lunes, 29 de septiembre de 2008

Erizos y autorreferencias

Entre millón y millón de anuncios logro ver en televisión Crueldad intolerable, de los hermanos Cohen, que había visto divertido y distraído en el cine. Una comedia de lo que Stanley Cavell llamaría reconciliación de una pareja: George Cloney, caricaturizándose a sí mismo, y Catherine Zeta-Jones; un abogado especialista en divorcios y una divorciadora profesional especializada en divorcios rentables. Chocan, él gana un caso y ella le devuelve una irónica venganza haciéndole sufrir su propia medicina. Él se descubre enamorado, se casan, ella le plantea el divorcio... en fin, recuerda más que mucho a las comedias de los años cincuenta. El tema de la obra es una cláusula de separación de bienes que, anunciada antes de la boda por la parte más débil económicamente, parece probar que el verdadero móvil es el amor. Sobre todo si estratégicamente la parte más favorecida responde al instante siguiente de la boda rompiendo la cláusula como regalo, para probar su amor,...., en fin la trama ya está armada. Ellos son dos tiburones que viven de engañar a los otros. Pero se enamoran. El viejo chiste pregunta por cómo hacen el amor dos erizos: con cuidado, claro. Aquí el mecanismo será los dos actos de firmar y luego romper la cláusula de separación de bienes: "rompemos este contrato como condición para poder seguir juntos". Es curioso esta cláusula que muestra el amor de uno de los miembros de la pareja bien firmándola, bien rompiéndola, cuando teóricamente el amor sería compartirlo todo. Pero la vida es así. Al final ambos, que ya son ricos, aceptan vivir juntos a condición de romper la cláusula, lo que les convierte en frágiles ante el otro, pues así cada uno de ellos podría intentar divorciarse y sacarle una contrapartida económica: son especialistas. Amor de erizos. Lo interesante del mecanismo es esta cláusula de amor y contrato que arma la trama de la comedia: "declaramos que nos amamos y para ello ponemos el cuello al alcance de la boca lupina del otro: compartiremos todo, sobre todo nuestra tendencia a aprovecharnos del otro".
Aunque no superficialmente, el acto de romper el acuerdo de separación de bienes es autorreferente. Las oraciones autorreferentes interesantes son aquéllas que se incluyen a sí mismas para establecer una condición de éxito semántico o pragmático. La más conocida es la paradoja del mentiroso: "esta oración es falsa, dijo Epiménides, el cretense mentiroso", la propia oración incluye una condición de fracaso. Colecciono autorreferencias, algunas muy divertidas. Más interesantes son las autorreferencias prácticas: una oración que induce un acto que la destruye "quemar después de leer" o, más interesante; "tonto el que lo lea". El mecanismo irónico de esta película es de esta clase, recuerda al conocidísimo final de Johnny Guitar de Nicholas Ray: "miénteme, dime que me quieres...". Kant hubiese disfrutado con este ejercicio de insociable socialidad. Se casan, se engañan, se reconcilian y firman y rompen el contrato como signo de contrato. Maravilloso: los Cohen diseccionan la nueva pareja de profesionales exitosos.
Intrigantes amores de tiburones.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Demasiada realidad

Hay gente con las ideas muy claras..., y muy fijas. Es un signo de madurez y estabilidad: yo no. Me ocurre por el contrario que el tiempo me pasa, que envejezco pero no maduro. Nunca he tenido las ideas ni muy claras ni muy fijas, es más, entiendo el pensar como drama y conflicto, como una tragedia en la que cada paso lleva a alternativas que atraen y repelen a la vez. La experiencia es a veces la experiencia del asombrarse y no ser capaz de adherirse. Un ejemplo: en 1967 Guy Debord, el situacionista, publicó La sociedad del espectáculo. Es uno de los iconos del 68 y una interpretación muy profunda de la sociedad contemporánea: "Allí donde el mundo real se transforma en meras imágenes, las meras imágenes se convierten en seres reales, y en eficaces motivaciones de un comportamiento hipnótico (...) El espectáculo se constituye allí donde hay representación independiente (....) El espectáculo somete a los seres humanos en la medida en que la economía los ha sometido ya totalmente. No es otra cosa que la economía que se desarrolla por sí sola..." (traducción de José Luis Pardo en Pre-textos, pg. 43). Frente al continuo espectáculo, forma del poder, la espontaneidad, la recuperación de la realidad. No por casualidad estuvo presente en mayo del 68, que tanto espíritu debordiano manifestó: "debajo de los adoquines que levantáis está la arena de la playa..." Cuarenta años depués Debord sigue siendo luminoso: ver el espectáculo actual como un espectáculo distancia y enerva, llama la atención hacia lo otro que no está en el escenario. Pero en el campo del pensamiento todo tiene su contrario (es curioso que todos los filósofos dogmáticos hayan comenzado sus libros escandalizándose por la falta de acuerdo y prometiendo que ellos acabarán con la controversia). Pues bien, digo: Frédéric Tellier, un pensador político francés, publicó en 2003 un inteligente libro titulado La société en son double en el que afirma exactamente lo contrario. La sociedad contemporánea, sostiene, está invadida de espontaneidad y realismo, ha acabado con la distancia y la representación, hay demasiada realidad. Y cree que los lazos sociales existen cuando la persona acepta su papel, su máscara, asume y obedece su guión y distingue entre sí y la necesidad de conservar los lazos sociales, que están hechos de formas: las formas, dice, son intermediarios entre la materia y la idealidad, hacen de nosotros lo que somos, seres en parte espontáneos y en parte receptivos. Abandonar el espectáculo es abandonar la posibilidad de distanciarse e imaginar, la posiblidad de narrar historias otras, y también de dar sentido a la representación. También estoy de acuerdo. Intento buscar formas de hacer compatibles las dos interpretaciones, pero que cada uno haga lo que pueda.

