domingo, 15 de abril de 2018

Dialéctica de la condición de estudiante



Un año antes de que The Beatles publicasen Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, en 1967, alguien de la Internacional Situacionista, a petición de de la asociación estudiantil AFGES de Estrasburgo redactó un texto que circuló profusamente como panfleto por las universidades en los preámbulos de mayo del 68. Se titulaba De la miseria en el medio estudiantil. Fue traducido y publicado en 2008 por El Viejo Topo, y prologado por Carlos Sevilla y Miguel Urbán, quienes, por cierto, en 2013 coordinarían una suerte de homenaje a aquel panfleto en las postrimerías de las revueltas contra Bolonia:  De la nueva miseria. La universidad en crisis y la nueva rebelión estudiantil. Este año, cincuenta años más tarde de Mayo68 es un momento necesario para volver sobre aquél texto (aquí). El objeto de estas líneas es plantear algunas preguntas sobre la condición de estudiante, suscitadas por el panfleto y apoyadas en la fenomenología que mi propia experiencia me permite analizar. El motivo es una vieja controversia que aún perdura, hoy renovada con agrios sabores, la de la condición de clase del estudiante, una más de otras identidades que, sin ser necesariamente proletarias, se abren al deseo de otras formas de vida. 

Merece la pena recordar aquel diagnóstico situacionista en un par de citas algo extensas:
El estudiante es un ser dividido entre un estatuto presente y un estatuto futuro netamente separados, y cuyo límite va a ser mecánicamente traspasado. Su conciencia  esquizofrénica le permite aislarse en una “sociedad de iniciación”, ignora su futuro y se maravilla de la unidad mística que le ofrece un presente al abrigo de la historia. El motivo de cambio de la verdad oficial, es decir, económica, es muy fácil de desenmascarar: resulta duro mirar de frente la realidad estudiantil. En una “sociedad de abundancia”, el estatus actual del estudiante es la pobreza extrema. Originarios en un 80 % de capas cuya renta es superior a la de un obrero, el 90 % de ellos disponen de una renta inferior a la del más simple asalariado. La miseria del estudiante está más allá de la miseria de la sociedad del espectáculo, de la nueva miseria del nuevo proletariado. En un tiempo en que una parte creciente de la juventud se libera cada vez más de prejuicios morales y de la autoridad familiar para entrar lo antes posible en las relaciones de explotación abierta, el estudiante se mantiene a todos los niveles en una “’minoría prolongada”, irresponsable y dócil. Si bien su tardía crisis juvenil lo enfrenta un poco a su familia, acepta sin dificultades ser tratado como un niño en las diversas instituciones que rigen su vida cotidiana 
Sobre esta condición objetiva se sostienen las muchas contradicciones de la vida del estudiante que el panfleto describe con sarcasmo (su vida bohemia, sus hábitos de pseudodistinción intelectual,...), pero tal forma de vida tiene una proyección más amplia que nos recuerda el texto: las recurrentes revueltas de los movimientos juveniles que llenan el mundo urbano contemporáneo:
La ideología dominante y sus órganos cotidianos según mecanismos experimentados de inversión de la realidad, no pueden más que reducir este movimiento histórico real a una pseudo-categoría socio-natural: la Idea de la Juventud (que estaría en la esencia del rebelarse). De este modo, se somete una nueva juventud de la rebelión a la eterna rebelión de la juventud, renaciendo en cada generación para esfumarse cuando “el joven es ganado por la seriedad de la producción y por la actividad, de cara a fines concretos y verdaderos”. La “rebelión de los jóvenes” ha sido y es todavía objeto de una verdadera inflación periodística que crea el espectáculo de una “rebelión” posible que se da a contemplar para impedir que se la viva, la esfera aberrante -ya integrada- necesaria al funcionamiento del sistema social; esta rebelión contra la sociedad, paradójicamente la tranquiliza porque está considerada como parcial, en el apartheid de los “problemas” de la juventud -como hay problemas de la mujer o un problema negro- y no dura más que durante una parte de la vida. En realidad, si es que hay un problema de la “juventud” en la sociedad moderna es que la crisis profunda de esta sociedad es sentida con más acuidad por la juventud

Si leemos conjuntamente estas dos citas, extraemos dos afirmaciones útiles para entender la nueva realidad social: la primera, la miseria real de la vida estudiantil, aún dentro de la opulencia de la sociedad de consumo; la segunda, la incorporación de su subjetividad a la recurrente resistencia de la juventud, como estadio más sensible a las miserias reales de nuestro mundo. A estas dos tesis, querría añadir una propia que presento a discusión: las contradicciones de la condición de estudiante, las que amplía su condición de juventud, han anticipado las que ahora y en el futuro será la de un grupo social cada vez mayor y pronto mayoritario: la condición de vida en el precariado laboral y vital. Estas observaciones sobre la condición frágil de amplias capas de la población deberían llevarnos a superar algunas discusiones, para mí bastante tontas, sobre si la izquierda ha perdido o no el norte y el contacto con la clase trabajadora. Al final, éste es el motivo último de mi recuerdo del famoso texto. 

Pido disculpas por tener que acudir al relato de mi propia experiencia, pero, a pesar de llevar toda mi vida en contacto con el medio estudiantil, sigue siendo la que mejor conozco. Las contradicciones del estudiante fueron las mías y en ellas se formó mi también tensa y a veces contradictoria visión del mundo que sospecho, al menos esa es mi esperanza, comparto con mucha gente y tal vez pueda ayudar a traer cierta sensatez a muchas proclamas que no son capaces de atender ni a las condiciones objetivas ni las subjetivas de nuestra condición contemporánea.

