Vivimos un tiempo donde la educación general, desde la cuna
a la tumba, se ordena a las destrezas y competencias antes que a los saberes y
a lo que los románticos llamarían “formación” o más tarde diríamos “formación
integral”. En un mundo cuya arquitectónica se basa en las divisiones técnica y
social del trabajo, el rendimiento prima sobre la relevancia. Qué hayamos
ganado y qué perdido en estas transformaciones que nos aconsejan los pedagogos
es algo controvertible que no sería capaz de discutir aquí en toda su
complejidad. Me importa ahora sólo uno de los hilos de esta urdimbre del que
tiraré un poco para plantearme algunas preguntas sobre la acción humana en un
sujeto constituido por sus “competencias”.
Un sujeto competente es un sujeto que sabe lo que hace y lo
hace con destreza y eficiencia. Se diría que es, al fin y al cabo, el objetivo
al que conduce toda forma de educación entendida como adiestramiento. Bueno, no
es poco y si le preguntamos a padres y alumnos, dirían que es lo que buscan. Se
eligen escuelas y universidades por su promesa de una futura buena educación
entendida de esta manera. Cualquier otra cosa sería perder el tiempo y el
dinero. No pondré en cuestión estas opiniones que comparto, aunque sea con
algunas reservas que están implícitas en mis preguntas. Me intriga más la
acción en aquellos contextos en los que el sujeto no es competente. En este
mundo de la educación basada en “disciplinas” se supone que los sujetos son
competentes en aquello para lo que se les ha educado y, en lo demás, tendrán
que componérselas con lo que les haya dado la familia, la comunidad, la clase
social o lo que sea.
El asunto es que la mayoría de nuestra vida discurre por senderos
donde no somos competentes, en los que la torpeza no es lo ocasional, sino la
regla común de comportamiento. Curiosear en la vida de los grandes autores es
una de las formas más rápidas de volvernos escépticos sobre la naturaleza
humana. Encontraremos sensibles poetas y agudos filósofos que son absolutamente
insoportables y grandes científicos incapaces de hacer la compra semanal (la
serie “Big-Bang Theory” está montada sobre las incompetencias generalizadas de
genios de la matemática y la física. Es un buen ejemplo de cómo somos casi
todos después de salir de las instituciones educativas). No hay mejor trabajo
de campo para la filósofa o filósofo de la acción que el de observar la
conducta de la gente fuera de su campo de competencias: el político, gestor,
comunicador o seductor de éxito y habilidades sociales, enfrentado a las
decisiones en las distancias cortas de lo íntimo, el empresario que descubre
que su hijo se droga, el economista neoliberal abandonado por su amante,… y
otros innumerables casos similares.
¿Cuándo la torpeza es excusable? El filósofo John L. Austin
escribió un memorable ensayo titulado “A plea for excuses” (traducido como
“Alegato en pro de las excusas”) donde se pregunta, en un marco todavía no
moral, por estas cuestiones de teoría de la acción. Excusar es aceptar que uno
no tendría que ser acusado de algo, es decir, que existen circunstancias que
nos permiten juzgar que lo que podría haberse hecho de otra manera admite
alguna justificación que no suscita en nosotros irritación o juicios negativos.
Es maravilloso su ejemplo donde distingue entre dos expresiones como
“torpemente, pisé el caracol”, y “torpemente, pisé el bebé”. Si estamos en una
sobremesa campestre y el sujeto de autos se levanta de la hierba con algo más
de alcohol en sus venas de lo recomendable y, después del suceso, poniendo
ojillos de arrepentimiento, profiere una de las dos expresiones, probablemente
nuestras reacciones sean muy distintas.
El inquietante cuadro de John Calcott Hirsley “Showing a
preference” relata una historia tan común como ilustrativa de lo que estamos
diciendo: el pollo en cuestión camina del brazo de su prometida por un camino
rural y al cruzarse con una hermosa doncella comienza a requerirla dejando a su
acompañante con cara y gestos de circunstancias. “Es que es una chica muy
inteligente”, podríamos haber escuchado de sus labios instantes más tarde dando
explicaciones. Y la acompañante seguramente tendría derecho a responderle:
“¿esto es lo que te han enseñado en tu MBA en la London School of Economics?
Serás un águila de los negocios, tío, pero estás casi ciego para las relaciones
humanas. Necesitarías una docena de másteres sobre planes conjuntos y
colaboración en la vida. Anda y que te den”.
No tengo mucho aprecio por esas asignaturas que llaman "educar en valores" y cosas similares. Los valores no son ni la primera ni la última palabra. La educación en otro sentido que el adiestramiento, más cercano a la vieja idea de formación integral tiene que ver con las formas de ver y de mirar, de situarse en los contextos cotidianos también y sobre todo en esos contextos donde se piden las competencias de rendimiento en la sociedad de la división técnica del trabajo. Si no sabes mirar y ver otra cosa que lo que te ha enseñado el adiestrador, es que tienes un grave problema de miopía que tiene difícil solución.
Doy por descontado que muchas titulaciones tienen mal arreglo (mis ejemplos favoritos, no sin justificación, son las de economía (gestión de empresa, economía, economía y derecho...) que tengo tan cercanas, pero me obsesiona mucho más la miopía generalizada en filosofía y humanidades, donde la pandemia ya se ha instalado entre profesores y alumnos. Cada vez más competentes, cada vez más torpes.
Sí, y el caso más claro que hace patente la torpeza y la excusa es cuando llega el momento de educar a un hijo...Me pregunto si esta omnipresencia de la educación entendida como adiestramiento puede dejar a la sociedad huérfana de maestros, de verdaderos maestros que nos enseñen a mirar, a saber estar, a saber vivir... porque, mucho me temo, quien hay detrás de ese interés en dominar la destreza y la competencia poco le importa que seamos más o menos torpes en cuestiones vitales (salvo, que la torpeza se convirtiera en objeto de adiestramiento y se pretendieran ciudadanos competentes también en asuntos vitales, algo así como unos "amantes eficientes" o unos "maridos y mujeres diestros"). Un saludo y gracias por la entrada.
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