La sociedad de las redes ha hecho más visibles que nunca los desacuerdos ante distintas cuestiones diarias o estructurales. A ello no solo han contribuido las redes sino también la espectacularización de la vida pública que conllevan las nuevas técnicas de comunicación. Las ciencias sociales y la filosofía contemporánea están dedicando los últimos años una atención creciente a este fenómeno del desacuerdo que se expresa entre otras cosas en la polarización, es decir, en el incremento de desacuerdo que muchas personas adoptan al reparar en que una cierta cuestión está en disputa entre dos partes, una observación que suele producir un alejamiento hacia la radicalización en los extremos, como reacción identitaria.
Los desacuerdos son el subproducto no solo de las ideologías
en el sentido más usual de conjunto más o menos normalizado de creencias y
actitudes hacia la sociedad, sino también en general, de una noción más extensa
de ideología que se aproxima a la cosmovisión o sentido de la vida que cada
persona tiene en su posición social y que no siempre está normalizado sino, por
el contrario, como sostenía Gramsci, atravesado de contradicciones,
ambigüedades y malentendidos. En el primer sentido, los desacuerdos son
bastante predecibles: las ideologías funcionan algo así como máquinas
automáticas en las que al introducir una cierta cuestión surge espontáneamente
un discurso homogéneo del grupo, incluyendo o siguiendo las pautas de los
formadores de discurso, periodistas, intelectuales o políticos. En el segundo
sentido amplio de ideología, las cosas se complican porque operan dos fuerzas
que no siempre se armonizan: por un lado las reacciones espontáneas
individuales, basadas en lo que en filosofía llamamos la identidad moral ⎼es decir, el conjunto de
líneas rojas que definen las cosas con las que uno puede vivir y con las que considera
insoportables⎼ y de otro los
impulsos hacia la identidad grupal ⎼la acomodación a cierta sensación de ser
reconocido y aceptado por los otros.
Por lo que
vamos aprendiendo de mucha literatura sobre el tema: observaciones, experimentos,
etcétera, las dos formas de reacción no siempre se acomodan. Lo primero y más
relevante que se ha observado últimamente, es que el componente ideológico en
el primer sentido de norma o estándar, afecta a una proporción más pequeña de
la población de lo que se suele pensar. El número de personas que utiliza las
redes sociales con un componente digamos “militante” o comprometido es muy
pequeño aunque es en esta fracción en la que se observan más claramente las
polarizaciones. En segundo lugar, y muy en relación con esta observación, está
la constatación de la inestabilidad generalizada de respuestas dependiendo de
los contextos sociales y la situación: mucha gente de tendencias conservadoras,
aunque no muy profundas, adopta posiciones progresistas dependiendo cuál sea el
tema o la preocupación y lo contrario.
En ocasiones
ocurre, y en esto la invasión rusa de Ucrania es un ejemplo notorio, que las
ideologías normalizadas no están bien preparadas para responder ante situaciones
que no han formado parte del discurso habitual, y entonces se observan
fracturas, contradicciones y reacciones sorprendentes que, también
ocasionalmente, se confrontan con una mucho mayor unanimidad de las reacciones
espontáneas que adopta la gente menos comprometida. Así, en este caso, hemos
observado como el llamémoslo así “mundo conceptual Putin”, que agruparía
populismos como el de Trump, Salvini, Orban, Bolsonaro, etc., que tienen un
fuerte componente identitario nacionalista, religioso y conservador en lo
social, se ve ante el espejo de una invasión a un país y sus reacciones han
sido hasta el momento de perturbación, silencio o, por el contrario, de
virulencia pro-militarista que podría sentirse como una traición a una especie
de internacional de populismo negro. En el lado de la izquierda ha ocurrido lo
mismo: el sentimiento anti-OTAN, que forma un eje estructural de la ideología más
a la izquierda choca con analogías como la de la similitud con la invasión del
ejército africano a la República española y el silencio de los gobiernos que no
se atrevieron a ayudar a la República. Las fracturas en las respuestas de la
izquierda han sido notorias y muestran hasta qué punto las identidades
ideológicas son solamente un esquema que sirve poco en circunstancias que no
han sido previstas. En el lado más espontáneo de la gente poco comprometida ha
habido una mucho más homogénea respuesta de aprecio por la resistencia y de
compasión por las víctimas y exilios. Es sorprendente observar esta reacción de
movilización de ayudas, enviando mantas o ropa en gente que jamás se hubiese
pensado que tendrían tales comportamientos.
Los
desacuerdos que están mostrando estos hechos de tanto alcance histórico son
desacuerdos profundos, a saber, desacuerdos que implican reacciones morales muy
diferentes, que entrañan también desacuerdos sobre qué son razones morales
justificativas de una u otra opción. Pero sorprende cuán desajustadas están las
reacciones, como si las ideologías se hubiesen mostrado como esquemas con pies
de barro y con menos capacidad de armonizar y crear identidades de lo que se
reclamarían y lo que reclaman sus orígenes intelectuales.
Todo esto nos
hace pensar que muchos de los discursos, también estandarizados, sobre la
sociedad de la información y el espectáculo van a tener que ser revisados. Hemos
vivido más de un siglo de discursos sociales que fueron desarrollados en
circunstancias muy distintas, y que ahora muestran muchas lagunas. Hagámoslo.
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