viernes, 29 de agosto de 2014

Debemos




En alguna de las novelas de su trilogía, que ahora no recuerdo, el escéptico George Smiley de John Le Carré confiesa a un colega de sus oscuros trabajos de espía:"algunas personas sentimos que nuestra vida consiste en pagar una deuda". La cita no es literal pero su contenido quedó grabado en mi memoria y con el tiempo he ido desenvolviendo su significado. Sospecho que nos lleva al terreno de la moral tal como ésta ha quedado después de Nietzsche, cuando ya sabemos que los valores supremos murieron con los dioses y que la moral ocurre cuando el resentimiento se hace creativo.

En ese territorio desolado, el basamento sobre el que se ha querido reconstruir la moral ha sido habitualmente la culpa. Heidegger lo propuso en Ser y Tiempo y de otras formas se ha propuesto en las tradiciones inglesas que se apoyan en los sentimientos morales. La culpa y el resentimiento serían, propone Strawson, las actitudes reactivas básicas que muestran nuestra perspectiva participante en el mundo (menos lejos de lo que parece de Heidegger, que unía culpa y finitud).  Carlos Thiebaut ha desarrollado una forma secularizada de entender la culpa sin tener que recurrir al viejo concepto teológico de mal: no puede haber resentimiento sin culpa ni culpa sin resentimiento,  es nuestra reacción afectiva a un daño que nos han causado o que hemos causado. La culpa nace así de la comprensión del daño como algo que ocurre y que no debería ocurrir. Para quienes nos hemos educado en una cultura que nunca abandonó la teología, culpa y mal parecen implicarse, de manera que la interpretación naturalizadora de Carlos, que tan bien hila las fibras strawsonianas, esta unión de culpa y daño, también de culpa y reconocimiento de la vulnerabilidad humana, es emancipadora, nos salva del miniyo sacerdotal que se nos inyectó en la adolescencia.

Pero Smiley quería decir otra cosa. Para él la vida no está ordenada solo por actitudes reactivas esporádicas, sino armonizada por una melodía de fondo, por un tema que se repetiría una y otra vez en la banda musical de nuestras vidas: la deuda. La idea de que nos debemos algo unos a otros ha sido ya propuesta como base por otro filósofo, Thomas M. Scanlon, uno de los más conocidos defensores del contractualismo contemporáneo. Pero Smiley quería decir otra cosa.

La vida es una deuda.

Entendido bajo los cánones económicos que nos han contaminado en esta era, "deuda" es un término que alude a la reciprocidad y a la promesa de pagar lo que nos han prestado. Liberarnos de esa carga no es menos difícil que liberarnos del vínculo de "culpa" y "mal". No podemos ordenar nuestra vida como una deuda pagable porque la entenderíamos como una economía de acciones recíprocas, para nada morales, todo lo contrario. La moral del banquero no es distinta de la economía de la culpa. No es extraño que nacieran la banca y el purgatorio en los mismos tiempos.  Lo que Smiley quería decir es que nuestra deuda es impagable y por eso articula nuestra vida.

Queremos pagar la deuda de nuestra dependencia de los otros, pero ¿cómo pagaremos la vida?, ¿cómo pagaremos el amor que hemos recibido?, ¿cómo pagaremos las luchas de tantos que han caído para que nosotros podamos estar vivos? La deuda es la forma moral de entender la dependencia de los otros. Ciertamente, hay economía en nuestra vida si la consideramos bajo la categoría de deuda, de deuda impagable: debemos ordenar nuestros débitos. Ordenar cuáles son nuestras deudas lejanas y cercanas. Para ello tendremos que examinar los lazos que nos ligan al mundo y a la historia. De dónde venimos y a dónde vamos. A quiénes somos fieles y quiénes nos son indiferentes. La deuda desvela la trama de los lazos humanos en el presente, en los pasados que fueron y que pudieron haber sido y en los futuros que serán y podrán ser.

La filosofía spinozista que ha renovado últimamente el lenguaje político, y que ha traído por fin el vocabulario de la posibilidad al reino de la necesidad que nos oprimía con los peores lazos que nos pueden atar, ha impulsado términos verbales de futuros posibles, de términos ligados a la expresión de las fuerzas de la vida que para Spinoza se traducían en el impulso, en la voluntad: "podemos", es uno de estos términos de renovación, de nuevas melodías en el ruido maquinístico de fondo. Es un término de agencia. Pero es también un término limitado, un término de futuro que no es suficientemente sensible a la tradición de la que venimos, que parece insistir sólo en la novedad, y confiar en la promesa sin apoyarse en la historia. Por eso me atrevo a recordar a Smiley y su melancólica respuesta a la pregunta de por qué seguir cuando todos se retiran: porque debemos.


2 comentarios:

  1. Del tema de la reciprocidad ya apuntaba Marcel Mauss en el "Essai sur le don. Forme et raison de l'échange dans les societés archaiques" por donde podían ir los tiros, pero nunca se me hubiera ocurrido interpretarlo como una evolución de la retórica de la cúlpa.
    La verdad es que la retórica de la cúlpa me ha tenido bien entretenida, porque me apasiona construir mentalmente modelos sociales donde los hijos se cargan a los padres para poder heredar su estatus: estemos hablando de el rey de Tebas, de los reyes godos, de los Trastamara o de los machos caprinos.

    Ahí los primogénitos siempre tuvieron ayudas, desde los hebreos: vease el mito de Esaú y Jacob o incluso entre los pueblos algo mas indoeuropeos...o sin ir más lejos los linajes reales europeos....pero este es otro tema....que me voy..... .

    La reciprocidad impregna a los individuos en las sociedades modernas, sobre todo aquellas que han evolucionado desde las diferentes formas familiares de enculturacion primaria, hacia los estados modernos.

    Se tienen deberes y derechos frente al Estado, pero se cumple con el cuidado de los ancestros tanto físicamente como ritualmente y se organiza el cuidado y enculturación de los retoños para que crezcan con la deuda que sus progenitores pagan a las generaciones precedentes.

    Ana la de la Carpetana

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  2. ¿"Podemos" renovación? Es del siglo XIX.

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