La pregunta por
la técnica que Heidegger establece como metafísica cabe replantearla en forma
práctica, como una pregunta acerca del lugar de las voluntades humanas en un
cambio técnico que parece haber sustituido al destino. Replanteemos la pregunta
en dos nuevas preguntas, la primera es acerca de la agencia técnica, la
segunda, acerca de la escala a la que opera la agencia técnica. ¿Cómo podemos
influir en la técnica? y ¿en qué escala podemos hacerlo? Aquí el nosotros de la
primera persona del plural habría que desplegarlo en un complejo de
instituciones, leyes, opinión pública e incluso prácticas y hábitos de
comportamiento personal, pero dejaremos este despliegue por el momento.
La filosofía y el
pensamiento contemporáneos han dado una respuesta básicamente determinista a
las preguntas anteriores o, si quieren expresarlo con el famoso título de la
conferencia de Heidegger, a la pregunta por la técnica. El determinismo
es la forma humana más extendida y ancestral de responder a la ansiedad ante la
incertidumbre cotidiana y la certidumbre de la muerte. El determinismo
tiene que ver con la instauración de la necesidad y la eliminación de las posibilidades
(que, por cierto, hace que la respuesta indeterminista tampoco sea una salida
definitiva al determinismo, pues el indeterminismo, nos recuerda James, lo que
hace es dejar flotar en un espacio extraño las posibilidades alternativas, sin
referirlas a nuestra capacidad de decidir una de ellas). La forma extendida
actualmente es el determinismo tecnológico en la doble forma de
determinismo redentor y apocalíptico.
La tesis del determinismo tecnológico sería la de que son
las máquinas y no los seres humanos los que hacen la historia y podría
expresarse en estas dos tesis:
1)
Autonomía de la tecnología respecto a otras
instancias del cambio y desarrollo sociales. La idea de autonomía podría
expresarse en los términos de Jacques Ellul: “la técnica obedece a sus propias
leyes”, que a veces se traduce en la forma de un imperativo tecnológico: al
implementar una técnica se inicia un proceso irreversible y orientado que exige
la implementación de otras técnicas (la máquina de vapor exige la siderurgia y
la explotación de la hulla, así como nuevas formas de transporte entre estos
dos elementos)
2)
Determinación de las formas sociales por las
formas técnicas. Su forma más fuerte es que las fuerzas de producción
determinan unívocamente las relaciones de producción y estas las instituciones
y la conciencia social.
Las dos tesis deterministas aceptan versiones más o menos
fuertes o radicales. Acogen además tanto la versión optimista de que las
técnicas están indisolublemente asociadas al progreso humano como la tesis
pesimista de que la tecnología es el camino irreversible hacia la catástrofe
sea social o ecológica. A lo largo de la historia de la cultura contemporánea podemos
distinguir tres modalidades del determinismo tecnológico que expanden y aclaran
las dos tesis anteriores y que me parecen iluminadoras:
La primera es el determinismo metafísico o, expresado
con otro adjetivo, el determinismo nomológico. Afirma que una vez que
tenemos el pasado y las leyes de la naturaleza, el futuro es único y está ya
dado. La idea guía es que la forma de la técnica moderna, la máquina, define
una forma social maquinística, autoritaria. Las formas de determinismo
nomológico que encontramos más popularizadas son las de las diversas formas de
marxismo cientificista que se extendieron a comienzos del siglo pasado, en
particular la idea de que, como he citado antes, las fuerzas de producción
determinan las relaciones de producción y estas las demás relaciones sociales e
ideológicas. Algunos textos de Marx, especialmente en el Prólogo a la
Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859) parecen inducir
esta forma de determinismo.
El famoso texto de Marx es:
“En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia.”
