domingo, 25 de marzo de 2018

Estados negacionales






Muchos moralistas de la comunicación piensan que el gran problema de nuestro sistema actual de producción y distribución de la información y el conocimiento es el aumento de las "fake news" y su consecuencia, la resignación a la posverdad. He ido desgranando en las últimas entradas otros fenómenos no menos dañinos y en algunos casos mucho más destructores de nuestra estructura epistémica. Quiero ahora señalar uno de los que posiblemente formen parte de los cimientos del mal epistémico sobre el que se ha construido nuestra sociedad del conocimiento. Me refiero a las actitudes y estados negacionales. El psicólogo que elaboró este concepto, le dio nombre y lo popularizó fue Stanley Cohen (1942-2913).

Stanley Cohen fue un sociólogo cuyo trabajo desbordó los cánones académicos. De origen judío y surafricano, siempre combatió la injusticia. Primero, en su tierra de nacimiento, comprometido contra el segregacionismo junto a su amigo de estudios el antropólogo Adam Kuper. Más tarde, en Israel, a donde se trasladó en los ochenta sumándose a las organizaciones por los derechos humanos, luchando contra el uso de la tortura por parte de las autoridades israelíes y en favor de la reconciliación. Por último, en el Reino Unido, donde impartió clases hasta el final de su vida académica en la London School of Economics, desde donde denunció la construcción social de la delincuencia y la anormalidad. En una entrada anterior me referí a un concepto que él popularizó e hizo entrar en el dominio de los estudios sociales y culturales: "pánico moral".  No menos incisivo y crítico es este  otro concepto también de su creación: "States of denial", que me permito traducir como "estados negacionales" aún al precio de tener que forzar el español con un neologismo.

Cohen publicó en el 2001 States of Denial. Knowing about Atrocities and Suffering en donde desarrolla el análisis de las actitudes de negación que adoptamos frente a aquello cuyo conocimiento exigiría de nosotros una reacción pero que evitamos aceptar para no tener que aceptar también las responsabilidades que implicaría tal conocimiento. Recuerda en la introducción las respuestas que recibían de las autoridades israelíes ante sus denuncias de torturas a los presos palestinos: "no, esto no ocurre", negaban que sus métodos fuesen torturas, aunque admitían lo "especial" de algunos interrogatorios, o ponían en duda la imparcialidad de las organizaciones denunciantes. Poco a poco, afirma, se fue generando en la opinión pública una especie de naturalización de estas prácticas, considerándolas como parte inevitable del conflicto. Esto es lo que llama estados negacionales. Al comienzo del libro presenta una larga lista de expresiones cotidianas que dan cuenta en el lenguaje popular de nuestras actitudes negacionistas: hacer la vista gorda; hacerse el sueco; volver la cabeza; esconder la cabeza; hacer como el avestruz; dejarlo pasar; no quiero saber más; mirar hacia otra parte; ....

Lo contrario de la aceptación, afirma, es el reconocimiento. Desde Wittgenstein (y su agudo comentarista Stanley Cavell) sabemos que el reconocimiento es un acto epistémico que nos permite superar el escepticismo como actitud. En este sentido, las actitudes negacionales se alinean como variedades del escepticismo. Un tipo dañino de escepticismo, que no nace de un calibramiento deliberativo de la justificación para aceptar o no un hecho o algo como verdadero. Por el contrario, la actitud negacional es un efecto de mecanismos cognitivo-emocionales subyacentes que generan resistencias a reconocer los hechos. Las actitudes negacionales están muy próximas a lo que Sartre llamaba "mala fe", un estado en el que los sujetos niegan los que son o hacen. Las causas por las que se generan estas actitudes están por investigar. Tienen que ver con el miedo a tener que tomar decisiones o actuar de un cierto modo una vez que se acepten los hechos. Las dilaciones en la visita al médico, tan habitual en los varones (me reconozco), son un ejemplo cotidiano de actitud negacional.

