domingo, 21 de septiembre de 2014

La distribución social de las emociones





Comenzó el viernes en un inquietante seminario de Lisa Guenther sobre el presunto humanismo en las ejecuciones mediante inyección letal en Estados Unidos. Una de las drogas que se inyecta a los condenados es un anestésico que tiene como función hacerles perder la conciencia, aunque no son infrecuentes las pifias y la muerte se dilata en una lenta asfixia producida por otro componente. Muchas veces las prisiones no disponen de las sustancias adecuadas, o no son capaces de acertar con las dosis necesarias., pues, a diferencia de otros métodos, en la inyección letal es necesario el conocimiento experto de los médicos para establecer la composición. Un conocimiento distorsionado, que, según su juramento, debería estar orientado a preservar la vida. Se produce aquí también otra distorsión no menos maligna: la del sentimiento de compasión por los otros, que en apariencia estaría presente en el hacer perder la conciencia de lo que está ocurriendo pero que en la realidad es una monstruosa inversión de los afectos, a saber, hacerles perder la conciencia para convertir su persona en cuerpo sobre el que se ejerce la máxima pena.

Todo eso me llevó a pensar en cómo se ordenan socialmente los afectos, las emociones y los estados de ánimo. De todos es sabido que la democracia es ante todo una distribución del poder (y las distintas formas de entender esta afirmación son la base principal de los grandes proyectos políticos). Mas no solo. En una democracia hay otras distribuciones que contribuyen a que la sociedad esté o no bien ordenada. Así, el estado del bienestar es la propuesta de que exista una adecuada redistribución de los bienes, las oportunidades y las posibilidades para que ningún ciudadano quede excluido de lo que consideramos una vida digna, una vida  que se pueda organizar a partir de proyectos de vida decididos autónomamente y no impuestos por los estados carenciales.

Una democracia es también una distribución no autoritaria del conocimiento. A pesar de que generalmente se cree que en la democracia solo cuentan las opiniones y pareceres, y no los saberes, lo cierto es que el conocimiento experto es imprescindible para el funcionamiento de la sociedad. Todas las decisiones centrales en nuestra vida, entre ellas las que afectan al futuro de todas las vidas presentes y futuras exigen conocimiento experto. Un conocimiento que actualmente está distribuido y legitimado por instituciones que nacieron hace dos siglos (las disciplinas), pero que cada vez se encuentran con mayores perplejidades cuando se trata de reunir y organizar a los expertos, pues muchas decisiones contemporáneas nos llevan a cuestionar seriamente quiénes son los expertos que deben tener voz en las deliberaciones, y si acaso nuestro conocimiento lego no es también un conocimiento experto que deba ser llamado a declarar (esta semana ha sido productiva, comenzó con otro seminario sobre este problema impartido por Stephen Turner).

A lo que voy: ¿acaso una democracia no implica también una adecuada distribución y redistribución de los afectos, de las emociones y de los estados de ánimo? Los estados de ánimo son la trama sobre la que se construyen nuestros proyectos, la memoria, la experiencia y la identidad. No es difícil entender por qué una cuestión política central es cómo los distribuimos. Pensemos algunos ejemplos. El primero, la seguridad: la seguridad tiene un componente objetivo (el control del riesgo de daños por accidente o por intención) y un componente subjetivo: el sentimiento de que el riesgo es suficientemente bajo como para que se puedan emprender proyectos a largo plazo. Las políticas conservadoras insisten siempre en la seguridad, pero lo suelen hacer bajo un concepto unilateral. Una discusión seria sobre qué es sentirse a salvo en nuestras sociedades nos lleva inmediatamente al corazón del problema de otras distribuciones. Un segundo ejemplo: la confianza. La confianza es otro de los estados de ánimo sin los que la vida se fractura. Perder la confianza básica en el mundo es lo que llamamos un trauma. La distribución social de la confianza es tan básica en la democracia como lo es la seguridad. Pero su conservación depende de que la sinceridad y la honesta capacidad de cumplir las promesas estén adecuadamente garantizadas. El grado de confianza mide la calidad de una sociedad, en tanto que asociación de humanos. Un tercer ejemplo: la compasión. La compasión organiza nuestra sensibilidad social. En el duelo por la gente que queremos y el dolor por el sufrimiento de los que nos rodean se manifiesta nuestra forma peculiar de socialidad como animales humanos. Hay distribuciones privadas de la compasión, lo que llamamos caridad, y hay distribuciones públicas de compasión, implicadas en nuestro sentido de la justicia. Y también está la cuestión de quiénes merecen la compasión, porque una sociedad fracturada en "nosotros" y "ellos" parece que ordena dicotómicamente la compasión.

