Constituir cuerpos como fuerzas de producción es una
parte sustancial de las derivas y dinámicas que caracterizan los cambios en la
cultura material en el capitalismo. Cuerpos que se constituyen tanto en el
trabajo como fuera del trabajo. La tradición que representa Silvia Federici
entiende que la doble dimensión de la mecanización y la sumisión a órdenes no
afecta solamente al tiempo de trabajo sino en general al tiempo global de
reproducción social de la fuerza de trabajo. Por ello insiste en que trabajo no
es solamente lo que está bajo el salario, sino todo el tipo de trabajo que se
necesita para transformar la energía humana de vida y deseo en fuerza de
trabajo. Así lo expresa su colaborador George Caffentzis cuando se queja de que
Marx parece reducir la producción de fuerza de trabajo a un conjunto de
mercancías y medios de subsistencia y olvida algunos trabajos que son
necesarios para producir la fuerza de trabajo siguiendo a Federici al considerar
que “Es el microtrabajo esencial, en gran parte femenino, no remunerado y, por
tanto, invisible. El trabajo doméstico, desde lo crudo a lo cocinado, lavar,
follar, templar los ánimos, recoger la basura, pintar los labios, mirar el
termostato, dar a luz, los niños, enseñarles a no cagar en el pasillo, curar el
resfriado común, atender al crecimiento del cáncer, incluso escribir poemas
líricos para su esquizofrenia... seguro que Marx señala que hay un
"elemento histórico y moral" en la cantidad de los medios de
subsistencia, pero su sirvienta y Jenny parecían ser gratis."[1]
La centralidad del trabajo en la formación de cuerpos no se
debe, pues, a alguna característica “natural” de lo humano, como suele
repetirse en tantas filosofías del homo faber. El peso proviene de que
en el capitalismo todo lo humano es contemplado únicamente como fuerza de
trabajo del mismo modo que el resto de la naturaleza es contemplado también
como mercancía que entra en el proceso de producción. La cultura material y el
grado de desarrollo técnico representa el modo en que la energía se transforma
en trabajo: eso es lo que hacen las máquinas, pero también el modo en que la
energía viva de los humanos se transforma en fuerza de trabajo, a través de la
conformación del cuerpo y del alma. El gran historiador de la tecnología David
F. Noble comienza su clásica historia sobre la automatización de la industria[2]
recordando la frase de El Capital en donde Marx afirma que los
instrumentos de trabajo no solo aportan un estándar del grado de desarrollo que
ha alcanzado el trabajo humano sino que también son indicadores de las
condiciones sociales bajo las que se lleva a cabo el trabajo. Marx era
consciente de que la cultura material, en este caso del sistema industrial en
el que fijaba su atención tiene este doble componente funcional, ingenieril, y
experiencial, hacedor de cuerpos.
Que la voluntad sea lo central de los humanos, y que su
experiencia del trabajo afecte a la voluntad es lo que permite que seamos muy
críticos con todos los discursos del fin del trabajo como horizonte temible a
causa de la automatización. De nuevo Goldberg: “[…]es debido a la capacidad de
voluntad del trabajo que los capitalistas amenazan a los trabajadores a los
trabajadores con la automatización como estrategia para gestionarlos y
disciplinarlos. Con el fin de Para que la automatización sea menos atractiva y
evitar así su propio desplazamiento, se les dice a los trabajadores que tienen
que ser menos costosos, menos exigentes y más productivos.”[3]
La voluntad y el temible horizonte de la voluntad de no
trabajar es la diferencia específica que atraviesa los modos en los que la
cultura modela las almas para que entiendan que la vida es trabajo y que quien
no trabaje no coma, que no sea acogido en la sociedad y que no adquiera la
condición de ciudadano. La idea de salario justo la función de muro de
contención que asume la cultura para que las voluntades no se tuerzan y hagan
que las trayectorias de vida se acoplen a las demandas del “mercado” de
trabajo, del mecanismo por el que las capacidades y habilidades del cuerpo se
adaptan no solo al entorno material sino a la forma inmaterial y abstracta que
el la conversión en fuerza de trabajo.
