viernes, 12 de enero de 2018

Arriba y abajo


Como en Barrio Sésamo, como si Epi y Blas nos enseñasen el mundo, y tal vez no sería extraño pues estamos aún en la infancia de la democracia, la teoría política contemporánea podría definirse con las categorías de Arriba/Abajo, Fuera/Dentro, Antes/Después. Hay topologías espacio-temporales sobre las que se construyen las ideologías. La más tradicional, en la que hemos crecido, fue la de Izquierda/Derecha (y su correspondiente conservador/progresista). Hoy, al decir de muchos, esta dicotomía se ha convertido en algo vacío cuando no habitado por confusiones y errores. Así, Esteban Hernández, amigo, teórico del capitalismo contemporáneo y periodista de El Confidencial, escribe este artículo criticando a la incapacidad de la izquierda por no ser capaz ni de entender cuáles son las  claves del mundo contemporáneo ni, sobre todo, proponer un modelo de mundo atractivo que no sea el de aplicar viejas recetas para un capitalismo que ya fue superado. Lo que sigue es una suerte de respuesta provisional.

(1) La derrota

La derrota ha sido el signo de los oprimidos a lo largo de la historia. El triunfo de las clases dominantes ha sido la regla más que la excepción. Y, sin embargo, la humanidad ha ido construyendo victorias sobre las tumbas de los derrotados. No son pocas las conquistas que se han levantado sobre las tumbas de las multitudes derrotadas. Guilles Pontecorvo en La batalla de Argel, filmó una coda al relato de la descripción de la derrota del FLN de Argelia: al año siguiente de haberlo desarticulado, Francia se vio obligada a firmar la independencia. Habría que seguir con tantas derrotas que se han vuelto menos derrotas en la historia. Otras no, han sido terribles y poco productivas, han generado lo que Benjamin ya denostaba como "melancolía de izquierdas". Todo es muy complicado.

El gran pensador de la derrota fue Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Rosa de Luxemburgo, quien se sumó renuente a una insurrección que sabía que iba a fracasar, no tuvo tiempo de pensar en la derrota. Las tropas de los Freikorps, llamadas por el gobierno socialdemócrata para vencer a los espartaquistas, acabaron con su vida antes de que pudiera dar luz a la derrota. A Gramsci, para suerte nuestra, le fueron concedidos unos años (terribles) en los que pudo pensar por qué el levantamiento consejista italiano fue derrotado y sustituido por el fascismo. Su tesis tiene una parte negativa de crítica a la izquierda: no había entendido que la base de la explotación es más amplia que la de la explotación industrial del proletariado. En "La cuestión meridional" explica cómo las diferencias históricas y geográficas siguen presentes. Tiene también una parte positiva: la de que la resistencia al poder dominante se puede articular uniendo el trabajo teórico de zapa a la ideología dominante y llevando hacia un sentido común los diversos malestares que nacen de la diversidad de formas de opresión, uniéndose así el trabajo reflexivo con el trabajo práctico de insubordinación y resistencia. 

Gramsci fue resucitado en los años 70 por la izquierda alternativa, que se agrupó alrededor de la revista The New Left, y la izquierda disidente contra el estalinismo, y en los años 80 por la alternativa que representaron Laclau-Mouffe con su idea de "articulación" de luchas frente a la Tercera Vía de Blair, Felipe González et alii. Claro, todas las resurrecciones tienen el problema que tuvo Cristo con Santo Tomás: "¿de verdad eres tú?". No sabemos qué habría dicho Gramsci sobre la derrota del pensamiento de izquierdas por el neoliberal, pero sospecho que habría comenzado por estudiar las razones y causas de la gran catástrofe de la izquierda en la forma compleja en la que se entreveran las modalidades económicas con la nuevas formas de la cultura, la ciencia y la tecnología. A diferencia de los tiempos de Gramsci, la cultura ya no es simplemente una forma de dominio hegemónico sino una de las fuerzas básicas de la economía. Las mayores empresas mundiales son hoy empresas culturales (Google, Amazon, Uber, AirB&B, FaceBook, …). No se entendería la economía financiarizada, por otra parte, sin la masiva circulación de información y datos, una transformación cultural que  Gramsci no había podido pensar.

