Sísifo, Ribera, Museo del Prado
Platón dedicó una buena parte de su obra a refutar a
Protágoras. Es una pesada ironía que casi todo lo que conocemos de
este filósofo de Abdera se lo debamos a su adversario discípulo de Socrates. Es como si los
escritos y comentarios sobre Marx hubiesen desaparecido y solo conservásemos la
obra de Isaiah Berlin. Que no es poco, aunque paradójico. Platón habla sobre él
directamente en varios diálogos, pero sobre todo en el Protágoras, donde le permite un largo discurso que comienza con el mito de Prometeo y
defiende la virtud ciudadana y la capacidad de educarla. En él, Protágoras se dirige
a Sócrates quien le había preguntado si si creía que puede enseñarse algo que concierne al
gobierno de la ciudad:
Conque, medita del modo siguiente: ¿acaso existe, o no, algo de lo que es necesario que participen todos los ciudadanos, como condición para que exista una ciudad? Pues en eso se resuelve ese problema que tú tenías, y en ningún otro punto. Porque, si existe y es algo único, no se trata de la carpintería ni de la técnica metalúrgica ni de la alfarería, sino de la justicia, de la sensatez y de la obediencia a la ley divina, y, en resumen, esto como unidad es lo que proclamo que es la virtud del hombre (324 d-325 a)
Sabemos que Protágoras, probable discípulo de su paisano Demócrito,
filósofo peregrino que iba de ciudad en ciudad alquilando sus lecciones, que
estuvo cierto tiempo en Atenas y fue amigo de Pericles, que tal vez coincidió (y
quizás compitió) con Sócrates, más joven que él, enseñaba no solamente las
artes del discurso sino también la filosofía política y moral de la democracia.
Sabemos, por una sola frase, que Protágoras es el iniciador de esa extraña
actitud en filosofía que llamamos humanismo: πάντων χρημάτων μέτρον ἔστὶν ἄνθρωπος, τῶν δὲ μὲν οντῶν ὡς ἔστιν, τῶν δὲ οὐκ ὄντων ὠς οὐκ ἔστιν. El hombre es la medida de todas las cosas, de las que
son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son.
En esta frase hay mucho por decir, pero es ante todo una
ventana para responder a preguntas fundamentales; ¿dónde se origina el valor en
el mundo?, ¿por qué ordenamos y juzgamos nuestros deseos, acciones y planes?,
¿por qué nos desgarramos al elegir entre cuidar a nuestra madre o irnos a la calle con la resistencia?
Marx, también un seguidor de Demócrito, también uno de los
humanistas de la historia, sostenía que en un comienzo los valores estaban
relacionados con las necesidades humanas. Los humanos producen transformaciones en el mundo para satisfacer sus necesidades. Así llegaron al mundo los valores de uso. Más
tarde llegaron los valores de cambio, una poderosa fuerza que destruye todo
volviéndolo una pura equivalencia abstracta que nos hace olvidar el valor de
las cosas y las personas. Marx el hegeliano parecería que convierte la historia
en la única escala del valor y a veces da la impresión de que la fuerza
histórica es una suerte de destino que vuelve inefectiva cualquier resistencia.
Más recientemente, algunas variedades del ecologismo también
sugieren en ocasiones que su escala es cósmica: es Gaia y no una miserable
especie de depredadores como los humanos lo que importa. Por eso necesitamos
repensar la frase de Protágoras.
¿Acaso esta especie depredadora ha sido capaz de aprender
algo de su corta historia? Una parte del pensamiento y la cultura lo niega. Lo
niega el cristianismo, que considera que la humanidad nació en el pecado y está
irredenta, y que solo un dios podrá salvarla. Una gran parte de la filosofía se
sitúa del lado de quienes afirman la condición caída e irredenta de la
humanidad y dentro de esta corriente no son pocos los que niegan que la
humanidad sea capaz de aprender algo.
La otra corriente, el perfeccionismo, sostiene que el ser
humano, las personas, sociedades e incluso la especie son capaces de aprender y
mejorar su comportamiento, de encontrar y darle sentido a su existencia
respecto a un orden moral de valores. Pero ¿cómo y por qué aprendemos? Quienes
defienden la vía negativa (Popper, Adorno) sostienen que solo aprendemos de los
errores, del sufrimiento y el daño. El propio y el de los otros.