Más allá de las patologías de la epistemología personal, sin embargo, las actitudes negacionales se convierten en un tema sustancial de la epistemología política cuando se generalizan y anclan como elementos estructurales de nuestra vida social en todos los estratos de su constitución. La ambigüedad consciente del término "estados" en los estados negacionales recoge esta proyección a lo social y político de estas actitudes. Se generan procesos que están entre el saber y no saber. No son negaciones claras y conscientes que pudieran ser denunciadas como puras falsedades e incluso mentiras, sino estados intermedios que bloquean el reconocimiento y escinden la mente entre el conocimiento y la ignorancia. Pero son estados que contaminan sistemáticamente a sociedades enteras. Se necesita la actitud negacional para la omisión de acciones y responsabilidades.

La lista de ejemplos resulta interminable y dolorosa. Durante la llamada "burbuja inmobiliaria" una generación entera en España comenzó a invertir de forma alocada en la compra de pisos que no necesitaba simplemente porque se había generalizado la creencia de que así se podían obtener beneficios mayores con los ahorros (e incluso sin ellos) familiares. Cualquier mirada un poco distante del momento (y recuerdo múltiples conversaciones y discusiones que tenía por aquellos tiempos de la transición de siglos) podía observar que se estaba produciendo un efecto terrible de subida de precios. Que los padres estaban quemando el futuro de sus hijos: preferían invertir en pisos aunque sus hijos no pudiesen pagarse la vivienda en las ciudades a donde habían emigrado por los aumentos de precio. Preferían los beneficios a reconocer que estaban generando el desastre. Se había producido un estado negacional colectivo y estructural. La estructura política de España ofrece, desgraciadamente, numerosas otras modalidades: el estado negacional colectivo del independentismo catalán a reconocer que la mitad de su población no es independentista y que tiene derechos de ciudadanía, lengua y educación propias; el estado negacional colectivo del resto del estado a reconocer que hay un problema estructural con la ordenación del Estado por las diversidades nacionales.

La actitud negacional ante el cambio climático como producto de una civilización insostenible es, también por desgracia, uno de los mayores vicios epistémicos de la humanidad desde que somos especie. El no reconocimiento de que estamos en una nueva era, la del Antropoceno, en la que la civilización está produciendo las condiciones de su auto-destrucción es sin duda el más peligroso de los estados negacionales. En la cosmópolis contemporánea, los ciudadanos de los países ricos no reconocen que las guerras permanentes que se han establecido en las periferias del planeta como un estado de hecho son componentes necesarios para su bienestar y consumo. Estados negacionales como orden político. Desde hace décadas las mujeres llevan denunciando la actitud negacional de los varones hacia el trabajo, la función y el valor del cuidado que realizan en todos los dominios de la vida. Cada vez que un jefe convoca una reunión o la alarga sin reconocer que lo hace para no tener que volver a casa y cuidar de sus hijos está expresando una actitud negacional. Estados negacionales como un orden civilizatorio.















1 comentario:

  1. Interesante reflexión sobre las ideas de Stanley Cohen. Encuentro un planteamiento muy similar en un filósofo español, Luis Cencillo, pero treinta años anterior (al libro de Cohen del 2001). En 1971 en su "Tratado de la intimidad" plantea el concepto de "Negatividad" y en "El hombre noción científica" de 1978 lo desarrolla un poco más.
    Cencillo plantea cómo para el humano la captación de las realidades resulta de un juego dialéctico entre afirmación y negación. La primera resulta impuesta por por las facticidades dadas, la segunda en cambio es aportación exclusiva del humano. Así, a diferencia del animal, que puede huir, atacar o destruir lo que para él es rechazable de la facticidad, el humano es capaz de negar sin destruir. Para nosotros entre lo real y lo irreal se da una gama de matices de irrealidad o de modulaciones hipotéticas de realidad, una especie de andamiajes culturales que pueden envolver cualquier realidad haciendo como si no existiera o como si fuese algo totalmente diferente a lo que es.
    La negación de la realidad presente (aun en presencia misma de lo negado, como hace la descalificación-negación axial mediante el insulto, por ejemplo) permite despreciar, rechazar, ningunear … pero cuando la realidad está ausente las posibilidades de negación aumentan. Así podemos negar su realidad (desmentimos un hecho); negar su significación (fulano no es honrado o no es de fiar); construir un andamiaje categorial en torno a la realidad (cuando tergiversamos lo que sea, de una demanda de libertad hacemos un libertino o de una exigencia de disciplina un reprimido).
    Bueno, invito a leer a Cencillo directamente.
    Saludos

    ResponderEliminar