Mientras escribo estas líneas se desarrolla un cierto debate acerca de la preparación de los votantes para decidir el futuro de los países, tal como se está configurando la cultura política creada por los medios de comunicación, las plataformas y otras modalidades de mediación que general, al decir de algunos, incompetencia política por parte de los votantes. El referéndum del Brexit, la elección de Trump y otros personajes del populismo conservador contemporáneo ha llevado a algunos teóricos como Jason Brennan a plantearse si acaso no habría que restringir los derechos de voto a aquellas personas que acreditasen una cierta cultura política. Con ocasión del voto mayoritario a Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, se han alzado algunas voces desde la izquierda en la misma línea de Brennan, acusando de autoengaño y falta de inteligencia democrática a una parte del pueblo. No hay que banalizar estas declaraciones porque pueden terminar poco a poco constituyendo una opinión generalizada que llevaría a promover formas de epistocracia o de una cierta oligarquía intelectual que se sumaría a las otras formas de oligarquía económica, política, tecnológica y militar que articulan nuestras sociedades.
En este contexto, José Luis Moreno Pestaña ha escrito en el
breve plazo de dos años sendos libros centrales para reexaminar la cultura
política de la democracia. Ambos constituyen una misma obra que reflexiona
sobre el presente democrático contra el trasfondo del imaginario de la Atenas
democrática que durante varias décadas constituyó el foco educativo político de
la Antigüedad. En la primera obra, Retorno a Atenas. La democracia como
principio antioligárquico, (Siglo XXI, 2019) Moreno Pestaña recorre la obra
de autores postfundacionalistas franceses en quienes el imaginario de Atenas ha
servido de andamio retórico, histórico y político para pensar las democracias
contemporáneas. Entre otros, la obra concede la importancia que merecen a Foucault,
Castoriadis y Ranciére. La obra tiene un interés autónomo en teoría e historia
del pensamiento político cuyo examen queda fuera del objetivo de estas breves
reflexiones. El mensaje general de libro, sin embargo, sí es algo que merece la
pena comentar por su potencia productiva. El examen que hace Moreno Pestaña de
la historia de Atenas leída por el pensamiento contemporáneo es que el hilo
conductor que encontramos en aquella mítica polis es el de la
constitución de la política como un principio antioligárquico. El Ática vivió
estas centurias siempre como un conflicto interminable entre un pueblo de
campesinos y pequeños propietarios y una aristocracia comercial que trataba de
imponer su voluntad dirigente. Las diversas reformas democráticas de los
grandes legisladores fueron siempre en la dirección de limitar el poder de la
aristocracia pero, sobre todo, también de limitar las posibles degeneraciones
de la democracia. El salario a quienes participasen en la Asamblea y, sobre
todo, la introducción del sorteo, son pensados por Moreno Pestaña como
mecanismos de autocontrol de las instituciones para evitar que se instaurasen
nuevas modalidades de oligarquía.
En el segundo libro, Los pocos y los mejores.
Localización y crítica del fetichismo político (Akal, 2021) el autor es
consciente de que no hay soluciones fáciles al problema de la corrupción de la
democracia y por ello escribe un texto profundo, dubitativo, matizado, en el
que se introduce en el vasto territorio de las discusiones contemporáneas sobre
la formación del votante y el funcionamiento de la democracia. El libro explora
los claroscuros que existen en zona amplia que media entre una epistocracia o
democracia de los expertos y una democracia radical y tal vez populista que no admita
ninguna pretensión de superioridad moral o epistémica por parte de los agentes
políticos.
El relato de Moreno Pestaña va iluminando las tensiones
constitutivas de las democracias contemporáneas. La contradicción fundamental
la encuentra el autor entre dos principios que parecen evidentes pero que
generan una tensión constitutiva que puede destejer la trama de las sociedades que
aspiran a un control de las tendencias oligárquicas. De un lado, el hecho de
que una sociedad democrática exige mucho conocimiento tanto político como experto
en cuestiones prácticas. La política, advierte Moreno Pestaña, contiene un
saber hacer que puede convertirse en una suerte de capital político que estaría
sometido a las mismas dinámicas fetichistas que el capital económico: el olvido
de su origen en las prácticas sociales. El problema del conocimiento en la
democracia forma así un polo de tensiones que se enfrenta, de otro lado, a la
incuestionable evidencia de que la gente cotidiana no tiene tiempo ni quizás
impulsos para participar en política y adquirir los conocimientos que llevaría
la gestión y la dedicación más o menos profesional.
Planteados así los polos de conflicto, cabrían dos posiciones
extremas: la primera, sería sancionar la creciente especialización y
profesionalización de la política, que haría que las democracias estuviesen
orientándose hacia formas de oligarquía política, en las que los partidos se
convierten en una suerte de campos de competencia o de mercados de capital
político. La epistocracia sería entonces una forma extrema y degenerada de reconocer
que lo que ya está ocurriendo debería ser sancionado mediante alguna
constitución censitaria de las democracias avanzadas. En el otro extremo, las conmociones
políticas que recorrieron el mundo hace diez años, los movimientos Occupy,
la plaza Tahrir, el 15M en Sol, conllevaban un deseo amplísimo de radicalización
de la democracia, de participación en todas las instancias, de control
asambleario de las instancias de representación (“o nos representan”).
Independientemente de los avatares posteriores de estos movimientos, la
presencia de un ideal de radicalismo antioligárquico ha resurgido como
expresión de una corriente que nunca ha desaparecido de la historia, desde la antigüedad
romana y griega, pasando por las revueltas medievales y modernas, hasta los
grandes movimientos sociales que se han constituido en la sociedad
contemporánea en nuevos agentes políticos. En este extremo, Moreno Pestaña
examina la necesidad de combatir el fetichismo del capital político mediante
iniciativas de control antioligárquico. En este libro, sin embargo, no se
considera que el sorteo sea la única medida eficiente de control, ni que haya
una sencilla solución al fetichismo político. Una asamblea, reconoce el autor,
rápidamente puede degenerar en un mercado de capital político y quedar en manos
de quienes disponen de recursos conceptuales, retóricos o simplemente de tiempo
para participar.
La tragedia de la democracia es que tiene que contemplar
esta tensión como una tensión constitutiva: reconocer que hay necesidad de conocimiento
experto y de que al tiempo deben articularse mecanismo de control antioligárquico
para evitar la corrupción epistocrática o aristocrática de las democracias. La
radicalidad del reconocimiento de este polo de tensiones es en parte la gran
aportación de ambos textos al pensamiento y las prácticas políticas
contemporáneas: diseñar sociedades en las que, como en Atenas, no pensemos la
política como un espacio privado de los profesionales de la política y de los
expertos, ni la reduzcamos a un ejercicio de voto ocasional bajo las
condiciones de comunicación política contemporánea. En el polo opuesto,
reconocer la necesidad de que la democracia distribuya adecuadamente el
conocimiento experto necesario para tomar las decisiones adecuadas. No hay
soluciones milagrosas y, sin embargo, sí se pueden poner en marcha iniciativas
que hibriden el control y el conocimiento. El saber componer adecuadamente estas
exigencias, haciendo que las democracias contemporáneas no caigan en nuevas
oligarquías, incluso bajo la aparente forma de democracias participativas, es
un mensaje poderoso para que partidos y movimientos sociales que luchan por la
radicalización de la democracia anticipen en su propia organización la sociedad
que desean proponer.
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