miércoles, 17 de agosto de 2011

Dos clases de perdón




La más que interesante instalación en el Retiro de doscientos confesionarios de un diseño dinámico, con reminiscencias marinas,  tal vez para navegar los procelosos mares de la modernidad, me ha llevado a revolver las páginas del reciente libro de mi admirado amigo David Konstan, filólogo e historiador de las emociones en el mundo antiguo y premoderno de la Universidad de Nueva York (NYU): Antes del perdón: orígenes de una idea moral. Sostiene allí  David Konstan que la idea de perdón como idea moral no existe en el mundo antiguo. Es una intrigante conclusión de alguien muy bien informado: como filólogo de primera línea conoce perfectamente la literatura griega y romana, por su ascendencia, conoce perfectamente la tradición judía, por interés y estudio, conoce de primera mano los textos de la primera literatura cristiana, por curiosidad insaciable, está muy al día de toda la reflexión filosófica y científica sobre la historia de la subjetividad.
El perdón es una creación moderna. Ésta es la idea.
No creo que tenga mucho futuro la controversia en la que se han embarcado muchos filósofos actuales de orientación científica como Daniel  Dennett o  Richard Dawkins, como representantes de una suerte de ateísmo científico, sobre el "hechizo" de las ideas religiosas. Lleva esta controversia y otras similares a la muy vieja idea de los dioses como inventos del miedo. Tengo la sospecha poco meditada de que la Ilustración ha sido poco capaz de pensar la experiencia de lo sagrado como una forma radical de relación con el mundo. Y una de sus consecuencias es la visión superficial y la crítica superficial de las religiones. Como si los creyentes fueran un poco más tontos que el resto y estuviesen en estados premodernos.
No tengo nada que decir de cuestiones de existencia y referencia (si existen o cuántos y quienes son los dioses verdaderos), ni de cuestiones de ritos, ni siquiera de las operaciones mediáticas incapaces de ocultar la intención política que ha llenado nuestras calles de kumbayás y harekrisnas ilusionados y sobreactuando en  simpatía y "juventud".
El punto del perdón es, me parece, el central en la deriva histórica que suponen algunas religiones que no solamente son modernas, sino que son creadoras originarias de la modernidad.
La antigüedad no contempla la idea de perdón, sólo entiende de aplacamiento del resentimiento. A los viejos dioses, al dios de la Biblia, se le aplaca. Al poder se le aplaca. Al vencedor se le aplaca. Es una gestión de las emociones que pueden producir ante el vencido e inferior las peores consecuencias. En la modernidad, nace una idea diferente: se condonan las deudas, los daños, se suspende el resentimiento. Pero hay un precio: el victimario, el pecador, debe someterse a un extraño proceso que tiene que ver, en primer lugar con la auto-inspección; que, en segundo lugar, debe llevar al reconocimiento de que hay una situación de deuda, que a veces ni siquiera tiene que ver con lo que se ha hecho, sino con lo que se ha deseado hacer; en tercer lugar, debe admitirse públicamente la situación de deuda; en cuarto lugar, debe entrarse en un estado emocional de culpa; en quinto lugar, debe admitirse y someterse de buen grado al castigo.
Sin este cambio no hubiera sido posible la modernidad. La modernidad es menos la idea de un progreso hacia un fin imaginado que la huida de una situación de mancha irremediable. Es algo que compartieron los reformados, los ilustrados y los contrarreformados. Cada uno puso el pecado donde le pareció bien.
Los doscientos confesionarios, obviamente, no están dirigidos a los puros sino a los pecadores que somos el resto.
Ciertamente hubo otra idea de perdón que tenía otras raíces más antiguas, que admitía el derecho a no confesar, que no exigía el arrepentimiento sino solamente la retribución a la víctima y el cumplimiento del castigo que socialmente se consideraba suficiente.
Son dos ideas de modernidad en las que cohabitamos. Yerran quienes consideran la instalación como una performance premoderna. Yo lo interpreto como uno de los signos de los tiempos.