martes, 23 de septiembre de 2008

Acertijos

¿Hay diferencia entre escribir literatura y escribir filosofía? Para muchos, no; para otros muchos, sí. Depende. Entraré en el debate por la puerta de atrás: ¿qué tipo de imaginación debe tener quien pretenda escribir literatura y quien pretenda escribir filosofía? En la obra de Hemingway Las nieves del Kilimanjaro, que versa sobre cuál es la autenticidad de un escritor (de nuevo la escritura o la vida), y que dió origen a la entrañable película del mismo título dirigida en 1952 por Henry King (con Gregory Peck, Susan Hayward y una Ava Gardner que aprovechó el trozo de película rodada en Madrid para cumplir en la realidad lo que representa en la película y ligarse al menos político y más torero de los Dominguín), el personaje tío del escritor protagonista, su más ácido crítico, le deja en herencia un enigma que serviría de prueba del algodón para cualquiera que quiera ser escritor. Éste es el enigma: en las cumbres nevadas del Kilimanjaro se encuentra el esqueleto de un leopardo: ¿qué pudo llevar a un leopardo a esas cumbres?. Difícil de responder (by the way, un camarero ofrece una solución de escritor de raza: el leopardo habría ido siguiendo un rastro, pero su instinto le traicionó y le llevó a un lugar equivocado. Lo que le ocurre al protagonista de la obra). Andrés Ibáñez en El cultural de ABC de la semana pasada propone una nueva versión de esta prueba de un escritor. Se la atribuye (¡qué bien atribuida, seguro que si no es cierta debería!) a Roberto Bolaños, y titula su columna El enigma Bolaños: dos pistoleros asaltan un banco y huyen con el botín. Se refugian en una cabaña en la sierra. Al cabo de un tiempo la policía localiza la cabaña y encuentra en una mesa el botín intacto y a la entrada de la cabaña tres tumbas. Un botín, dos pistoleros, tres tumbas: ¿alguien puede explicarlo? Dos enigmas rompecabezas que aciertan en lo que es la imaginación literaria, donde el caso adquiere una entidad tan atrayente que engancha la imaginación a su discurrir como historia, por encima de cualquier otra consideración de orden moral o de otro tipo (los americanos dicen: esta novela no trata de los niños pobres y maltratados, ni siquiera de un niño pobre y maltratado, trata de David Copperfield, un niño....). Un enigma parecido fue escrito hace mucho por Herodoto y recogido por el viejo Platón en el segundo libro de La República: un pastor lidio, Giges, en medio de una tormenta que abre la entrada de una cueva encuentra un caballo de bronce en el que yace un cadáver no humano en uno de cuyos dedos encuentra un anillo. Esa noche comprueba que al girar la piedra desaparece. Aprovecha esta capacidad para acudir al palacio real, seducir a la reina y matar al rey. Supongamos que le diésemos un anillo similar a una persona cualquiera, ¿qué es lo que crees que haría con él? ¿podríamos distinguir los justos de los injustos? La historia no tiene más posibilidades de responderse que las otras dos: son enigmas de imposible respuesta, pero la imaginación que dispara esta última, al menos a mí me lo parece, es de un tipo diferente. Es como hacer un experimento con la parte más universal de nuestra identidad: nos ponemos en lugar de cualquier persona; no, como en los casos literarios, en el lugar de ese particular e irrepetible personaje sobre el que versa la historia. Recorremos la historia de David al contrario: esta historia no versa sobre David Copperfield, ni sobre un niño pobre y maltratado sino sobre los niños pobres y maltratados. Giges es pura anécdota y ocasión. Pero el enigma y la imaginación no son menos exigentes con el filósofo que con el literato. La imposibilidad de dar una respuesta a aquél enigma de Platón es la historia de la filosofía occidental: en él seguimos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El secreto de la confesión

Examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia... Es la historia de la confesión católica. Una práctica que está poco examinada filosóficamente a pesar de haber influido tanto en la cultura occidental, especialmente en los paises católicos. Cada una de las fases de este barroco proceso merece una reflexión cuidadosa que no puedo hacer aquí. Sólo el examen de conciencia nos llevaría a la "invención" de esa cosa que llamamos la mente moderna, dotada de "conciencia", y al origen de la modernidad, pero eso ya se ha tratado profusamente y lo dejaré por el momento. Me voy a referir a algunas de las otras instancias. Esteban Cortijo, presidente del Ateneo de Cáceres, me envía el libro que acaba de editar "Masonería y Extremadura", oportunísimo en estos momentos de reivindicación de la memoria histórica, pero lo traigo a cuento por el trabajo de Fermín Mayorga sobre otros heterodoxos: moriscos, protestantes, marranos, ... que fueron condenados por la Inquisición en sus cárceles secretas de Llerena, que se ocupaba de la Raya de Portugal. Lo cito porque no se puede entender el proceso de la confesión sin los procesos de la Inquisición, pues estas prácticas jurídico-religiosas reflejan bien el mismo proceso de la confesión. De hecho los protocolos de la Inquisición no exigían siempre la tortura, solía bastar con la exposición de los varios tormentos posibles (esos aparatos que se exponen en algunos sitios para turistas) para que los investigados "confesasen" (interesante, ¿verdad? La Inquisición tenía una sofisticación admirable). Pero ¿qué es confesar? Uno diría que bastaría con reconocerse culpable del pecado, lo que no es otra cosa que un acto cognitivo por el que alguien comprende que ha violado una regla (con la que puede estar o no de acuerdo), lo afirma públicamente, y acepta o simplemente se somete a las consecuencias (cumplir la penitencia). Pero no, ni la Inquisición ni la confesión consideran esto suficiente, no basta reconocerse culpable, hay que sentirse culpable. David Kostan, un filólogo estadounidense amigo va a publicar un libro sobre el perdón en el que este punto del arrepentimiento es central: arrepentirse como condición. Dolor de los pecados. Pero observemos la crueldad implícita: no basta con que se reconozca la injusticia, se exige que el reo/pecador sufra. Perdonad a los enemigos, dice la ley, pero ¿a qué precio? La exigencia de arrepentimiento es una de las herencias, el secreto de la confesión, que más ha transformado nuestras vidas. Ha hecho de las relaciones personales, (por no decir de las públicas) un infierno: tratar al otro de forma que se sienta culpable y no sólo se acepte culpable de lo que nos ha hecho. ¿Para qué perdonar entonces, si ya está el castigo en el perdón? Aristóteles pensaba el perdón de otra forma: es una suerte de apaciguamiento o elaboración del daño sufrido, no olvido sino superación, que va acompañada de restauración de la relación con el victimario. Eran otros tiempos.

sábado, 20 de septiembre de 2008

La escritura o la vida

Estos días en que uno está en ese ensimismado humor de quien sabe que está ocurriendo algo importante en el mundo pero que se le escapa el qué puede ser, ocurre que es tiempo de cosechas en la universidad: se leen tesinas, deas y otros textos académicos en una saludable vendimia de escrituras apasionadas. De los tiempos de crisis recordamos a la gente que siguió cultivando su jardín y consiguió escribir algunas líneas memorables y menos a los magnates que se arrojaron desde los rascacielos. Por eso me parece mucho más importante la tesina que estoy leyendo hoy que todo Wall Street en pánico (que sufran un poco, por fin...). En una atmósfera derrideana una de ellas compara la escritura con la muerte (del sujeto, de la firma, del autor...), se ex-pone a las críticas del tribunal; otra ,... no seguiré son varias y a cuál más interesante y apasionante. Se me enredan esos textos que me llegan por obligación entusiastamente asumida con los que yo elijo (más tristemente) y que tienen que ver en estos meses con la constitución del sentido narrativo de la experiencia, de la auto-identidad, del discurrir del tiempo y de la sensación del lugar. Y siento que no, que la autoría no cederá a la escritura su vida, que quien escribe no muere sino que ejerce esa trascendente forma de estar vivo que es la expresión y la proyección, aunque sea tan dolorosa y ex-puesta como la escritura.
El género académico no pervive mucho, pero cada año siento que quienes escriben están creciendo de una forma que sólo la universidad puede permitir. A pesar de mis críticas a los claustros (como la de hace unos días después del film Cien Clavos), creo en estos espacios raros como la universidad, como los teatros, como otros lugares de cultura y creación en los que la vida se proyecta y se examina, donde se aprende una suerte de vida que quizá ya no observemos quienes nos hemos acartonado en ella, pero que siguen siendo imprescindibles para que la balanza de lo humano no se incline siempre hacia Wall Street. ¡Que siga viviendo el autor!

