Es, claro, la que no les perdonamos a quienes nos han prometido sinceridad, como ocurre con los gobernantes, los periodistas, los educadores, etc. 

En los demás contextos, nuestra convivencia es posible porque admitimos ser mentidos: "miénteme y dime que...". No es dañina esta mentira porque realmente habitamos en dos mundos, el de la realidad y el mundo del "como si". Y a veces el más real es el mundo ficticio en el que nos refugiamos para soportar éste. ¿O alguien cree que el amor y la amistad son algo distinto a un largo y compartido "como si"? ¿O alguien cree que la democracia es otra cosa que un "como si" en el que habitamos, en el borde continuo del conflicto? Hay mentiras que nos salvan y mentiras que nos destruyen. La sabiduría moral y política es saber distinguirlas. 

4 comentarios:

  1. Que viene el lobo, que viene el lobo, ... (Cuento popular).

    ResponderEliminar
  2. La mentira es un distanciamiento de la propia identidad, una manera de perderla en favor de ésta, y la manera en que acabamos siendo lo que realmente no somos en favor de lo que otros quieren que seamos (o de como otros desean vernos). Esto sucede en todos los ámbitos, incluso en política, y tiene, como toda falta a la verdad, su reverso oscuro o peligroso para quien se sustenta en mentiras

    ResponderEliminar
  3. Magnífica la escena en que Viena pide a Johnny que le mienta.
    Y es que en nuestros rituales domésticos esperamos la verdad y a la vez la tememos, por ello el papel necesario de las mentiras que engrasan la convivencia. Si bien matizaría esos largos y compartidos “como si” a los que aludes, puesto que superados ciertos límites cruzamos la frontera entre lubricar la maquinaria y ponerle piedrecitas que la estropean.
    Un favor, ¿me puedes dar la referencia de algunas obras de esos sociólogos de los micro-rituales a los que aludes? Gracias.

    ResponderEliminar
  4. Para comprender la mentira hay que hablar también de la verdad. La sinceridad es ser fiel a la verdad, a nuestra verdad, claro. Pero, no será que la verdad se construye de puequeñas mentiras, o de pequeñas ilusiones (para ser más romántico). Entonces ¿A qué le debemos fidelidad, en última instancia?
    Situación: Dictadura. Interrogatorio. Fuerza y tortura para extraer la verdad, la confesión, la condena. La mentira en defensa de un amigo, de la vida, de un ideal.
    Quizá la palabra mentira sea muy grande (en cuánto a lo que abarca) y muy chica (en cuánto a lo que dice). Quizá necesitemos, en lugar de variados adjetivos, conceptos nuevos para definir las diferentes caras de la mentira. (Y en cuánto a las diferentes caras de la verdad...)

    Muy buen blog, invita a la reflexión.

    ResponderEliminar