Recuerdo haber sido muy consciente de mis propias contradicciones como persona y como estudiante. Contradicciones que me persiguieron (y persiguen, de otros modos) a lo largo de aquellos años. En el curso 1975-76 yo estudiaba el último año, el 5º, de la carrera de Filosofía. Quienes lo vivieron, saben que fue un año muy duro, lleno de huelgas y levantamientos. Parecía por algún momento que la universidad y los obreros terminarían alzándose en una única revuelta. Tras los sucesos de Vitoria, en marzo de 1976, cuando la policía disparó sobre 4.000 obreros reunidos en asamblea en la Iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio obrero de Zaramaga, la universidad reaccionó en una unánime huelga general que recordó en muchos sentidos al mayo francés. Como a la sazón yo me encontraba muy implicado en aquellos movimientos, la editorial ZERO/ZYX, que era la plataforma cultural de un movimiento perteneciente a la corriente de la autonomía obrera, en el que militaba, me propuso que escribiera con urgencia una historia del movimiento estudiantil. Fue mi primera propuesta editorial. No llegué a terminarla debido a mis contradicciones, que son las que comparto como experiencia. Como militante (ahora se llaman "activistas") me sentía muy orgulloso de aquella encomienda, pero como estudiante no pude terminar de redactarla. Tenía que acabar el curso, lo que implicaba en la universidad en que estudiaba, no solamente aprobar las asignaturas y realizar un examen entero de carrera para convalidar el título civil (era la Universidad Pontificia de Salamanca, y teníamos que realizar aquél examen si queríamos tener el título. Por cierto, el presidente del tribunal que me examinó era Carlos París) sino también presentar una tesina. No podía permitirme dejar nada para septiembre, ni en mi casa hubiesen entendido que mis notas no fuesen sobresalientes. Así que en mayo suspendí lo que llevaba redactado y me puse a la tarea de acabar mi carrera. No llegué a relatar la historia del movimiento estudiantil, cierto, pero en las cincuenta páginas que llegué a redactar sí logré enunciar las contradicciones de la vida del estudiante que basándome en la experiencia, y sin haber leído el panfleto que comento, coincidía completamente con las observaciones que he citado más arriba. 

Desde adolescente mi vida discurrió entre el entorno de estudiantes y el entorno obrero. Por la época de Sgt. Pepper, mis amigos de finde eran dependientes de comercio y trabajadores. Más tarde, de estudiante universitario, dedicaba cuatro dias a la semana a dos clubs o asociaciones jóvenes de un barrio obrero, donde seguí manteniendo una cultura esquizoide entre mis amigos trabajadores y el mundo universitario. No coincidíamos en los gustos, o sí (tuve que aprenderme las canciones de Pablo Abraira), se reían de mí por mis comentarios políticos. Ellos tenían dinero por su sueldo, yo no. Les gorroneaba los tintos con gas y el tabaco rubio (yo solo podía permitirme el paquete de Celtas Cortos que me agredió por muchos años). Yo leía mucho y ellos no, pero me gorroneaban las explicaciones filosóficas y literarias.  En mi organización se reían de mí por mis comentarios filosóficos y me denigraban como intelectual. Y yo me reía de mí mismo por no saber dónde estaba mi mundo. Me incorporé pronto a la universidad como becario y tuve que modular o abandonar la vita activa militante. Una hija, una beca, una tesis, una mili, todo a la vez, exigen mucho tiempo. Mis contradicciones no me abandonaron en una existencia de precario que, por suerte para mí, terminó cuando obtuve un trabajo estable y dejé de ser joven revoltoso. Nunca abandoné, sin embargo, la doble mirada de quien observa el mundo desde el trabajo y desde la condición tensa de estudiante. Siempre me entendí bien con mis amigos de clase (en los dos sentidos de clase). Me tenían bien calado cuando me miraban con sorna, y yo también a ellos cuando los miraba con simpatía. Con algunos continúo la amistad y la mutua mezcla de desconfianza y simpatía.

Hoy sigo con las mismas contradicciones. Algunos de mis antiguos alumnos de doctorado, hoy amigos en una absoluta precariedad, provenientes de la clase obrera de Getafe, a quienes engañamos y engañé haciéndoles creer que si hacían los deberes tendrían un trabajo digno, me miran también con ironía. Con la misma ironía con que miran (ya sarcasmo) a los nuevos gestores políticos de la izquierda que presumen de currículo activista y de sus compromisos con ONGs o plataformas antidesahucios. Con la misma ironía con que miran a los reivindicadores de una clase obrera que posiblemente no conocen ni de lejos. Les entiendo perfectamente. Su mirada enciende de nuevo la conciencia de mis contradicciones.  Desde que fui consciente de ellas me produjo una infinita distancia la expresión "alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura" que en aquellos tiempos (no sé si ahora) proclamaba el PCE. No hay alianza posible sin entender las contradicciones mutuas, también las internas. Sin entender que las miserias objetivas son diferentes y se entrecruzan. La existencia del estudiante, hoy la del precario permanente, es una existencia con un pie dentro y otro fuera de la sociedad del espectáculo. Las crecientes proximidades no pueden ocultar, ni deben, las lejanías y tensiones.






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