Qué sea y qué no sea derrota en nuestros tiempos está también en disputa. El neoliberalismo se ha impuesto como modo de ordenar y explicar los cambios en el mundo, cierto, pero el planeta se ha vuelto desordenado e ingobernable. En el corazón del Imperio ya no se entiende bien lo que pasa y las fuerzas dominantes se dividen entre los intereses nacionales y los intereses que nacen de los paraísos fiscales. La transformación de la vida cotidiana, por otro lado, no ha ido por los caminos definidos por el neoliberalismo, sino por múltiples senderos muchas veces contrahegemónicos. Por mucho que se quejen las voces de la derecha y la izquierda las fuerzas de las identidades, fuerzas solo en apariencia subjetivas, siguen siendo fuerzas históricas de primer orden. Si dejamos a un lado el poder religioso, los nuevos nacionalismos (Rusia, China, USA) se imponen sobre los propios intereses de un capitalismo transnacional. 

(2) El nuevo capitalismo

Como explicaban Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, la burguesía está condenada a revolucionar todo, a profanar lo sagrado y destruir sus propias bases. La fuerza de la búsqueda de beneficios acaba con las mismas bases de la sociedad que originó las estructuras de dominio. El nuevo capitalismo, que Estaban Hernández explica tan bien en Los límites del deseo, destruye las promesas que hizo de cambiar la sociedad. La desigualdad se hace cada vez mayor; donde había libertad de mercado hay monopolios, donde se prometía seguridad y bienestar emerge un mundo cada vez más siniestro, vigilado, en guerra permanente y con cada vez mayores capas de la población al pairo del destino. 

En los años ochenta del siglo pasado, Manolo Castells y otros teorizaban que las fuerzas de la identidad eran las grandes fuerzas del futuro. No se equivocaban del todo, aunque ahora se muestra el gran poder ya no del conocimiento y de su triple hélice, sino el de los inmensos capitales que migran como estorninos, como hunos, destrozando vidas y haciendas: empresas, estados, sociedades. Las teorizaciones de los años del posmodernismo (Laclau-Mouffe, Zizek, Jorge Alemán) unían las nuevas formas fracturadas de conciencia y subjetividad, desde una lectura lacaniana (lo simbólico, lo imaginario, lo real), con los procesos históricos después de la derrota de la Guerra Fría. ¿Siguen siendo válidos estos análisis después del gran giro tras el 11S; tras la conversión del mundo en un tablero para el ejercicio de potentes tecnologías militares de control e invasión? ¿Siguen siendo válidos cuando estados enteros caen bajo la presión de los grandes capitales que se imponen sobre las formas incluso transnacionales de derecho? ¿Siguen siendo válidos cuando la tecnología se impone a muchas formas ideológicas transformando las estructuras económicas de manera que se crean nuevos nichos para la explotación universal? ¿Soportan Laclau y los seguidores lacanianos un análisis desde un mundo construido desde Silicon Valley y adláteres? Posiblemente también a la Nueva Izquierda le ocurra lo que a quienes hablan de las Nuevas Tecnologías, que siguen anclados en fuerzas y tecnologías de hace cincuenta años.