jueves, 18 de septiembre de 2008

Avaricia

Avaricia. Ésa es la respuesta que comenta la prensa de hoy que ha dado uno de los directivos de uno de esos grandes bancos en problemas cuando se le ha preguntado por el origen y causa de la crisis actual. La crisis actual,...(no es la primera, no es la primera, hubo otras, muchas más... decía la poesía de Nazim Hikmet refiriéndose a la guerra que vendrá). No me sorprende pero me hace reflexionar que se eche la culpa a la avaricia. Es un buen momento para repensar lo que hasta ahora llamábamos el pensamiento único que venía a establecer un mecanismo único que habría regido desde la evolución de los organismos a la evolución de los mercados: la competencia, la selección y los equilibrios que producen, según los sabios expertos en teoría de juegos. La avaricia sería una especie de enfermedad que estropea el bello mecanismo del mercado, como la información privilegiada; como el monopolio; como,... como si el mercado funcionase sobre austeras expectativas de ganancia que regirían a los racionales productores y consumidores; como si la racionalidad no tuviese que ver con las emociones. Pero la racionalidad sólo tiene que ver con las emociones, y lo que ordena el mercado no son austeras expectativas sino avaricia pura. El mercado ordena (o desordena) la avaricia humana, ése es el motor de la economía de mercado, no es un pequeño disturbio que ocurra por accidente. Es un buen momento para pedir explicaciones a los teóricos del pensamiento único, es un buen momento para releer los periódicos y recordar la hubris con que los teóricos del pensamiento único hablaban de una ilimitada curva de crecimiento. No voy a hablar en contra de la economía de mercado, sólo a recordar lo que todos (menos ellos) sabíamos: que el mercado funciona sólo cuando se controla socialmente, cuando se vigila, cuando se regula, cuando se somete a eso que llamamos bienes públicos o intereses generales y que los teóricos del pensamiento único miran con tanto desprecio (los llaman "fracasos del mercado", vaya). Ese presunto naturalismo de la competencia, como si los equilibrios fuesen por sí mismos buenos, como si la naturaleza humana no fuese una enfermedad que hay que curar con dosis masivas de cultura humana. Es cierto que el marxismo se equivocó en las soluciones; que tenía una visión optimista y dogmática del "hombre nuevo" que se podría crear mediante la educación del estado (¿a quién le interesa renovar al hombre?, sólo faltaría que el Ministerio lo incluyese entre los objetivos de innovación); es cierto que su filosofía de la historia era una chapuza; es cierto que en su cuenta están algunos de los más graves crímenes del siglo pasado. Pero no se equivocó en el diagnóstico: si montamos la economía sobre la avaricia y no sobre las necesidades y capacidades, las crisis permanentes serán la penitencia de nuestro pecado.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Formas de contar

En la entrevista que le hicieron a Iris Murdoch en la BBC, en 1977, sobre filosofía y literatura (una entrevista interesantísima, que comentaré en otro momento refiriéndome a la filosofía), sostiene IM que los modos de narrar son absolutamente naturales para todo el mundo. Nos contamos continuamente a nosotros mismos y a otros nuestra vida. Lo interesante de las ideas de Murdoch es que cree (y yo con ella) que las formas de narrar, y en cierto modo el estilo, tienen una significación moral: no sólo para el novelista, añado yo, también para cada uno de nosotros. Básicamente hay cuatro grandes metarrelatos: el romance, la comedia, la tragedia y la sátira. En el romance alguien (un héroe, una pareja) se sobrepone a las dificultades del mundo y consigue lo que quiere, que generalmente es algo trascendente que va más allá del mundo cotidiano; en la comedia los personajes se enfrentan a dificultades y continuamente caen y recaen en fallos, pero al final se reconcilian con la realidad, y esta seguridad de reconciliación hace que se tomen las cosas con un humor festivo; en la tragedia ocurre algo parecido a la comedia: la realidad impone sus duras alternativas, pero aquí los personajes se enfangan en las encrucijadas y se condenan a elegir siempre algo que está mal desde algún punto de vista; en la sátira, basada en una forma irónica de narrar, la experiencia cotidiana se presenta "negada" o transfigurada en una suerte de caricatura para indicar la distancia del narrador y lo narrado. Obedece esta forma a una suerte de escepticismo sobre las posibilidades de acción más allá de lo que nos ofrece la vida cotidiana. Se me ocurre que hay temperamentos que tienden a narrarse a sí mismos bajo una de estas modalidades de forma dominante. Claro, mis preferidos, la gente que admiro, son los que ven la vida como comedia. Sólo he encontrado (o casi sólo) a personajes femeninos entre quienes tienden a ver de este modo las cosas. Los personajes de Almodóvar suelen pertenecer a esta categría que describe perfectamente alguna de las mejores personas con las que me he encontrado. Son las personas realmente heroicas: incluso las más duras experiencias no son para ellas sino episodios que darán lugar a una pronta reconciliación con la realidad. Por contra, entre los seres más intolerantes se encuentran las personalidades novelescas que tienden a ver la realidad de forma heroica. La épica es interesante, pero con moderación. Queda la tragedia y la irónica sátira: son las formas que me son más cercanas por temperamento, aunque no sean mis preferidas (nadie me ha preguntó qué temperamento prefería, así que tengo que cargar con el que tengo). La tragedia nos lleva a pensar las encrucijadas de la vida como deseables y temibles a la vez, cualquiera que sea la senda que tomemos; la sátira es la muestra de que ya nos hemos hecho desconfiados de nosotros mismos y nos vemos con cierta distancia.
Mucha de la gente que me es familiar es muy proclive al uso continuo de la primera persona : te cuentan el mundo sólo en tanto que les afecta a ellos y apenas varían en el uso de los pronombres personales: "yo, mi, me, conmigo" abruman en su discurso. La verdad es que no tengo nada en contra por principio, cada uno es como es, y cuenta la vida como quiere o puede, pero me divierte hacer crítica narrativo-moral de cómo nos contamos unos a otros los cuentos de nuestra vida.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Un vida entera de papel

"Cuando miro hacia atrás sólo veo una vida entera de papel", confiesa el protagonista de Cien clavos, la última de las películas del viejo Ermanno Olmi, sobre una nueva especie de anacoreta: un profesor de filosofía que, a punto de publicar una nueva obra, decide abandonar todo tras una espectacular acción simbólica: llena la biblioteca de libros antiguos de su universidad de volúmenes clavados en el suelo. Se retira a una casa abandonada a orillas del Po y se convierte en una suerte de contrafigura de Cristo para una comunidad de entrañables jubilados y pueblerinos, si no fuera porque... (no lo desvelaré: la película es imprescindible, aunque sólo la hayan estrenado en una sala de Madrid). No diré que nunca haya pensado hacer algo parecido: lo pienso todos y cada uno de los días. La nostalgia de la vida me acompaña en cada momento; nunca me he confundido: una vida de libros no es más que una vida de papel. Ermanno Olmi, de quien solamente conocía La leyenda del Santo Bebedor, a quien le han homenajeado con el León de Oro de Venecia a sus cincuenta años, muestra aquí una sabiduría antigua que sólo la experiencia puede dar. Como Manoel de Oliveira, como antes Antonioni, son seres iluminan la cultura con una luz que no viene desde fuera sino desde los estratos más profundos de la humanidad. Había pensado escribir hoy sobre el cinismo de buen tono que tanto prolifera entre mis colegas filósofos, sociólogos, periodistas,..., sobre esa mirada tan aparentemente "realista" sobre la cultura en la que todo son intereses pequeños y pasiones pequeñas. Había pensado hablar sobre un adjetivo que está en una de las primeras posiciones de mis desprecios, el "buenismo", con el que muchos de ellos califican discursos que no se han abandonado al cinismo y conservan la resistencia del recuerdo por las buenas intenciones. Había pensado reflexionar brevemente sobre qué parte de la realidad se ve desde este teatro de la universidad, pero Ermanno Olmi ya lo ha hecho infinitamente más claramente. "¿Pertenece usted a alguna organización subversiva o terrorista?"-- le interroga el policía--. "Sí". "¿A cuál". "Al claustro de profesores". " Pero eso no es una organización terrorista". "A veces sí". Se me ocurre que ciertas expresiones y formas de mirar el mundo no son más que terrorismo verbal de vidas de papel. Salud.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Vigilar y castigar

