sábado, 8 de mayo de 2021

La tragedia de la democracia

 



Mientras escribo estas líneas se desarrolla un cierto debate acerca de la preparación de los votantes para decidir el futuro de los países, tal como se está configurando la cultura política creada por los medios de comunicación, las plataformas y otras modalidades de mediación que general, al decir de algunos, incompetencia política por parte de los votantes. El referéndum del Brexit, la elección de Trump y otros personajes del populismo conservador contemporáneo ha llevado a algunos teóricos como Jason Brennan a plantearse si acaso no habría que restringir los derechos de voto a aquellas personas que acreditasen una cierta cultura política. Con ocasión del voto mayoritario a Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, se han alzado algunas voces desde la izquierda en la misma línea de Brennan, acusando de autoengaño y falta de inteligencia democrática a una parte del pueblo. No hay que banalizar estas declaraciones porque pueden terminar poco a poco constituyendo una opinión generalizada que llevaría a promover formas de epistocracia o de una cierta oligarquía intelectual que se sumaría a las otras formas de oligarquía económica, política, tecnológica y militar que articulan nuestras sociedades.

En este contexto, José Luis Moreno Pestaña ha escrito en el breve plazo de dos años sendos libros centrales para reexaminar la cultura política de la democracia. Ambos constituyen una misma obra que reflexiona sobre el presente democrático contra el trasfondo del imaginario de la Atenas democrática que durante varias décadas constituyó el foco educativo político de la Antigüedad. En la primera obra, Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico, (Siglo XXI, 2019) Moreno Pestaña recorre la obra de autores postfundacionalistas franceses en quienes el imaginario de Atenas ha servido de andamio retórico, histórico y político para pensar las democracias contemporáneas. Entre otros, la obra concede la importancia que merecen a Foucault, Castoriadis y Ranciére. La obra tiene un interés autónomo en teoría e historia del pensamiento político cuyo examen queda fuera del objetivo de estas breves reflexiones. El mensaje general de libro, sin embargo, sí es algo que merece la pena comentar por su potencia productiva. El examen que hace Moreno Pestaña de la historia de Atenas leída por el pensamiento contemporáneo es que el hilo conductor que encontramos en aquella mítica polis es el de la constitución de la política como un principio antioligárquico. El Ática vivió estas centurias siempre como un conflicto interminable entre un pueblo de campesinos y pequeños propietarios y una aristocracia comercial que trataba de imponer su voluntad dirigente. Las diversas reformas democráticas de los grandes legisladores fueron siempre en la dirección de limitar el poder de la aristocracia pero, sobre todo, también de limitar las posibles degeneraciones de la democracia. El salario a quienes participasen en la Asamblea y, sobre todo, la introducción del sorteo, son pensados por Moreno Pestaña como mecanismos de autocontrol de las instituciones para evitar que se instaurasen nuevas modalidades de oligarquía.

En el segundo libro, Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político (Akal, 2021) el autor es consciente de que no hay soluciones fáciles al problema de la corrupción de la democracia y por ello escribe un texto profundo, dubitativo, matizado, en el que se introduce en el vasto territorio de las discusiones contemporáneas sobre la formación del votante y el funcionamiento de la democracia. El libro explora los claroscuros que existen en zona amplia que media entre una epistocracia o democracia de los expertos y una democracia radical y tal vez populista que no admita ninguna pretensión de superioridad moral o epistémica por parte de los agentes políticos.

El relato de Moreno Pestaña va iluminando las tensiones constitutivas de las democracias contemporáneas. La contradicción fundamental la encuentra el autor entre dos principios que parecen evidentes pero que generan una tensión constitutiva que puede destejer la trama de las sociedades que aspiran a un control de las tendencias oligárquicas. De un lado, el hecho de que una sociedad democrática exige mucho conocimiento tanto político como experto en cuestiones prácticas. La política, advierte Moreno Pestaña, contiene un saber hacer que puede convertirse en una suerte de capital político que estaría sometido a las mismas dinámicas fetichistas que el capital económico: el olvido de su origen en las prácticas sociales. El problema del conocimiento en la democracia forma así un polo de tensiones que se enfrenta, de otro lado, a la incuestionable evidencia de que la gente cotidiana no tiene tiempo ni quizás impulsos para participar en política y adquirir los conocimientos que llevaría la gestión y la dedicación más o menos profesional.

Planteados así los polos de conflicto, cabrían dos posiciones extremas: la primera, sería sancionar la creciente especialización y profesionalización de la política, que haría que las democracias estuviesen orientándose hacia formas de oligarquía política, en las que los partidos se convierten en una suerte de campos de competencia o de mercados de capital político. La epistocracia sería entonces una forma extrema y degenerada de reconocer que lo que ya está ocurriendo debería ser sancionado mediante alguna constitución censitaria de las democracias avanzadas. En el otro extremo, las conmociones políticas que recorrieron el mundo hace diez años, los movimientos Occupy, la plaza Tahrir, el 15M en Sol, conllevaban un deseo amplísimo de radicalización de la democracia, de participación en todas las instancias, de control asambleario de las instancias de representación (“o nos representan”). Independientemente de los avatares posteriores de estos movimientos, la presencia de un ideal de radicalismo antioligárquico ha resurgido como expresión de una corriente que nunca ha desaparecido de la historia, desde la antigüedad romana y griega, pasando por las revueltas medievales y modernas, hasta los grandes movimientos sociales que se han constituido en la sociedad contemporánea en nuevos agentes políticos. En este extremo, Moreno Pestaña examina la necesidad de combatir el fetichismo del capital político mediante iniciativas de control antioligárquico. En este libro, sin embargo, no se considera que el sorteo sea la única medida eficiente de control, ni que haya una sencilla solución al fetichismo político. Una asamblea, reconoce el autor, rápidamente puede degenerar en un mercado de capital político y quedar en manos de quienes disponen de recursos conceptuales, retóricos o simplemente de tiempo para participar.

La tragedia de la democracia es que tiene que contemplar esta tensión como una tensión constitutiva: reconocer que hay necesidad de conocimiento experto y de que al tiempo deben articularse mecanismo de control antioligárquico para evitar la corrupción epistocrática o aristocrática de las democracias. La radicalidad del reconocimiento de este polo de tensiones es en parte la gran aportación de ambos textos al pensamiento y las prácticas políticas contemporáneas: diseñar sociedades en las que, como en Atenas, no pensemos la política como un espacio privado de los profesionales de la política y de los expertos, ni la reduzcamos a un ejercicio de voto ocasional bajo las condiciones de comunicación política contemporánea. En el polo opuesto, reconocer la necesidad de que la democracia distribuya adecuadamente el conocimiento experto necesario para tomar las decisiones adecuadas. No hay soluciones milagrosas y, sin embargo, sí se pueden poner en marcha iniciativas que hibriden el control y el conocimiento. El saber componer adecuadamente estas exigencias, haciendo que las democracias contemporáneas no caigan en nuevas oligarquías, incluso bajo la aparente forma de democracias participativas, es un mensaje poderoso para que partidos y movimientos sociales que luchan por la radicalización de la democracia anticipen en su propia organización la sociedad que desean proponer.


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