Jara, el personaje de Existiríamos el mar, el relato
de Belén Gopegui, que trata de escapar de las espinas de su existencia precaria
en Madrid, aún si tiene que aceptar trabajos mal pagados en un pueblo lejano,
se pregunta “si podría bastar con aprender a vivir. Si tendría que quitarse de
la cabeza ese miedo a no ser si no trabaja. Pero es que quiere trabajar, quiere
intervenir aunque sea un poco, quiere amar lo que haga porque vivir es también
eso.”[4] Tiene
miedo a no ser si no trabaja y querría un mundo donde poder tomar decisiones
voluntarias sobre trabajar o no y en qué hacerlo. Remedios Zafra capta con
agudeza cómo las emociones se configuran para adaptarse a un entorno de trabajo
que exige ser creativo y disciplinado y mal pagado a la vez. Su obra El
entusiasmo distingue entre el genuino entusiasmo que echa de menos Jara y
esa forma de piel de zapa con la que la existencia precaria se cubre para
engañar al cuerpo y engañar al sistema: “Una forma de entusiasmo aludiría a la
«exaltación derivada de una pasión intelectual y creadora», y la forma más
contemporánea surgiría como «apariencia alterada que alimenta la maquinaria y
la velocidad productivas» en el marco capitalista. Esa que requiere camuflar la
preocupación y el conflicto bajo una coraza de motivación forzada generadora de
contagio, mantenedora del ritmo de producción del sistema, sintonizando como
procesos análogos: producción intelectual y de mercado.[5]
Estas configuraciones emocionales van componiendo una forma
de sensibilidad y de identidad que se interna en el cuerpo, en los músculos y
huesos tanto como en el rostro y los sentidos. Nuevas formas de trabajo
inmaterial, de largas horas ante la pantalla que encorvan las cervicales y
tuercen las muñecas en el teclado, trabajos nuevos que no exigen energía
muscular pero sí disciplina del cuerpo y atención tensa, que exige no cometer errores en
fastidiosos protocolos o ansiedad porque los plazos de los proyectos se acortan.
Trabajos en inmensas salas donde la vigilancia no la realiza la mirada del
capataz sino el algoritmo del sistema, o trabajos a distancia en domicilios en
donde lo virtual y la materialidad de la vida cotidiana se interrumpen y
enredan.
Hacer y deshacer cuerpos. El orden de lo económico, al modo
de un demonio de Maxwell, selecciona las partículas que son los cuerpos y las
particularidades de sus historias en fuerzas de trabajo. Materias primas,
fuentes de energía, procesos físicos, químicos o biológicos, máquinas que transforman
todo ello en trabajo y este en productos. En esa inmensa red de procesos, las
fuerzas de la vida, las energías musculares, la atención, afectos e
inteligencia son también recursos en la cadena de producción y reproducción.
“Recursos humanos” que tienen más necesidades de reparación que las máquinas y
necesidades de mantenimiento más complejas que las que los economistas, Marx
incluido, citan cuando hablan del coste salarial como coste de reproducción de
la mano de obra o fuerza de trabajo. Al sistema de producción se suman todos
los dispositivos de reparación que tratan de paliar los desgastes y las
patologías que deja el camino de la formación de cuerpos. De nuevo, Remedios
Zafra señala esta nueva fenomenología del trabajo en los entornos del
capitalismo avanzado:
[...] habrá observado cómo la lista de patologías se nos
agranda de manera proporcional a nuestra ansiedad e inquietudes, y al
conocimiento de nuevas enfermedades. Pero casi todos los cuerpos ahora dañados
están medicados y nos permiten no solo seguir viviendo, sino trabajar y seguir
enfermando. Por mucho que manden señales y quieran dirigirse a la cama, siempre
hay una fuerza mayor que empuja para dirigirnos a la mesa de trabajo. De hecho,
su cuerpo puede estar arropado y tratado como el de un enfermo, pero su cabeza
y manos siguen tecleando. Es como si los cuerpos tuvieran los pies al revés y
caminaran hacia atrás, mirando el rostro hacia el otro lado.[6]
La experiencia del trabajo, en esta zona gris de cuerpos
hechos y deshechos, dañados y reparados por un sistema eficiente que prolonga
la vida productiva más allá de lo que fueron los tiempos de trabajo de las
sociedades rurales o las de los capitalismos de las revoluciones industriales
primeras, se desdobla entre las formas de interacción del cuerpo y el entorno
que dan forma al cuerpo y la mente extendidas y las formas de interacción que modela
el trabajo, el orden que constituye la fuerza abstracta del trabajo social, que
agrupa tanto a trabajadores como desempleados, a mujeres o a niños y jóvenes.
Las biografías se agrupan en el capitalismo avanzado bajo una única formalidad
de discurso: el curriculum vitae, el documento que da cuenta de la
característica peculiar de ese cuerpo en el conjunto diversificado de la
división del trabajo.
[1] George Caffentzis (2013) In
Letters of Blood an Fire. Work, Machines and the Crisis of
Capitalism, Oakland (CA): PM Press, p. 40 (Hay traducción española: En
letras de sangre y fuego, Trabajo, máquinas y crisis del capitalismo, Buenos
Aires: Tinta Limón, 2020,
[2] David F. Noble (1984) Forces of
Production. A Social History of Industrial Automation, Nueva York: Alfred
Knopf.
[3]
Goldberg, o.c. p. 105
[4]
Belén Gopegui, (2021) Existiríamos el mar, Madrid: Penguin Random House, pp.
92-93.
[5]
Remedios Zafra (2018) El entusiasmo . Editorial Anagrama. Edición de Kindle
posición 1530
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