La verdad es que la respuesta no es sencilla y no la voy a responder en esta entrada. En algontenían razón los pensadores y pensadoras posmodernos: la tecnología que abre nuevos espacios de dominación ha abierto también nuevos espacios de transformación social. Los grandes poderes sociales han ido, últimamente, de victoria en victoria hasta sus progresivas derrotas: el mundo estuvo en una crisis profunda porque Estados Unidos perdió la Guerra de Vietnam contra un enemigo inferior. Ganó la Guerra Fría y derrotó a los sindicatos, fracturó a la izquierda y desarrolló el pensamiento único, pero perdió todas las guerras imperialistas en Oriente Medio: sus fáciles victorias han redundado en un mundo de inseguridad y caos permanente, que recuerda más al fracaso de los estados que al cielo de seguridad que prometía. El triunfo del capital ha sido la derrota de la economía: cada vez más dependiente de la absorción de empresas, cada vez menos basada en la gestión de las necesidades. Las formas de victoria y resistencia se han vuelto muy complicadas. No son explicables por fáciles mecanismos de poder y dominación. Quejarse de la fuerza de las identidades en el mundo contemporáneo es como quejarse de la fuerza de la gravedad cuando uno pilota un avión. 

(3) El (sospechoso) poder de la cultura

El giro del pensamiento de izquierda de hace décadas fue hacia la reivindicación del poder de la cultura que habían abandonado los marxistas. Althusser y sus aparatos ideológicos, Foucault y sus biopoderes, los lacanianos y sus resignificaciones, … Se postulaba un complejo de lo material, corporal y lo subjetivo que se asentaba tanto en la diferencia como en las hegemonías. Se le dio a la cultura el poder mágico de la llamada “hegemonía”, un concepto gramsciano que había nacido de la observación de que en Italia la Iglesia Católica era capaz de unir a favor de las clases dominantes las subjetividades más diversas. No está nada claro ahora qué se quiere decir con hegemonía. También en la cultura, como en el mundo, rige el caos y el desorden. Llamamos “neoliberal” a una suerte de pensamiento esquemático que deja todo en manos mágicas (nuevas formas de la Providencia): el Mercado, la Competencia, los Rankings y las Consultorías de Calidad (sus nuevos sacerdotes). Pero no está claro que, a diferencia de la Iglesia Católica en Italia, consiga arrastrar los sentidos de la vida hacia un modo dominante. Nacen nuevas formas de malestar que no son teorizables con los instrumentos neoliberales: la precariedad estructural, el final de la familia patriarcal, la fractura integradora de la cultura del bienestar, incapaz ya de asimilar las formas de vida condenadas al margen, la desesperación de las inmensas multitudes de exiliados de la historia que desbordan las fronteras de la riqueza, el sentimiento de fin de mundo por agotamiento de los recursos, la fractura irreversible entre las generaciones presentes y las futuras. Ni siquiera la esperanza en la tecnología, como instrumento del neoliberalismo, puede ser empleada como recurso ideológico. La tecnología está cada vez más orientada hacia la espiral de la desigualdad, como prueba la creciente presión por las tecnologías del transhumanismo, que dejan en la cuneta de la historia a la humanidad en favor de una minoría de privilegiados transhumanos.

Del lado del economicismo hay una mala forma de entender la cultura, como si fuese solo una piel que esconde los verdaderos órganos funcionales. El capitalismo es ya cultural: es un capitalismo en donde la información, el conocimiento y la ignorancia programada, los trending topics y las agitaciones culturales son tan volátiles, y a veces tan fuertes como los movimientos de los inmensos capitales. Por esta misma razón, las viejas ideas de “hegemonía” no acaban de encajar en un mundo de culturas encontradas, de movimientos emocionales que transforman los sentidos con más eficiencia que las ideas, en un mundo en el que el control de la imagen tiene fuerza militar, como Al Qaeda nos enseñó en Nueva York y Madrid.

Siempre fue así. Se equivocó el programa romántico que pensaba en una educación de la humanidad, de hecho en un proyecto político de un estado cultural. Se equivoca también quien piense que una movilización unida anticapitalista unificará por sí sola todos los malestares. En esa zona gris, aún por pensar, que no cree en soluciones mágicas ni de “articulaciones” ni mucho menos de “frentes populares” está el espacio efectivo de resistencia. También contra el sentimiento de derrota.



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