Puede ser, no estoy seguro. Recogiendo algunas ideas de los
pesimistas y de las tesis de la condición de ángeles caídos, tiendo a pensar
que no se aprende de los errores y del sufrimiento. Poco del propio y aún menos
del de los otros. Una y otra vez observamos el terrible espectáculo de la
historia como una historia de horror y destrucción. No. No es el sufrimiento
por sí la fuente de aprendizaje, es la lucha contra el sufrimiento donde sí
encontramos alguna lección para mejorar nuestra condición. Del sufrimiento como tal solo se aprende la desesperación, como del ejercicio de la violencia solo se aprende la crueldad. Es en el ejercicio
de la resistencia contra el daño donde se abren todos los frentes prácticos
y teóricos en los que se resuelve la posibilidad de una mejora personal,
colectiva, histórica.
Bien es cierto que en esta historia de resistencia contra el
daño descubrimos muy pronto la fragilidad y debilidad de nuestra agencia, la flaqueza
de nuestras fuerzas y el inmenso poder del poder dominante y su arrogancia y
violencia. Este descubrimiento es originario, es nuestra primera experiencia
como humanos: ¿qué podemos hacer contra este Leviatán que es la historia, que
es el eterno retorno de los males de la humanidad?
Esta experiencia abre la pregunta por la escala de la
agencia. Para algunos, la escala debe ser la historia: “hagámoslo por la
revolución futura, por la tierra prometida”. Para otros, la escala es el mínimo
comportamiento con cierta decencia en la vida “pide que tu vida discurra sin
hacer un daño consciente a otros. Nada más puede hacerse ni esperarse”. Algunos
otros, un poco más rebeldes, consideran necesario y suficiente una continua
secuencia de fricciones y pequeñas rebeldías. Judith Butler, así, habla de la
resignificación continua en la repetición de los agravios.
En esta eterna lucha del poder y la resistencia, junto a la
emergencia de los valores necesitamos también escalas y medidas que nos den
evidencia de la capacidad de la agencia humana. Albert Camus el pesimista,
descree de las escalas y medidas y considera que la condición humana es la de
Sísifo esforzándose sin cuento en empujar la pesada carga de la historia. Pero
no podemos aceptar la alternativa entre el determinismo y la resignación. Es la
lección de Protágoras. Sabemos de la fragilidad, mas esperamos sacar fuerzas
de la flaqueza.
Las escalas y las medidas, como sabemos, son la base
fundamental de la ciencia. No hay experiencia científica sin medición de
valores. Las medidas, nos enseña la física, son producciones culturales a través de largos
procesos de descubrimiento en los que encontramos formas de calibrar las distancias, instituir unidades de comparación y, a partir de ellas, construir escalas y medidas. Las medidas se mezclan y amplían en diversos órdenes dimensionales: la
posición, decimos, se mide en metros, la velocidad en metros por segundo, la
aceleración en metros por segundo al cuadrado. Los valores que nos importan en
la vida: la justicia, el apoyo mutuo, la sensibilidad, el sentido, son valores
multidimensionales, que se asientan sobre capacidades de resistencia y agencia.
Pero no podemos comprenderlos, aceptarlos y mejorarlos sin escalas. Y esta es
la lección de Protágoras: ni el cosmos, ni la historia, ni la contingencia
inmediata son escalas válidas para medir nuestra agencia. Necesitamos pensar,
construir la escala humana. Esta es una tarea práctico-teórica que, al modo de
otras formas de vida, se auto-crea y auto-descubre. La escala humana es una
escala improbable, paradójica, vulnerable y robusta a un tiempo, que nace de la
autopoiesis, la autoorganización y la autogestión. Hemos olvidado por qué fue condenado Sísifo y nos hemos quedado solo en su castigo: a Sísifo le condenaron porque por dos veces venció a la muerte a través de la astucia. Es por eso por lo que Sísifo sonríe.
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