A veces los espacios se despegan. Se despegan de la vida, claro, de la vida propia. Aquellos lugares que se habían convertido en significativos, en zonas mágicas de la existencia, en las kamtchakas donde nos refugiamos, se despegan. Uno vuelve a esos lugares y ya están despegados. Todo sigue igual, los mismos paisajes, los mismos soles, las mismas caras y los mismos abrazos, pero el lugar se ha despegado. Ya no forma parte de tí: lo atraviesas sin sentir su ritmo, sin que el aire te erize la piel, sin que el sol te queme. Solamente pasas.
Y notas entonces que la vida consiste precisamente en eso, en irse, en dejar que los lugares despegados vuelen como papeles en días de viento. Te despides de ellos como te despides de tus uñas y cabellos. Sin nostalgia: formaron parte de tu cuerpo y ahora no.
Y te das cuenta de que los siemprenosquedaráparís no son más que expresiones de wishfulthinking, ilusiones que pronuncias para atarte a ellas y que antes de expresarlas ya las sabes muertas.
Y sueñas que si no los espacios, acaso los tiempos tengan una permanencia en la nostalgia, preservados del cambio por la imposibilidad de volver a ellos, pero siempre como faros en las navegaciones peligrosas. Y aprendes que los tiempos también se los llevan los espacios despegados.
Exiliados escépticos, viajeros sin destino ni retorno, dejamos los lugares como dejamos la piel.
Hola. El post de hoy me hizo recordar unas palabras de tu tocayo, Fernando Pessoa: "Después de parar y andar, después de quedarme e ir, he de ser quien va a llegar y, más quien debe partir. Vivir es no conseguir". Siempre me ha gustado, debe ser porque vivo intentando acostumbrarme a los desapegos.
ResponderEliminarMagnífica cieta: me identifico totalmente!!! (con Pessoa siempre me ocurre)
ResponderEliminar(Un punto de frivolidad)
ResponderEliminarPues yo me siento muy apegado a mi pelo, y siento nostalgia cuando veo que ya no forma parte mí. Es lo que tenemos los futuros calvos en proceso.