Supervivientes
El término que usa Linda M. Alcoff para referirse a las
mujeres que han tenido experiencias de violencia sexual es
“supervivientes”. En su libro Violación
y resistencia desarrolla las ventajas de este concepto frente al mucho más
ambiguo de “víctima”, que, si bien describe objetivamente el daño recibido,
construye un calificativo que posiblemente pueda ser estigmatizante para
quienes sobreviven con ese daño. “Supervivientes” es, por el contrario, un
término de futuro y de resistencia. Alcoff rechaza que las supervivientes
tuvieran que constituir algo así como un “partido de las violadas” y sin
embargo el término da cuenta de las sororidades que hacen posible que quienes
han sufrido la violencia puedan reconstruir planes de vida e identidades
sociales.
El concepto puede extenderse a otras formas de opresión, que
comparten la dialéctica de la opresión y la resistencia. La literatura popular
postapocalíptica, entre la que encontramos un espectro de calidades amplio,
desde The Road de Cormac Mccarthy hasta los géneros cinematográficos Mad
Max o zombis, ha reflejado un imaginario
del desastre que distingue ideológicamente entre los prepers o nuevos
robinsones que acumulan armas y alimentos y consideran a los vecinos como
enemigos y los nuevos utopismos de comunidades de resistencia que con más o
menos ingenuidad tratan de reconstruir lazos sociales bajo un paisaje de ruina
y derrota. No es tan interesante el valor de todos estos géneros como el que
sean un signo claro de los espacios conceptuales con los que se elabora la
experiencia histórica en el tiempo contemporáneo.
Si es cierto que estos componentes forman parte del
imaginario, cabe hablar del potencial político de la propuesta de Alcoff
referido interseccionalmente a las diversas formas de opresión. En la violencia
sexual hay una presencia de lo personal: el violador, los violadores y quienes
la sufren, hay también un daño colectivo a las comunidades y familias de estas
personas; hay también un elemento estructural que proviene del patriarcalismo,
de la educación que ha formado a los varones y de la insensibilidad social al
problema. En otras formas de opresión el componente estructural adquiere más
peso que el personal: el patriarcalismo, el supremacismo racial y el
capitalismo forman parte de la fábrica social y son máquinas de producir
desigualdad, explotación, discriminación y opresión estructurales.
El concepto de víctima no es erróneo. Ciertamente, es muy
útil para calificar a quienes padecen la desigualdad y la injustica, pero
mantiene connotaciones demasiado asociadas a lo jurídico y encaminadas a buscar
culpabilidades personales, pero sobre todo no describe el potencial histórico
de la estructura de opresión. Por esa razón Marx ya desde los Manuscritos (y con Engels en el Manifiesto) no usa el lenguaje de víctimas sino el de clase
entendido como un concepto de agencia colectiva que representa intereses
globales. En La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels había
hecho un recorrido por la miseria material y moral que producía el capitalismo
industrial en el proletariado. Su texto, juvenil, pertenecía aún al género de los informes de pobres que llevaban ante la opinión pública situaciones que quedaban ocultas
a los ojos de quienes vivían en espacios y estratos sociales confortables. La
transformación posterior conceptual de Marx y Engels es trascender lo que sería una
apelación a la compasión o la empatía para desarrollar análisis conceptuales
que explicasen cuál era el potencial histórico del asociacionismo obrero que
por los mismos tiempos comenzaba a surgir en la forma de cartismo, aún ingenua,
pero que en pocos años se convertiría en el potente movimiento obrero
internacional. Las mismas transformaciones podemos encontrar en el feminismo
histórico que surge del sufragismo y en el movimiento decolonial que encuentra
insuficientes las simples independencias nacionales o las leyes de igualdad
superficial.
Ruinas de humanismo y supervivencia
Las críticas al humanismo que hemos visto en muchas tradiciones
culturales tanto debidas al pensamiento filosófico en la tradición nietzscheana
como surgidas en los movimientos sociales feministas y decoloniales (El
contrato sexual de Carol Pateman, El contrato racial, de Charles
Mills y tantísimos testimonios contra quienes hablan desde el “punto de vista
de la humanidad”), así como las fracturas conceptuales de la noción de clase
tal como se concibe a veces imaginariamente desde los estereotipos del
capitalismo industrial, parecen haber arruinado uno de los elementos
sustanciales de la actitud humanista.
El humanismo histórico suministraba argumentos a los
movimientos sociales que cíclicamente surgían en las distintas formaciones
sociales promoviendo la idea utópica de una educación de la humanidad. Los
muchos movimientos sociales campesinos o urbanos del siglo XVII, muchas veces
con una base religiosa se presentaban como movimientos emancipatorios mesiánicos
que anunciaban un nuevo mundo. Uno o dos siglos antes las ciudades de la
Lombardía italiana resistían la violencia feudal del imperio en nombre de la
libertad y de la cultura clásica. Siglos después, las revoluciones americana y
francesa adoptaban también este lenguaje humanista y, más tarde, la Internacional
seguía fiel a esta memoria:
Agrupémonos todos
en la lucha final.
El género humano
es la internacional
Walter Benjamin había reparado en este potencial
trascendente y su filosofía mesiánica historia consideraba que era la clase
obrera la que estaba destinada a cumplir la historia, al modo en que Marx
consideraba que la revolución será el comienzo real de la historia humana.
Es difícil mantener este lenguaje épico en un marco
interseccional de críticas a los olvidos y cegueras del humanismo y al mismo
tiempo es difícil mantener la legitimación social de los movimientos sin apelar
a un espacio transversal más amplio que el del movimiento en cuestión. No es
casual que Frantz Fanon en Los condenados de la Tierra y Piel negra, máscaras blancas acuda al humanismo existencialista como marco
teórico para el pensamiento crítico de raza y el anticolonialismo en el que se
insertaba su trabajo teórico y práctico.
No es casual porque en el fondo del problema está el concepto de sujeto
histórico. En todos los movimientos sociales hay un germen de universalidad
sin el que no es posible legitimar la agencia y sin el que el movimiento
permanece en un estadio de lo que la filósofa política y feminista Wendy Brown
llama estados del agravio. Superar esta fase implica una apelación al
resto de la sociedad para solidarizarse con las reivindicaciones.
En esta línea, una parte del feminismo teórico representado
por Judith Butler, Donna Haraway, Rosi Braidotti ha sido muy consciente de esta
dialéctica entre la ruina del humanismo y la necesidad de trascendencia
reivindicativa. En un paso inclusivo reivindican las fuerzas de la vida, la
solidaridad de especies y la alteridad. La inclusividad en este caso es la
forma que adopta en la época contemporánea un humanismo abierto, interseccional,
suspicaz consigo mismo, que no define los límites de lo humano, que se niega a
pensar en esencias y adopta un humanismo relacional.
Es entre estas ruinas entre las que cabe hablar de
supervivientes del capitalismo, supervivientes del patriarcalismo,
supervivientes del supremacismo como los horizontes agenciales y los conceptos
que nos permiten hablar de los nuevos sujetos históricos que caminan entre las
ruinas del humanismo.
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