viernes, 13 de febrero de 2015

Injusticia epistémica




Explico estos días en clase cuál es el lugar del conocimiento en una sociedad bien ordenada como es aquella a la que aspira la gente de buena voluntad. Pensaba desarrollar la explicación como una suerte de captatio benevolentiae de los alumnos en una introducción a la epistemología, pero a medida que discurría mi intervención me iba dando cuenta de que era algo más que una introducción, que de hecho me estaba dando razones a mí mismo de por qué estudiar el concepto de conocimiento es imprescindible para desarrollar una visión correcta de la democracia.

Ninguno de los teóricos de la sociedad negaría que el concepto de justicia es uno de los puntos nucleares del pensamiento político. Rawls diría que la búsqueda de un consenso en este concepto es de hecho el corazón de la política. He repasado más de una vez las obras principales de Rawls buscando alguna referencia al lugar del conocimiento en una sociedad bien ordenada y no he encontrado nada, y los especialistas en su obra a los que he consultado me remiten a sofisticadas interpretaciones de algunos párrafos. Algo parecido me ocurre con Habermas, quien, a diferencia de Rawls, sí se ha acercado al problema del conocimiento, pero cuando lo pone en relación con nuestros modos de organizar en común la existencia, nunca supera la barrera de las "pretensiones de verdad" como horizonte último. Mucho más grave es el caso de los filósofos de la cuadra posmoderna, con Rorty a la cabeza, quienes defienden que para pensar la democracia hay que olvidarse de la epistemología.

Hasta que llegó la crisis. Porque la crisis económica se origina en una inmensa injusticia epistémica perpetrada por quienes estaban al cargo del conocimiento. Pongamos que el capitalismo es un mal menor de las posibles formas de organización económica (for the sake of argument), Vale. Pero todos sabemos aunque solo hayamos leído un manualillo de "Economics for dummies", o sea economía para tontos, que una base necesaria del mercado como sistema eficiente de distribución es que fluya la información de manera equitativa e igualitaria. Junto a los monopolios, el control de la información es una de las corrupciones del mercado. Por ello, cuando el capitalismo se hizo esencialmente financiero, se pusieron en pie ciertas instituciones garantes de la información, cuya función básica era evaluar la situación real de las empresas e instituciones y asignar indicadores y proyecciones que guiaran los movimientos del mercado. Que las grandes corporaciones de la información aprovechasen la confianza generalizada en el sistema para usar la información en beneficio propio no tiene otro calificativo que el de injusticia epistémica.

Mintieron las grandes corporaciones de la consultoría y asesoría económica. Mintieron los bancos a sus clientes. Pero, reparemos en cómo fue posible este engaño, es decir,  en qué condiciones hacen virtualmente rentable la mentira. La primera y más importante es que la mentira no esté generalizada. El mentiroso solamente puede profesionalizarse en una sociedad basada en la confianza epistémica. En otro caso se expone a un control demasiado costoso para su acción de mentir. Los mentirosos son los primeros interesados en que la confianza se estabilice. Ahora bien, observemos que lo que ocurrió con la crisis es que quienes estaban a cargo de la gestión de la confianza abusaron de ella para manipular el mercado.Hay muchas formas de describir lo ocurrido pero la primera que se me ocurre es la de piratería epistémica.

He calificado más de una vez la filosofía posmoderna como un desastre cultural. Mi argumento es el del párrafo anterior: al abandonar la preocupación por el conocimiento y retirarse al dominio del intercambio de opiniones, esta filosofía nos dejó inermes para entender la colosal injusticia que ha proliferado y se ha asentado en nuestras sociedades. Nos dejó imposibilitados para entender por qué la distribución injusta del conocimiento es una de las peores formas de desigualdad. Porque, entre otras cosas, la información correcta es lo que permite a las personas, grupos y comunidades organizar su vida con eficiencia, desarrollar sus planes, o sea, vivir en libertad. Pues la libertad es al final la capacidad personal y colectiva para hacer posibles los planes de vida.

Si la mayoría de los responsables de todo este desastre no han sido condenados se debe en parte a que tampoco el sistema judicial es sensible a la importancia del conocimiento y del daño que causa la injusticia epistémica. Los juristas han sido formados en la doxocracia, donde lo que cuenta son los argumentos y los intercambios de opinión. No entienden lo que significa el conocimiento como bien público y como garante de la confianza social. Claro que nunca han tenido un solo curso de epistemología, todo los más estos sucedáneos que se llaman "pensamiento crítico" o "argumentación" (precisamente el título de mi asignatura).

