martes, 1 de febrero de 2011

Poética filosófica

Una de las lecciones que uno aprende en filosofía, y que modestamente trata de enseñar y, hasta donde puede, ejercer, es la importancia y profundidad del estilo en filosofía. El estilo es, para el estudiante o para el lego, "escribir como" cierto autor o como cierta escuela. Una forma de articulación de la frase, un ladearse hacia ciertos términos, una longitud de párrafos, un seleccionar temas y conceptos. Todo eso es el estilo, mas sólo la superficie. El estilo es para el filósofo, debería serlo, su forma de agencia, de hacer que el lenguaje le exprese más que ser expresado, fascinado, embrujado, por él. El estilo en filosofía indica el grado en que se logra una voz (un "tono" dice con propiedad Stanley Cavell) propia. No se trata de originalidad sino de actitud ante el lenguaje. En este sentido, como también en otros, la filosofía está muy cerca de la poesía. La voz, el tono, son tan importantes como el contenido. Muestran más que dicen el grado en que el filósofo es consciente del medio en que trabaja. Muchos estudiantes, y me temo que muchos profesionales, pasan su vida sin hacerse cargo de esta obligación y pasan su carrera imitando la voz de aquellos filósofos y escuelas que le gustan o, peor aún, que facilitan el ser oído, leído, publicado. No niego que tal cosa haya de hacerse y seguramente aprenderse. Sería algo más que ingenuidad, irresponsabilidad, no explicarle a los estudiantes que hay que dominar los estilos dominantes en un mundo y en una academia en donde la publicación es la frontera entre tener o no tener trabajo. Pero también sería una ingenuidad y una terrible irresponsabilidad no enseñarles a hacerse conscientes del hecho y a que no les afecte a la voz. Todos conocemos a colegas a quienes les ocurre con el estilo lo que a los políticos con la prosodia de su líder: se esfuerzan tanto en parecerse que al final no son sino un remedo. Analíticos, posmodernos, nietzscheanos, wittgensteinianos, lacanianos,..., a veces no son sino caricatura de textos. A veces sus trabajos no llegan sino a textículos, por interesantes que puedan ser en otro sentido, porque carecen de voz, porque carecen de voluntad de lenguaje. Hay sin embargo dos clases de estilo que respeto y admiro por mas que no logre situarme en ellas. La filosofía, como la poesía, es siempre un trabajo en la frontera del sentido. Lo creativo de la filosofía tiene que ver con la expansión del concepto,y de ahí su liminalidad. Así, en un lado, están los que fuerzan el lenguaje para evitar ser contaminados de los sentidos dominantes. Son voces y textos que bordean la ilegibilidad o el hermetismo no por inhabilidad sino porque han decidido refugiarse en una Kamtchaka semántica donde creen que no llega el poder. En otro lado están los que ejercen la precisión con una aspiración a la claridad que lleva a una permanente voluntad de definición y a un irritante ejercicio de subnumeración y subdivisión de sentidos. Quienes no lo hacen por escolasticismo, por pura escuela, sino por una agencia de conceptos consciente y diestra, logran esa forma excelsa de creatividad que es la filosofía. Pero no hay nada necesario: tampoco en el estilo filosófico.
Me siento más cercano de otro modo de estar en el lenguaje que a veces bordea y a veces se lee como divulgación, pero que yo quisiera reapropiación y redistribución del lenguaje y de los conceptos. No creo que el lenguaje filosófico deba ser disciplinar ni interdisciplinar o transdisciplinar, sino contradisciplinar. También en filosofía hay una rebeldía lingüística que en mi caso lo es contra la escuela como forma de sumisión. Entiendo y admiro el hermetismo y el aburrimiento analítico, y entiendo su llamada a situarse en un nivel en el que el filósofo no es tocado por el poder. Pero a veces eso implica una violencia semántica que no es menos dañina. Muchos autores confunden el trabajo en la frontera con el vanguardismo. Vanguardia es quien va o se cree ir delante de. Como si hubiese que ponerse delante de alguien: arjai, los principios, arjon, pero también el que va delante, el arconte. Me siento, también en el lenguaje, cercano a la an-arquía, a un gobierno sin arcontes. El ir a los principios es para muchos filósofos ir al principio de la columna. Pero no es necesario. Nada lo es.

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