El relato del ajusticiamiento de Damiens, al comienzo de Vigilar y castigar de Foucault es uno de los clásicos de la crueldad en literatura (leerlo ya resulta doloroso). Me encuentro hoy con un reportaje en El público firmado por Sergio G. Martín sobre las investigaciones que promovió en gobierno norteamericano en los años cincuenta, preocupado por los adelantos que Corea y otros países estaban logrando en materia de "lavado de cerebro" (hay una larga lista de películas de Hollywood sobre el asunto, las de Bourne entre ellas, no es noticia nueva, sí los detalles). Sidney Gottlieb, un químico y psiquiatra militar, dirigió un proyecto (MKUltra) para encontrar nuevas técnicas de interrogatorio inyectando diversos psicotrópicos a los pacientes. En este proyecto participó Donald Hebb, uno de los que eran mis héroes de la ciencia, un neurólogo al que debemos la "Regla de Hebb" que explica la plasticidad neuronal por la asociación/disociación de sinapsis. Hebb, en la McGill, renunció cuando se dio cuenta de que estaba investigando sin más técnicas de tortura, pero su colega, el anticomunista Ewen Cameron siguió adelante con el proyecto de encontrar un sistema de "destrucción" y "reconstrucción" de la mente. Usaba técnicas de electroshock para eliminar la memoria, de largos periodos de privación sensorial para distorsionar la conciencia, psicotrópicos como el "suero de la verdad", que en realidad destruían la conciencia voluntaria, etc. Cuando trascendieron las investigaciones el 1973, Cameron declaró que se limitaba a "utilizar los dones que el Altísimo me había concedido, porque EEUU tiene derecho a defenderse por todos los medios posibles". Hasta aquí el artículo: http://www.publico.es/150105/manual/torturas/empleo/cia. Uno de los comentarios a la noticia señala con sarcasmo: "las licenciaturas de Psicología deben mucho a estas investigaciones". NO: no había nada que no se supiera ya . Lo interesante es cómo nacen los mitos sobre "lavado de cerebro", "cambio de personalidad", etc., sobre todo entre gente que sabe del asunto, y que sabe que no hay más que destrucción pura y simple de un sistema en frágil equilibrio como es un cerebro. La identidad humana no es más que un logro que sostenemos con ayuda de los amigos a lo largo de los avatares de la vida, pero que es muy fácil de romper con sistemas nada sofisticados. La psiquiatra Françoise Sironi (Bourreaux et victimes), un ejemplo de lo contrario, una investigadora que ha dedicado su vida a curar a víctimas de tortura a lo largo de décadas y por todo el mundo, describe el objeto de la tortura no como un medio de búsqueda de información (en lo que se refugian los instrumentalistas) sino como un puro y simple medio de destrucción de la identidad destruyendo el lazo de las víctimas con el mundo y con su comunidad. La privación sensorial es uno de los métodos más crueles y efectivos. Me plantea una pregunta no sobre lo malos que son algunos científicos sino sobre cómo pueden haberse embarcado en tales investigaciones pensando que son científicas. Como las investigaciones nazis, no eran más que voluntad cruel de destrucción. Todo lo que había que saber lo sabían ya antes. Está por escribir la historia de las connivencias de la ciencia y la estupidez del mal.
Salvemos a los neurólogos, psicólogos y psiquiatras de sí mismos.

martes, 9 de septiembre de 2008

La vida novelada

Hay preguntas filosóficas, abstractas, técnicas, escépticas en general, y hay preguntas que cualquiera le haría a un filósofo, quizá las que nunca se hace a sí mismo. Conviene a veces plantearle esas preguntas, especialmente al que se inicia en esa senda, pues es una especie de prueba del algodón de su limpieza de intenciones. Y me parece que no hay mejor ni más importante pregunta que la de por qué vivir. No una pregunta hecha desde la depresión o la angustia de vivir, qué más bien habría que hacerla en el diván del analista, sino la tranquila pregunta que ingenuamente uno hace en una tarde de café. Tampoco como pregunta escatológica, que asocie esa tranquila charla con las postrimerías, sino, más modestamente, con el deseo de saber que piensa esa persona que se considera filósofo. Haced la prueba. Para no ocultarme, por mi parte, y también en ese "quiet mood" de una relajada conversación, creo que respondería: para no interrumpir la vida, ¡es tan interesante! Como filósofo técnico se me ocurren valores, fines, dignidades, pero como persona que es contigentemente filósofo, lo que respondería es que la fuerza de la vida es la voluntad de saber. La gran pasión vital es la curiosidad, que a veces es sorpresa, entusiasmo y a veces ansiedad y miedo, pero siempre deseo de no interrumpir el flujo de lo que está ocurriendo: ¡me queda tanta gente por conocer y querer, tantas cosas nuevas por saber, tantos hechos por descubrir, tantos libros por leer! Imagino mis últimos días no jugando un ajedrez con la muerte, como en la película de Bergman, que me parece una figura angustiada y desesperanzada, sino como el que está leyendo una novela y le llaman para pasear: "espera un poco, anda, que ya estoy acabando el capítulo..." Supongo que la vejez espiritual, no la biológica (a la que uno ¡ay! se va acercando), consiste en un cansancio de la curiosidad, en una pérdida de interés por la vida, en un no querer saber más ya acerca de lo que hay: espero no sufrir nunca esa pérdida de aliento, que a veces (demasiadas) observo en gente que me rodea, muchas veces jóvenes. Y entiendo también esa frase que a veces se oye en las películas de acción: el cobarde muere mil veces, el valiente sólo una. La cobardía como dejarse perder la curiosidad por la ansiedad: la cobardía como renuncia y la renuncia como cobardía (la valentía y la cobardía es otra de las preguntas para hacer al filósofo, que los antiguos se hacían, pero no los modernos, tan intelectuales). No interrumpir, vivir la vida como se vive una novela, con el deseo de comprender, de saber qué va a pasar, con el recuerdo permanente de lo que ha sido. En fin, no es muy defendible en un congreso de filosofía técnica, pero en una charla de café, ..., es lo que hay.

