Observa con agudeza y sensatez Javier Ordóñez (esta mañana, en el curso de Arte y Ciencia) que las criaturas del aire, esos seres que aparecen en la ciencia-ficción literaria, apenas están descritos por algunos trazos o simplemente son calificados por algún adjetivo. Repara en que de la criatura del Dr. Frankenstein apenas sabemos por Mary Shelley poco más que era abominable. El rostro que le ponemos pertenece al cine, que tiene esa infinita capacidad de fijar en imágenes lo que anteriormente sólo era imaginación. El juego de mostrar/ocultar, insinuar/describir es un instrumento poderoso de la narración. Recordamos la primera vez que vimos Alien, el octavo pasajero, cómo nos atraía la oscuridad de los rincones donde esperaba la bestia. La fuerza de los mitos consiste en no decir, en insinuar soslayando descripciones que pueden empujar el relato a lo trivial. Por eso nos aburren las utopías, porque parecen más informes de capataces de supermercado que oscuros documentos de otro mundo posible. Nos inquietan mucho más los relatos religiosos, precisamente por esa capacidad de no decir. El mito de Golem es arquetípico por esa distancia de lo concreto: remedo de la creación de Adán, es también un ser de barro que está en el borde de la materia y el espíritu, del bien y del mal. Los dioses griegos se mueven en esa ambiguedad entre el infantilismo y la malicia, entre la figura humana y el monstruo fantástico; los dioses semíticos son también seres que ocultan cuidadosamente su imagen, que se refugian en la palabra oracular, oscura y peligrosa, y caminan por la frontera entre la crueldad y la compasión. Las criaturas de ficción se nutren de ocultamientos en los que la palabra parece haber sido más poderosa que la imagen como instrumento de imaginación: la imagen sacia, agota, la palabra seduce, inquieta. De ahí que los grandes directores de cine ejerzan tanto el "fuera de campo" y nos abandonen tantas veces al espejo del gesto del personaje o a su grito de terror.
El Golem es el producto del resentimiento, por eso no puede ser descrito, sólo puede ser nombrado. Es una criatura técnica de origen emocional; existe como producto de una manifestación profunda de actitud ante el mundo: la venganza o la justicia. Los objetos de la imaginación parece que no pueden violar el tabú de no ser representados so pena de perder su estatus de seres imaginarios. La importancia de la literatura estaría entonces más en lo que oculta que en lo que dice. Quizá sea una forma de pensar esas dos maneras de enfrentarnos al mundo que son la ciencia (la técnica: es lo mismo) y el arte : refugiarse en lo dicho/ refugiarse en lo no dicho. Dos maneras de tener experiencia de la realidad: la parte que miramos y la parte que no nos atrevemos a mirar.
Sigo mirando el Amazonas desde arriba. ¿Qué habrá allá abajo?
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar