domingo, 19 de mayo de 2019

Matar al ángel de la casa



Matar al ángel de la casa: todo ángel es terrible, pero no en el sentido que quizás le quiso dar el verso de Rilke. Los seres humanos somos y estamos en algún territorio intermedio entre la bestia y el ángel, en la zona gris que nombró Primo Levi en su experiencia en el campo de concentración, donde la víctima y el victimario confunden sus papeles cuando los que están abajo mutan en transmisores de la presión de la opresión en un cielo oscurecido por el miedo. Así somos: en un horizonte de ansiedad, tratamos de sobrevivir bajo la opacidad que nos impide ver cuántas opresiones que sufrimos son estructurales y cuántos de nuestros actos ocasionales, sumados, contribuyen a la reproducción de las estructuras de opresión. Zona gris en el campo, en la selva o desierto de la cultura, donde las jerarquías se funden y confunden. Zona gris entre la creación y la reproducción entre el capital y la miseria cultural.

Matar al ángel de la casa: es una expresión que han usado reiteradamente Rosi Braidotti y Remedios Zafra como ilustración de la necesidad de que las mujeres dejen de considerar que sus trabajos de cuidado están bien pagados con cariño. Remedios Zafra lo extiende, en El entusiasmo, a todos los trabajos que hacemos más allá de la lógica del mercado y que entran en la lógica excedente del don, ya colonizados por el nuevo capitalismo y su progresivo control de nuestra creatividad y entusiasmo. Trabajos del amor en la zona gris donde producción, reproducción y consumo se entremezclan. En el mismo sentido cabría extender la recomendación a todos los que recorremos la cultura bajo esta nueva extraña forma de prosumidores, que ya todos somos: producimos cultura al consumir (redes sociales) consumimos al producir. La división social del trabajo entre expertos y legos, entre la alta y baja cultura cada vez se difumina más al tiempo que el espacio de la cultura está cada vez más desacompasado con el ritmo de los aparatos ideológicos del estado, inventados en una era donde todavía había estados autónomos y donde las instituciones prevalecían sobre los medios y los nuevos entornos informacionales.

Matar al ángel de la casa: dejar en un desván el viejo sueño romántico del arte por el arte, la vida donada a la cultura que recibe su premio en forma de prestigio, reconocimiento, citas, ..., ojos, dice Remedios Zafra. Escribiendo o produciendo como un ángel para la comunidad de los santos. Dejando lo amateur para las tareas bajas de la vida. Matar al ángel es dar un paso más allá, en el territorio donde los ángeles no se atreven a mirar,  a donde el programa romántico de la formación del ciudadano (la Bildung que habría de educar la sensibilidad donde se reconciliarían las contradicciones) no llega porque es el reino de un capitalismo cultural que solamente se reproduce convirtiéndonos a todos en consumidores y productores de cultura. No importa la división del trabajo: la adolescente del barrio que se diseña las camisetas, el chaval que ensaya ritmos en el garaje prestado, el/a que escribe poemas o anota en su diario, becarias redactando tesis y haciendo currículo, precarios apuntode conseguir un bolo, un trabajillo para el próximo mes, jubiladxs que se apuntan a y apuntan una segunda oportunidad cultural, poseedores de capital cultural, índice-H y enorme impacto en las citas, periodistas que sueñan con determinar la historia desde su columna. Escribo estas líneas habitando también en la zona gris, entre quien escribe y quien lee, entre quien enseña y aprende, entre quien tiene un cierto, aunque mínimo, grado de poder sobre las vidas y aprendizajes ajenos y quien sufre como mucha gente las derivas de la sociedad contemporánea. Pienso en un lector, un enunciatario, para expresarlo en jerga, muy diverso: ¿quién escribe? ¿quién lee? ¿quién debería escribir? ¿cómo debería escribir? ¿quién soy yo para decirle a nadie qué leer, escribir o cómo hacerlo? Y sin embargo es también mi responsabilidad, la de transmitir y cooperar en las artes que no son solo del consumo sino que también son las de la producción.

Matar al ángel de la casa: escribir para sí/ escribir para/en otros. Usar el teclado, el boli, el rotulador o la pluma como un exceso, como algo que queda más allá del mercado de las ideas, los factores de impacto, los likes y retuits, las ventas y firmas en la feria. Escribir simplemente para saber quién es uno, para saber qué piensa uno, porque si no se escriben las palabras el cerebro mezcla las ideas y confunde las impresiones y las certezas, deja lo importante en el olvido desbordado por lo urgente. Escribir no para la posteridad ni para la humanidad. Matar al ángel de la casa. Escribir, como escribía Celaya, como respiramos trece veces por minuto, porque la palabra escrita es igual de necesaria.

Matar al ángel de la casa. Me ha tocado estos días escribir un obituario de un intelectual famoso y determinante de un momento de nuestra cultura. No lo voy a repetir aquí. Me ha tocado sumergirme en la historia intelectual y sociológica de la generación que vivió antes que yo y en los comienzos de la mía, en sus escritos, en las hagiografías y críticas, en los textos de quienes estaban a su lado o en otras orillas. Sentía mientras escribía la agonía del ángel de la historia, recordaba los hermosos versos de Paco Ibáñez: Manifiestos, escritos, comentarios, discursos/ humaredas perdidas, neblinas espantadas/ qué dolor de papeles que ha de llevar el viento/ qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua/ Las palabras entonces no sirven, son palabras.../ Ahora sufro lo pobre, lo mezquino lo triste/ lo desgraciado y muerto que tiene una garganta/ cuando desde el abismo de su idioma quisiera/ gritar lo que no puede por imposible y calla. Así la triste venganza de la historia que desdibuja las palabras como el agua de la lluvia en el cuaderno. Solo quedan aquellos breves retazos donde la escritura se hizo sincera y trabajó las vivencias para convertirlas en experiencias.

Matar al ángel de la casa. Gloria Anzaldúa llamaba a toda mujer para que se comprara un bolígrafo y un cuaderno y comenzase a escribir todos los días. Escribir, dibujar, lo que sea. Matar el ángel romántico y apropiarse de lo que fueron las técnicas que nos hicieron humanos: escribir, dibujar, construir palabras donde sólo había quejas e imágenes donde solo había miedo. “Todo hombre es filósofo” escribía Antonio Gramsci. También toda mujer. No lo saben, pero lo son. Solamente necesitan esas leves mercancías que son un boli y un cuaderno.

Matar al ángel de la casa: el intelectual orgánico


No hay comentarios:

Publicar un comentario