domingo, 7 de septiembre de 2008

modestia y contexto

Cuenta Stanley Cavell en Un tono de filosofía que en el Harvard de los años sesenta, cuanto se comenzaba a vestir informalmente, las autoridades mantuvieron la exigencia de la corbata y la chaqueta en los comedores universitarios, por lo que algunos estudiantes comenzaron a presentarse con chaqueta y corbata pero sin camisa (lástima no haber leído antes esta anécdota estos años en que en mi universidad se exigía la corbata a los profesores). Desobedecer una regla obedeciéndola literalmente nos lleva a una interesantísima pregunta por los contextos en los que actuamos y, en este caso, hablamos o escribimos. Los blogs como éste son uno de ellos. Lo que me parece fascinante es ese no saber quién cuándo y cómo se leen o si acaso se leen estas palabras. En los coloquios (estoy ahora organizando uno, por eso reflexiono sobre el tema) se envían "comunicaciones": los candidatos escriben un texto pensando en quiénes, cuándo y cómo van a escuchar y en lo que podrían responder. Una comunicación es así un acto con un contexto académicamente muy determinado. En una clase "magistral", el profesor habla y los demás escuchan, y acaso espera una pregunta de los más adeptos que le dé ocasión para seguir hablando. En los grandes congresos se distingue entre conferencias magistrales, impartidas por las grandes autoridades, comunicaciones y posters. Qué curiosos son éstos últimos: una enorme sala llena de paneles en los que se han pegado textos y gráficos y uno o dos autores delante, esperando que alguien se acerque, lea y pregunte. Es un ejercicio de modestia, humildad y acaso humillación que deja claro cuántas relaciones de poder (o autoridad) hay en el ejercicio de la palabra. Conversaciones asimétricas: el hablante y el oyente están investidos de poder. Pienso en los blogs, al menos en éste, como en un poster en el que uno no imparte una clase o conferencia, ni comunica nada, sino que pega una reflexión y deja todo el poder al paseante. Los blogs, como los posters, plantean rompecabezas sobre los contextos comunicativos: una mezcla de modestia e inmodestia (o pudor e impudicia) en las que hay que buscar las razones por las que se escriben. Es sorprendente que muchos blogs se escriban con un "alias": le plantean a Derrida una pregunta difícil sobre una firma que no es una firma sino un remedo de ella, que no aspira a ser identidad del autor. Ser y no ser autor y responsable de lo que se escribe, dejar toda la fuerza al texto en un contexto de incógnita sobre autor y lector. Más interesante aún cuando los comentarios se hacen también con sobrenombre: palabras que conversan entre sí desposeídas de toda relación de fuerza y poder.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La belleza de la bestia

He visto estos días el documental que Leni Riefenstahl realizó en 1934 sobre el congreso nazi de Nüremberg en 1934, El triunfo de la voluntad. Leni tenía entonces treinta y dos años y le fue encomendada una tarea que definiría un estilo de propaganda de factura técnica subyugante y onírica. Una sombra de un aeroplano oscurece una bella ciudad alemana: Hitler llega al congreso del partido; multitudes de seres sonrientes y entusiastas le saludan; la cámara sigue su camino desde numerosísimos, insólitos puntos de vista: los talones de un joven que se alza, un primerísimo plano de una sonrisa infantil, un picado desde una ventana, cámara subjetiva desde el automóvil de Hitler;... Todo son innovaciones técnicas. Lo demás, los desfiles, la trompetería, las procesiones nocturnas con hachas encendidas, la gesticulación estentórea del führer, todo se ha incorporado ya a la iconografía conocida. Pero impresiona aún la factura novedosa, impecable, brillantísima del documento. Tanto que a uno podría olvidársele qué está viendo. "El pueblo alemán desea la paz", ... (Cuando el pintor de brocha gorda habla de paz,...). Los jerarcas del partido: Himmler, Göbbels; la mirada extasiada y adorante de Rudolf Hess introduciendo a Hitler. Uno se explica por qué Grass o Feyerabend se apuntaron a las juventudes hitlerianas: la belleza les sedujo, han explicado.
Revisitando este verano la filmografía de Martín Patino, Caudillo en particular, observo como con sutil e irónica mirada muestra también ese contraste de estética y ética: los repulidos falangistas que pasean por las calles salmantinas, la escenografía hollywoodense en la Plaza Mayor con la guardia mora,... En contraste, los cutres y sucios milicianos, el desorden, el griterío,...
Todo eso me hace pensar sobre el viejo tema de la ética y la estética, pero sobre todo me hace recordar los bellos versos del arquitecto-poeta Joan Margarit, que son ya una respuesta y un tratado perfecto sobre el tema. Riefenstahl, el barroco fascista, queda definitivamente definido por Margarit, el barroco melancólico del sur:

