domingo, 8 de marzo de 2020

Confianza y crisis



Qué extraño es el estado afectivo que llamamos confianza. No existiría ninguna institución, grande o pequeña, sin confianza. La amistad, el amor, las comunidades más elementales, los grandes sistemas sociales, se sostienen y reproducen sobre la confianza. Es el cemento de la fábrica social. Y sin embargo qué vulnerable, frágil y difícil de recomponer cuando se fractura.

La confianza es la emoción contraria a la familia emocional de la ansiedad. Es, para decirlo muy rápidamente, la emoción que despierta el orden de las cosas. La función principal del cerebro humano es anticipar y ordenar al cuerpo prepararse para lo anticipado. El orden de las cosas permite una anticipación fluida y por ello se reacciona con la tranquilidad que produce la confianza, incluso aunque lo que se anticipe sea un esfuerzo, como cuando tenemos que subir unas escaleras.

En el plano primario personal e interpersonal, la confianza la activa el saber que el otro responderá adecuadamente a nuestras expectativas en lo que esté en su mano. Los vínculos afectivos más elementales humanos nacen para generar confianza. El apego, el amor y la amistad son vínculos emocionales que han ido evolucionando para producir estados de confianza, que son los que permiten establecer la compleja organización de tareas que constituyen las sociedades desde sus más elementales estadios como son la reproducción y crianza de los hijos hasta los más complicados como son la división social del trabajo, la economía y la política. Las religiones nacieron para generar confianza incluso bajo las incertidumbres de un mundo lleno de peligros. En el origen de los dioses está el contener el caos e introducir el orden en el mundo. No hay religiones sin algún Génesis que explique cómo se domesticó la fuerza del azar y el desorden. Los estados nacieron a la par que las religiones como promesa de orden, incluso al precio de la opresión y el dominio de castas poderosas de nobles, guerreros y sacerdotes.

La modernidad trajo una inversión de las fuentes de la confianza: allí donde estaba el destino y la Providencia, aparecieron la trama sociotécnica y los estados nuevos basados en el conocimiento y el biopoder. Sobre la superficie del Planeta se generó una capa artificial compuesta de un complejo sociotécnico de artefactos, procesos e instituciones. Cuando Jameson escribió su repetida frase de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo estaba refiriéndose, probablemente sin ser consciente de ello, a los lazos sociotécnicos producidos por la modernización, tales que parecen sustituir a la Naturaleza en su capacidad de decidir el futuro de las gentes. El orden establecido produce confianza y ello explica nuestras sumisiones voluntarias incluso al precio de los daños y desigualdades que produce este orden.

Tenían razón Marx y luego Schumpeter cuando se referían a la modernidad como una destrucción continua de las viejas formas de orden y la constitución de otras nuevas. No explicaron, sin embargo, que las nuevas formas de orden se asientan sobre redes de relaciones cada vez más complejas que crean nuevas formas de dependencia en varios niveles ontológicos. Mientras que las sociedades premodernas se asentaban en formas de orden híbridos en los que los fuertes lazos sociales se articulaban con las regularidades y contingencias naturales, en las sociedades modernas, los lazos sociales tienen menos importancia que las dependencias sociotécnicas. Entiendo por estas dependencias articulaciones de entornos técnicos y entornos institucionales que median unos con otros.

Lo que llamamos globalización es la forma contemporánea de la corteza sociotécnica que produce los grados de orden que hacen posible un planeta habitado por siete mil setecientos millones de personas. Las dependencias de este complejo orden son a la vez robustas y frágiles. Desde hace décadas se ha instalado a la vez una suerte de ansiedad continua por el riesgo sistémico (lo que se llamó "sociedad del riesgo") y una confianza no menos extendida en que los sistemas sociales encontrarán formas de restaurar el orden en tiempos de crisis. En la variedad humana, encontramos personas y movimientos que se instalan en la ansiedad y el milenarismo y otros extremos que se sitúan en la confianza ciega en el sistema.

Como nos han enseñado quienes estudian estos temas, el caos y la complejidad se encuentran muy cercanos. El caos se define como la sensibilidad (o hipersensibilidad) de un sistema a las condiciones iniciales, algo que suele explicarse con la metáfora del vuelo de la mariposa que produce un huracán. Pequeñas variaciones locales producen enormes perturbaciones en el sistema. Hay sistemas caóticos muy simples, como un péndulo compuesto, y sistemas en el borde del caos muy complejos como los sistemas vivos, los sociales y los sociotécnicos.

Llamamos crisis a las perturbaciones que ponen a prueba la robustez o fragilidad de los sistemas y los sitúan en los bordes de la fractura o, por el contrario, de la recuperación y resiliencia. En las crisis, la confianza comienza a perderse con velocidades epidémicas y en las sociedades se instalan estados de ansiedad e incluso, localmente, de pánico y desesperación. Es entonces cuando se pone a prueba la fábrica misma de lo humano que se sostiene sobre una inusitada capacidad de socialización. En las catástrofes, se descubre lo peor y lo mejor de la especie humana. En algunas zonas emerge la depredación y la violencia, en otras la parálisis que genera el pánico, pero en otras nace la cooperación y la generosidad sin límites. Se descubre también el reservorio de conocimientos y habilidades comunes que reside en las sociedades. Los recursos comunes cognitivos, que cada vez más están siendo apropiados para intereses particulares, se movilizan para responder a las exigencias del momento.

El mundo contemporáneo ha vivido crisis de una proporción enorme. Ha soportado dos guerras mundiales y un número ilimitado de guerras locales, ha visto nacer y desarrollarse crisis económicas generalizadas y cambios radicales en el entorno sociotécnico. No es por ello extraño que modernización y ansiedad sean casi sinónimos, como detectaron tempranamente Simmel y sus discípulos, entre ellos, de forma sobresaliente, Walter Benjamin.

Una apreciación esencial sobre la relación entre confianza y orden es que la confianza es siempre un subproducto. Como en el mal chiste del cojo, que en una situación de pánico grita "no corráis que es peor", la confianza no puede pedirse u ofrecerse, sino que es un resultado no querido de nuestras capacidades de autoorganización. Como el sueño, no viene cuando contamos ovejas sino cuando dejamos de hacerlo. Para producir confianza, lo que hacemos es cambiar el mundo, ordenarlo. Las crisis revelan la pasta de la que estamos hechos: gente que se paraliza y es incapaz de actuar bajo condiciones de ansiedad; gente que convierte la ansiedad en indignación e ira contra todo y gente a la que la ansiedad despierta capacidad de organización, generosidad y control del miedo. La variedad humana es ilimitada, aunque en los malos tiempos deseamos estar cerca de esas personas que son las que, incluso cuando el mundo parece deshacerse, despiertan la confianza. Así nació la política para sustituir a la dominación y al terror al destino.













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