La escritura permitió la expresión del pensamiento humano en
dos líneas fundamentales: el pensamiento narrativo y figurativo, por un lado, y
el pensamiento conceptual. Las dos formas de expresión son hijas de la
escritura y de la sociedad ilustrada, aunque los relatos hayan sido el modo de
comunicación cultural básico de las sociedades sin escritura. Relatos, mitos,
parábolas, proverbios y aforismos forman parte de un estilo de comunicar ideas,
y muchas veces de crearlas. Del mismo modo, el desenvolvimiento de conceptos
que agrupan mucha información en categorías que tienen los límites más o menos
definidos es el otro modo de pensar que nació con las ciencias y el derecho. La
filosofía, por su parte, se ha desenvuelto en sinuosas líneas que atraviesan
los dos territorios. En tanto que fenomenología, es decir, en tanto que
actividad que se fija en comportamientos o características que muestran algo
sobre los humanos y sus sociedades, ha usado a lo largo de la historia el
pensamiento narrativo, imaginístico, figurativo o aforístico. En tanto que
hermenéutica o análisis del mundo, la sociedad y el alma, ha tendido al pensamiento conceptual característico de las ciencias y el derecho.
Las dos formas
coexisten, aunque no siempre lo hacen pacíficamente. En el contexto de la
filosofía académica, por ejemplo, domina el pensamiento conceptual. Es casi
imposible publicar en una revista con revisión ciega en un estilo aforístico o
figurativo. Quienes desean realizar una carrera en el mundo de la investigación
filosófica deben aprender a afinar los instrumentos del pensamiento conceptual
y a desarrollar un estilo particular de escritura que evite lo más posible las
afirmaciones paradójicas y esotéricas, el uso no aclarado de ejemplos y figuras
y las sentencias proverbiales.
Por el contrario, en los contextos de pensamiento histórico
o cultural raramente se encontrarán análisis conceptuales pormenorizados. El
estilo bascula hacia la acumulación de relatos, anécdotas, imágenes, mitos e
intrigantes aseveraciones. Las ideas no se desvelan abierta y analíticamente
sino a través del desarrollo del discurso y al amparo de las intuiciones que
despiertan.
En un estilo intermedio está el estilo filosófico que
desarrolla el discurso en la forma de encadenamientos de citas, alusiones y
comentarios a los escritos de múltiples autores de la historia de la filosofía.
No es un estilo analítico y conceptual, pues no son los conceptos sino las
palabras y contextos de los autores lo que conforma el armazón de la escritura.
Se citan conceptos pero raramente se usan, son más bien relatos sobre cómo las
palabras han tenido una historia a través de los textos. Es el estilo que
predomina en lo que asociamos al pensamiento posmoderno, en donde la
intertextualidad, la metaescritura y la cita intelectual constituyen los
recursos más empleados y efectivos.
Poco a poco, la especialización ligada a las formas
contemporáneas de los campos académicos ha ido produciendo una progresiva
incapacidad para leer filosofía en formatos que no sean el del estilo propio.
La pulsión por el reconocimiento ha infligido profundos cortes en la corteza
cerebral de quienes se dedican a pensar y escribir de modo que reducen sus
lecturas y citas a quienes, a su vez van a leerles y citarles. Es tan raro
encontrar una leve discusión de un texto del otro equipo, que no sea como
parodia o denostación que cuando uno se encuentra un hallazgo de este tipo
inmediatamente nace un interés por seguir leyendo. Pero son muy extrañas estas
serendipias.
La sociología de los campos intelectuales y las derivas del
sistema académico hacia el “publish or die” explican en parte esta progresiva
pérdida de oído al lenguaje ajeno. Si lo observamos con perspectiva histórica
es una nueva forma de barbarie y no de avance. De vez en cuando leo las revistas
que hoy consideramos grandes revistas analíticas en sus primeros tiempos, en
los años treinta del siglo pasado e incluso del XIX. Uno recibe la agradable
sorpresa de encontrar publicados textos de todas las líneas y procedencias y de
vez en cuando debates entre autores que se olvidan de su campo y juegan en el
ajeno. Irish Murdoch escribía sobre Sartre y Simone Weil para el público de
Cambridge en los años cincuenta. Henry Lefebvre tiene discusiones sobre
filosofía analítica. Hoy es casi imposible encontrar casos similares.
Esta barbarie creciente ha sido particularmente dañina en
los países periféricos. En nuestro caso España, Portugal, Latinoamérica. Pero
podríamos decir cosas parecidas de la periferia de los imperios anglosajones.
Hace cien años, por decir una fecha, la lejanía poscolonial permitía actitudes
abiertas que lograron maravillas de pensamiento libre de escuelas. Para no
pillarme los dedos con citas que pudieran volverse en contra mía, citaría el
pensamiento español de comienzos del siglo XX: Juan de Mairena, por ejemplo,
como pensamiento abierto; o La agonía del cristianismo; o La rebelión de las
masas. Escritores como Javier Muguerza (más en su primera fase) pertenecen a
esta tradición. Hoy día la uniformidad se ha extendido como se ha extendido una
peste. La pérdida de oído para entender el lenguaje del otro paradójicamente convive
con el hecho de que casi todas las corrientes tratan ahora del problema de la
UN otredad y el pluralismo como problemas centrales del pensamiento.
No es fácil deliberar sobre la cuestión de si ha habido
algún progreso en filosofía. En sociología de la filosofía, sin embargo, se
puede concluir que lo que se está produciendo es una pérdida progresiva de
diversidad de escritura y, sobre todo de capacidad hermenéutica.
La obra es de Lidó Rico.
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