Venècia
------- A la Raquel

No sents com niua la vulgaritat
darrere les façades dels palaus?
Amor, que no siguem supervivents.
Que no ens adormi el somni d’aquests marbres
ni el dels maons rosats
que surten sota els panys d’estuc caigut.
Que no torni a engayar-nos la bellesa:
la ratlla de verdet semble sortida
del pinzell de Bellini, que perfila
el densos verds oliva dels Canals,
estancats com les venes d’un déu mort.
Tots els palaus són màscares que diuen:
Què són, sense el desastres, la vida i els poemes?

Venecia
--------A Raquel

¿Sientes cómo, detrás de las fachadas
de los palacios, la vulgaridad
hace su nido?
No seamos, amor, supervivientes.
Que no nos duerma el sueño de estos mármoles
o estos ladrillos rosa que aparecen
bajo un lienzo de estuco desplomado.
Que no vuelva a engañarnos la belleza:
esa raya de moho parece haber salido
del pincel de Bellini al perfilar,
con densos verde oliva, canales estancados
como si fuesen venas de un dios muerto.
Los palacios son máscaras que dicen:
¿Qué son, sin los desastres, la vida y los poemas?

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Levantarse

Los verbos reflexivos son misteriosos. El payaso A dice al payaso B: "levántate", y el payaso B se agarra por los pelos y con aparente esfuerzo se va elevando del suelo hasta la posición vertical. ¿Se ha levantado a sí mismo? No: ha simulado levantarse, pero si agarra un cubo y lo levanta entones sí es el agente de la acción. Afeitarse: sí, aquí uno es agente y paciente, los dos "complementos" del verbo, el sujeto como "complemento agente" y el predicado como "complemento paciente" son la misma persona. "Conocerse": ya empiezan los problemas (¿quién conoce a quién?). En la mili (uno ya tiene una edad y fue a la mili) le repetían al recluta "aquí os haréis unos hombres" (¿¿??) y me preguntaba, ¿quién hace qué? (la autopoiesis es tan difícil de comprender como el autoconocimiento). Levantarse: de, desde, contra... : aquí, las circunstancias (las preposiciones) transforman la estructura del evento-acción de manera radical. Muchos filósofos dicen con tanta convicción como ingenuidad que el lenguaje nos hace humanos, que pensar es pensar en el lenguaje. Pero el lenguaje es a veces tan sorprendente o más que la mente o el pensamiento. Levantarse: a, ante, bajo, ... sin, so, sobre, tras.

martes, 2 de septiembre de 2008

El presente eterno

Vivimos en el espacio, pero habitamos en un lugar: nuestro entorno está manchado con nuestras proyecciones, sueños, hábitos, temores y admiraciones. En el tiempo es más difícil hacer esa distinción. Como seres termodinámicos que somos, nuestro organismo es un enredo de ordenamientos causales que nace, cambia y muere para, en ocasiones, prestar parte de su ADN a otro(s) organismo(s), pero la persona que somos, que habita en ese ámbito nebuloso que está entre la realidad y lo imaginario, no es un simple objeto termodinámico. Nuestra historicidad es más complicada. Los pensadores orientados hacia la Historia como madre de la verdad, que decía Cervantes (Pierre Menard escribió "la Historia, madre de la verdad", pero quiso decir algo muy distinto) creen que el pasado es algo que pasó, distinto al ahora, y un tiempo que hay que conocer con cuidado y hasta con devoción. Yo tiendo a pensar que no, que los muchos pasados son parte del presente, como también los muchos futuros. Nos resistimos a abandonarlos, forman parte de lo que somos en términos de resentimiento, nostalgia, angustia o esperanza. Vivimos un presente eterno como seres que están relatando continuamente su existencia. Las fracturas del pasado o del futuro son síntomas de que algo anda mal en nuestra mente: cuando el futuro deja de actuar en el presente o el pasado se aleja, nuestro presente languidece. Tenemos muchos nombres para las distintas variedades de este anochecer del presente. Uno de ellos es la muerte, pero otros tienen nombres más técnicos. Vivir en el presente, carpe diem, no es sino hacerse cargo de un mundo que nos desborda por los extremos del ser histórico que somos. Así que si todo es política, también todo es política de la memoria y política de la imaginación. Y cuando ambas se debilitan nuestra identidad también se resiente. ¿Está en peligro nuestra imaginación?