La tesis de Marx puede interpretarse estrictamente como
determinismo tecnológico o no. Cohen interpreta que las fuerzas de producción,
que contienen el grado de desarrollo de la tecnología son, a su vez, resultado
de la acción humana que expresa en el conocimiento y la técnica su modo
particular de existencia, por lo que estaría planteando más bien una tesis
dialéctica. En todo caso no voy a entrar en esta controversia y daré por válida
la idea de que al menos algunas formulaciones del marxismo son modalidades de
determinismo nomológico. Las tesis del determinismo nomológico han sido
popularizadas en el siglo pasado por autores muy influyentes como Lewis
Mumford, Siegfried Giedion, Jacques Ellul e Iván Illich:
Afirma Jacques Ellul:
La máquina se sitúa en un orden de cosas que no está concebido para ella y, por esta razón, crea la sociedad inhumana que hemos conocido. Es antisocial con relación a la sociedad del siglo XIX, y el capitalismo no es más que un aspecto de este profundo desorden. Para reestablecer el orden es necesario, en realidad, poner en cuestión de nuevo todos los aspectos de esta sociedad, que poseía sus estructuras sociales y políticas, sue arte y su vida, sus organismos comerciales; ahora bien, abandonada a sí misma, la máquina trastorna todo aquello que no puede soportar el enorme peso, la ingente estructura del universo maquinista. (Ellul, 1954, pg. 9)
La segunda forma de determinismo es el determinismo
normativo que está unido a la historia de la Escuela de Frankfurt y sus
seguidores, como Habermas y, en lo que respecta a la filosofía de la técnica,
Andrew Feenberg. Las tecnologías no solo incorporan sino que imponen valores y
comportamientos de la sociedad. La tecnología en todo su barroco despliegue de
dispositivos, es una manifestación más de algo más profundo que constituye la
cultura moderna, la hegemonía de la razón instrumental. De hecho, impone la
hegemonía de la razón instrumental. Recogiendo otros legados de crítica de la
tecnología como el constructivismo sociotécnico, Feenberg centra su teoría de
la tecnología en lo que denomina el código técnico que consiste en una profunda
relación entre el diseño social y el técnico: la forma hegemónica en un entorno
social selecciona entre posibles alternativas tecnológicas que, una vez
implementadas, contribuyen a reproducir y legitimar el entorno sociotécnico. Feenberg
considera que la “racionalidad funcional”, como así la denomina es
fundamentalmente un sistema hegemónico de sesgos en la relación de las
sociedades contemporáneas bajo el capitalismo con la tecnología. Estos sesgos
son producto de dos formas de instrumentalización: una instrumentalización
primaria, por la que los objetos se separan del “mundo” para ser examinados
solamente con el objeto de descubrir affordances, y una instrumentalización
secundaria que articula unos artefactos con otros para constituir formas de
vida.
La tercera forma de determinismo es la del determinismo
agencial, que ha sido postulado por Langdon Winner en su texto Tecnología
autónoma. Se trata de una versión del imperativo tecnológico que contiene,
a su vez, dos tesis independientes: la primera, que es casi un axioma de la
teoría de la acción, y que encontramos ya en Marx, es la idea de las
consecuencias no queridas de las acciones humanas, es decir, la idea de que los
humanos hacen la historia pero no en los términos que se proponen, sino en los
que determinan las consecuencias no queridas de sus acciones. En lo que se
refiere a la técnica, la tesis es, como hemos anticipado ya, que las acciones
técnicas no solo introducen consecuencias no queridas, sino que introducen sus
propias irreversibilidades basadas en las necesidades propias de las técnicas.
Así, la introducción de los teléfonos móviles no hubiera sido posible sin
antenas de repetición y de satélites, lo que implica que una tecnología no
puede sobrevivir sin muchas otras, que a su vez, determinan adaptaciones
sociales..
La expresión contemporánea de estas modalidades se ha
ramificado tanto que los artículos y libros sobre el tema llenaría bibliotecas
enteras. Encontramos una larga lista de variedades de jardín de determinismos
más o menos popularizantes o divulgativas. Citaría sin la menor duda la
literatura sobre la 4ª Revolución Industrial, comenzando por su formulación
paradigmática en el libro de Klaus Schwab, fundador del Foro Económico de
Davos, titulado precisamente así, La cuarta revolución industrial. Esta
larga bibliografía contiene junto a una serie de prospectivas sobre la futura
falta de trabajo por la irrupción de las inteligencias artificiales, la norma
implícita y clásica del determinismo: “esta evolución es inevitable y las
sociedades deben adaptarse a ella cuanto antes”.
Dejo para otra entrada la crítica al determinismo
tecnológico, pero avanzo la siguiente argumentación: “determinismo tecnológico”
es un oxímoron como “música militar”: cuando es determinismo no es tecnológico,
cuando es tecnológico no es determinista.
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