6 comentarios:

  1. Desde mi punto de vista el confesionario es demasiado sencillo. Es como si construyeran un edificio de viviendas sin paredes, sino sólo con tabiques. Sobre la relación de la modernidad con esto, no sé qué opinar: para mí todo esto es demasiado antigüo. Lo peor de todo es que, vistos los muchos casos en que faltaron a la confianza de sus creyentes, la confesión la veo como el peor peligro de cualquiera que sea suficientemente inocente para ello

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  2. El cristianismo es la religión más facilona del mundo: te arrepientes (de corazón, ¿eh?), te perdonan y vas al cielo. El perdón soberano por excelencia, vaya. Pero el perdón supone, como diría Hegel, junto con la reconciliación, el mismo motor de la historicidad y no como un hecho llegado de la mano de dios... Aunque me quedo con Derrida, al fin y al cabo, el perdón sólo es perdón cuando está sometido a la prueba de lo imposible...

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  3. De acuerdo con pusilánime. Sin embargo, dudo que ninguno de los que se dicen católicos sepan lo que significa "de corazón"; entre otras cosas, significa una reforma de uno mismo, desde sus mismos cimientos, algo que el católico, hipócrita como él sólo, es incapaz de concebir y mucho menos de aplicarse a sí mismo

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  4. "Te advierto, quien quiera que fueres, Oh! Tu que deseas sondear los arcanos de la Naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo, aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿Cómo pretendes encontrar otras excelencias?. En tí se halla oculto el tesoro de los tesoros. Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses"

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  5. "si no hallas dentro de ti mismo, aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera": Este supuesto es el que hemos ido descubriendo que es algo más que discutible. Dos cosas a las que podría aplicarse, pongamos por caso, es al daño y a la felicidad. Pues bien, ¿acaso sabemos cuándo somos felices?: "me preguntaba entonces qué sería la felicidad, no me daba cuenta de que la felicidad era lo que me estaba ocurriendo". No pocas veces descubrimos que la felicidad era lo que estábamos experimentando sin saberlo. Necesitamos el paso del tiempo para aprenderlo. También ocurre con el daño que causamos o que nos causan. El autoexamen es tan frágil como el examen de la naturaleza. Más si cabe. No ha pasado Freud en balde por la historia de la cultua

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  6. Permítame que, sobre la culpa, mencione a Nietzsche: "En la antigüedad prevaleció la moral de los señores, donde bueno equivalía a noble, superior, orgulloso, de vida elevada y afirmativa. Con el judeo‑cristianismo apareció la moral de los esclavos, donde se invertirán todos los valores anteriores. Bueno se equipara a manso, sumiso, y malo es sinónimo de belicoso, orgulloso. En esta segunda moralidad se realiza una valoración positiva de la mediocridad, de la mansedumbre, del gregarismo, de la pasividad y hostilidad frente a la vida.

    Esta actitud vital surge como REACCIÓN, su único acto creador es un decir no a lo distinto".

    Quisiera matizar que, con respecto a esta idea, yo no equiparo a la aptitud gregaria y rencorosa con el cristianismo ni con el judaísmo, sino sólo con el catolicismo. Sólo en una religión basada en este caracter gregario y rencoroso podría darse la confesión, no como el intento de pedir perdón sino con la intención de adular la vanidad de sus sacerdotes, diosecillos que creen poder decidir sobre la muerte y la vida, las uniones, lo puro y lo malo basándose en esa moral de rebaño, sin ser siquiera mencionados en las Sagradas Escrituras. Por ello, este poder terrenal queda en evidencia y no está claro que pudiera perdonar nada, excepto el resentimiento del obrar independiente, libre, original y verdadero -si es que así lo demuestran los hechos. Así a esta aptitud vital católica se le podría mejor llamar aptitud mortal y sería mucho más acertado

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