Las ideologías que consideran que las emociones y estados de ánimo son cosas privadas, y que lo público no tiene que ocuparse de distribuir adecuadamente tales cosas, no solo se equivocan sino que también originan políticas hipócritas, pues ¿qué es el poder sino una gestión de emociones como el miedo o la confianza? ¿no es acaso la voluntad política también una transformación de los estados de ánimo? En ciertos momentos se encuentra en juego una metamorfosis de los estados de ánimo. La indignación, pongamos por caso algo cercano, puede transformarse en acidia y melancolía o, por el contrario, en constancia, perseverancia y audacia de la voluntad. Estas transformaciones son lo que llamamos historia.












2 comentarios:

  1. En lo que dices tratas tantas cosas que es difícil no dispersarse. Me impresiona y me afecta mucho el primer párrafo, no ya por el ejemplo de la ejecución de la pena sino por la cuestión del humanismo en las instituciones. En alguna ocasión he hecho algún juego de palabras con lo hipócrita del juramento hipocrático, me refiero al ejercicio de la profesionalidad en grupos formados y especializados y muy deshumanizados. En general los principios éticos (no sólo en la sanidad, también en la educación, la justicia, etc) desaparecen al subordinarlos a la legalidad vigente y sólo gloriosas excepciones (que creen en eso de la autonomía moral)se la cuestionan, es más, suelen aceptarla y reproducirla en la línea en que Foucault analiza el micropoder, a veces haciéndole el juego a intereses que en realidad no son los suyos, es decir, sin ningún tipo de conciencia de clase, o, en los profesionales de más élite, centrando toda su ambición en adquirir esa nueva condición de clase. En las reflexiones que haces después me parece muy sugerente y relacionado con lo anterior el tema de la importancia del conocimiento de los expertos, es curioso que se le llame “experto” a quien en realidad lo que tiene son amplios conocimientos teóricos y a veces también técnicos pero no necesariamente la experiencia (por poner un ejemplo, el obstetra que nunca dará a luz), quizá en ese sentido el profano posee un conocimiento emocional que al otro le falta; creo que en esa “falta” y en ese entender que el conocimiento cuanto más “experto” menos “implicado personalmente” está la deshumanización y que cuanto más condiciona eso la realidad más conduce a la alexitimia.
    Por otra parte, en cuanto a lo que significa “compasión”, creo que no es nada acertado aunque habitual relacionarla con la caridad, lo siento por la frase de San Agustín pero es mejor decir que donde hay justicia no es necesaria la caridad; la compasión sí hace falta, pero entendida como la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de comprenderlo; respecto a este tema me gusta mucho la pequeña disertación que hace Kundera en “La insoportable levedad del ser” cuando explica la etimología en las diferentes lenguas (¿con-padecimiento o con-sentimiento? la diferencia está en que en lo primero hay desconfianza, es una relación entre desiguales moral o materialmente, como la compasión por el reo del ejemplo, en lo segundo hay confianza e igualdad), dice algo precioso: “tener compasión significa saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento, alegría, angustia, felicidad, dolor. Ésta compasión significa también la máxima capacidad de imaginación sensible, el arte de la telepatía sensible, en la jerarquía de los sentimientos el más elevado”.
    En los tiempos que corren me parece que palabras como democracia, sociedad del bienestar, distribución…están vaciadas por el uso demagógico, y eso genera confusiones, lo público ya no es aquello que es de todos. Pero por eso, en algunos temas, lo privado no hay que relacionarlo con la propiedad sino con lo escondido, con lo que está latente y que no es neutral , nada lo es, y que en determinados momentos tiene que optar, y, como dices tú, eso es hacer historia.
    Marisa

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  2. En esto las actividades liturgicas de las diferentes "confesiones" nos sacan bastante ventaja, la gestión de las emociones, la performatividad del poder, la distribución de lo público y lo privado, y...,en general estas cosas, las tienen muy trabajadas.

    Ana la de la Carpetana

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