domingo, 29 de marzo de 2009

El cálamo de las gamonitas

Las gamonitas han comenzado a florecer en Monfragüe. Nacen entre la jara y su tallo se eleva para desenvolver unas flores arracimadas, blanquísimas, perfectas en sus perfiles.

La caña de la gamonita se empleó en el Renacimiento y Barroco español para un sorprendente oficio: seca ya, se le sacaba punta y se usaba como grafio o buril para el esgrafiado en los paneles pintados al temple de los cuadros y retablos. Con el cálamo de la gamonita se dibujaron los ornamentos de los trajes que vestían los santos de las tablas renacentistas. El cálamo tenía la fragilidad precisa para romperse en el punto en que pudiera afectar al pan de oro al que cubría el temple (una mezcla de yema de huevo como emulsionante y de pigmento puro; una pintura de secado rápido que antecedió al óleo hasta el Renacimiento). El cálamo incidía sin hacer daño. En el momento preciso se rompía.

Aprendí esto y una infinidad de cosas con un anónimo explicante que me enseñó a ver el retablo de Arroyo de la Luz. Un increíble documento de simbología religiosa en los primeros momentos de la contrreforma.



Había ido por recomendación de Raquel Rodríguez y su compañero a ver los cuadros de Luis de Morales en el retablo, una luminosa colección de aquél sutil, místico manierista que en ciertos aspectos estiliza a Rafael, pero en otros muchos deberíamos considerar el primer prerrafaelita.


El caso es que aprendí casi todo de Morales, el manierismo y la técnica de retablos de mi increíblemente bien informado cooperante que explicaba el templo y con quien he contraído una deuda que espero que la suerte me permita pagar.
La metáfora del cálamo de la gamonita me estuvo rondando todo el día. Por la tarde, paseando por el sacro lugar de los Berruecos de Malpartida de Cáceres, una acumulación de eflorescencias graníticas, batolitos, en los que Vostell encontró el mejor contraste para sus reflexiones sobre la sociedad industrial, un espacio en el que el mensaje de Fluxus adquiere completo sentido. Picad un momento en esta foto para sentir por un instante el milagro que sólo el arte consigue:

Es la más perfecta fusión de arte y naturaleza que jamás haya visto. El aprovechamiento y la transfomación de un paisaje que por la forma de la mirada se hace doblemente sublime. El museo Vostell es, y he visto innumerables, el primero en mi corazón:


Tuve ocasión de conocer a su viuda. Le pregunté inmediatamente lo que llevaba preguntándome desde hace años: ¿cómo rayos pudo conseguir Vostell un cazabombardero para convertirlo en un nido de cigüeñas? La historia no tiene desperdicio: fue poco antes de la caída del muro. Los rusos mandaron al desgüace su parafernalia militar y empezaron a vender a trozos, literalmente a trozos, su arsenal. Baratísimo: Vostell quería traerse a Cáceres media guerra fría.

Al rato tuve que escuchar una conferencia de un tal sobre el arte contemporáneo. Mis ojos estaban llenos de Morales, pero aquello se convirtió en un confuso álbum de diapositivas y comentarios que reiteraban el cansino recitativo de los dandis: "dios ha muerto, el arte ha muerto y yo mismo estoy que me duermo". Empleaba como explicación el concepto de "narcolepsia". A mi alrededor los oyentes se despertaban, reían las gracias de doce o trece comentarios de sus ciento veinte diapositivas y volvían al sopor. Justicia poética. Me preguntaba por qué los estetas no nos explican, no ayudan a encontrar sentido a un trabajo que sólo a veces es banal, y casi siempre penetrante. Comparaba a mi anónimo maestro del retablo y a este famoso intelectual que deslumbraba sin alumbrar. Ya me daba igual: en mis ojos se habían metido las flores de las arvejas (el guisante silvestre), la candela (se denomina así en ciertos sitios a la flor de la encina), el espino albar y el cantueso o tomillo de corpus, nuestra humilde lavanda, y lo demás era contingente. Gracias a la fotografía conservaré algunas imágenes del paseo por Monfragüe:








Me pregunto por qué quienes tenemos la palabra en la escritura no volvemos al cálamo de la gamonita: desvelar lo que está debajo sin romperlo, por qué no volvemos a la obra bien hecha y a emplear el tiempo en darle sentido a las cosas. Hay demasiados comisarios en el arte contemporáneo y demasiados pocos "curatores", cuidadores. Volverá a florecer la gamonita.

2 comentarios:

  1. Gracias por traernos este bellísimo extracto de primavera en un día tan gris como el presente, Fernando.

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  2. Moraleja: quedarte paseando por Monfragüe hubiera sido una opción mucho más gratificante y placentera que ir a dormir a un auditorio (adonde, por otra parte, se duerme bastante mal cuando las butacas son duras). Por lo menos allí te hubieran arrullado las aves y no un señor con palabras disonantes y tan poco armónicas como esa. Saludos, lindo post y fotos, como siempre.

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