Nos sublevamos cuando quienes están al cargo de nuestros bienes comunes como la salud, la seguridad, el medio sostenible, la educación, etc. se corrompen y aprovechan su posición para organizar las cosas a su favor. Y no reparamos en que la distribución correcta del conocimiento y el cuidado de la equidad de los flujos de información es uno de los más poderosos instrumentos de dominio y poder. Pensemos, por ejemplo en un gobierno que utilizase a su favor la información sobre los ciudadanos que posee por razón de su conocimiento, por ejemplo, de las contribuciones a Hacienda, o de los muchos datos que poseen por medio de los diferentes dispositivos de inteligencia del Estado. ¿Cómo calificaríamos este comportamiento? ¿Es simplemente corrupción? ¿No es el núcleo de la organización autoritaria de la sociedad? ¿No se basaron las grandes dictaduras contemporáneas en un sistema de injusticia epistémica?

La filósofa inglesa Miranda Fricker es la autora que ha puesto de manifiesto esta forma de injusticia en su libro Injusticia Epistémica. Ella pensaba, con mucha razón, que una de las manifestaciones de la sociedad patriarcal es la desigualdad en la credibilidad que tienen las personas por el hecho de pertenecer a uno u otro género (o a una u otra etnia, cultura, etc.). Ha dado con una de las claves, que tiene que ver con los déficits de credibilidad que tienen los que están en precariedad epistémica. Pero el hecho, quizá aún más grave, es el exceso de credibilidad que tienen los poderosos y los señores del conocimiento. En la época posmoderna se desarrolló el movimiento de Ciencia, Técnica y Sociedad, como un activismo crítico contra la hipercredibilidad presunta del sistema científico. Sin embargo nunca se atrevieron a poner de manifiesto la injusticia epistémica que comenten las grandes corporaciones, los estados y sus dispositivos. También, porque pensaban que la epistemología no cuenta. Pero cuenta.

Comenzamos en nuestras clases discutiendo el debate entre Calicles y Sócrates, que en buena medida se refiere a la relación entre conocimiento y poder, y a qué formas de distribución son legítimas. Y nos encontramos discutiendo de los trasfondos políticos de la epistemología, o mejor, de los trasfondos epistémicos de la política.

1 comentario:

  1. De ahí la importancia de reconciliar filosofía política, filosofía de la ciencia y estudios CTS. De este y el otro del mar, hay sus excepciones: ni todos los filósofos de la ciencia incluyeron la dimensión social más allá de "la práctica científica", ni todos los filósofos políticos evitaron toda contaminación empírica más allá de aspectos cognitivos o de la etología, ni todos los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad se olvidaron del horizonte epistemológico. Y me vienen nombres a la cabeza: los iberoamericanos en el contexto de filosofía política, Ambrosio, tú mismo, Echeverría. Mitcham y Wynne en el ámbito anglosajón, del lado CTS. Y es lo que intentamos hacer también en filosofía política desde América Latina.

    Mención aparte refiere ya el término de injusticia epistémica. Podría argüirse que hace falta la contraparte: una definición adecuada de justicia epistémica. Podríamos seguir, con Villoro y Sen, que es más útil, analítica y prácticamente, encontrar condiciones de injusticia que abatir, que construir un concepto de justicia lo suficiente abarcativo. Pero, ¿qué pasa cuando más bien sucede una gestión política de la información y el conocimiento, con un abuso específico de las confusiones que se prestan entre ambos, y donde el conocimiento experto y sus detentores tienen una enorme culpa en ello? Mucha información no tiene sentido sin un bagaje específico que permita que se convierta en conocimiento, y eso es clave para el control político, como se ve claramente en los estudios demoscópicos y econométricos. ¿Todos estamos obligados a saber cuáles son las premisas de la economía liberal para saber cómo no reconoce la creación de valor con base en la teoría del valor-trabajo y con ello puede imputar valor sin referente metálico y partir de ahí entender la crisis económica como una caída en serie de capitales financieros? Para que para poder hablar al mismo nivel que la clase dominante -económica y epistémica- sí. Tal vez esa sea uno de los principales éxitos para la opresión de esquemas de injusticia epistémica: la necesidad de adquirir el conocimiento necesario para reconocer dicha injusticia, puesto que es un acceso de clase.

    Parece que es lo más adecuado pensar al conocimiento ya no sólo como bien común, sino como bien común de la humanidad. Pero tiene condiciones. Todo asalto a los derechos sociales pasa por una reforma a los centros de creación de conocimiento, y en ese sentido creo que es necesario hacer la acotación que la relación entre conocimiento y poder no es de esencia (el conocimiento no es poder) sino de acceso (el conocimiento es una herramienta para perpetuar el poder).

    Y entre más entramos al tema, parece que más responsabilidad tenemos de cambiar el tablero de juego.

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