jueves, 5 de enero de 2012

Achaques del declive intelectual






Confieso que este libro se me hubiera escapado si no hubiera sido por los denuestos que le dirigió recientemente Javier Marías (reconociendo no haberlo leído) en su columna del suplemento semanal del diario conservador que aspira a la educación universal de la sociedad española. Entre divertido e irritado por las palabras de alguien al que admiro más como novelista que como pensador, descubrí que el precio en la versión electrónica del Kindle de Amazon era más que asequible y eso me permitió una entretenida tarde con las invectivas que Jordi Gracia dirige a un género de queja doméstica que últimamente ha florecido en el país (y también en El País). Se trata de la mórbida y aristocrática ira contra tres grandes males que han causado un alegado apocalipsis cultural en el que estaríamos sumidos: la pérfida invasión de tecnologías visuales que ha acabado con la lectura de los libros del canon, la idiotizante epidemia que aqueja al sistema educativo, y en particular al sistema universitario de los últimos años, y la vergonzosa atención que se dedica a autores de medio pelo y poca profundidad, segundones y malos imitadores de los grandes cerebros de otro tiempo.
Jordi Gracia describe con un suelto sarcasmo esa desastrología hispana que se ejerce desde el seguro sillón, si no la cátedra, y que tantos réditos supone para quien no tiene mucho más que ofrecer que su presuntamente justificada ira por la mediocridad del resto, especialmente del resto de sus colegas. Alguien tenía que decirlo. Se ha convertido en tan invencible cliché la queja del alumno ignorante que llena la clase y no atiende a la profunda explicación del profesor que siquiera insinuar que las cosas podrían no estar tan claras le envía a uno al infierno más apestoso de la colaboración con el sistema.
No es el momento de explicar por qué las cosas no están tan claras. No lo están. Muchos de los que elevan este tipo de quejas no hubieran tenido mucho que hacer si hubieran competido en buena lid en su momento por sus puestos actuales con cualquiera de los alumnos que ahora surgen del sistema al que se acusa de ser una indiscutible fuente de fracaso. Yo, al menos, no tendría el privilegiado puesto que disfruto si hubiera tenido enfrente a cualquiera de mis alumnos. Cuando observo a una generación que se sabe definitivamente precaria por mucha preparación que tenga, que es capaz de manejarse varias lenguas, discursos, medios tecnológicos, países y sistemas educativos, que no le teme a la confrontación internacional y que sin embargo no pierde el tiempo en quejarse de la generación que habrá de sumirla en esa irredenta precariedad, me avergüenzo de pertenecer a unos tiempos en los que se (nos) premió la mediocridad por muchos discursos progresistas que la adornaran.
La melancolía es fruto de una compleja alquimia de pasiones de heterogénea procedencia. Hay melancolías que nacen del resentimiento con una realidad que no ha concedido el reconocimiento que uno supuestamente merece y hay melancolías que nacen de la nostalgia por lo que uno pudo ser y no fue.  El intelectual es siempre alguien al borde de la terapia. De otro modo sería imposible la tensión de la escritura. Pero hay melancolías y melancolías.  No ocultaré mi padecimiento de ella, pero me gustaría pensar que la mía tiene causas endógenas en el convencimiento de mi propia incapacidad y no en la queja contra una realidad que no se apiada de mis deseos. Al menos no creo reconocerme en el cruel retrato del intelectual melancólico que ha dibujado Jordi Gracia y sí, al menos en parte, de su lado del salón.

12 comentarios:

  1. Fernando,

    muchas gracias por este post. No he leido este libro, y tampoco el tan comentado de Jordi Llovet, al que Gracia responde, pero saber que hay catedraticos que son conscientes de estas desigualdades en el acceso al sistema que citas ayuda bastante....

    Lo dicho: gracias!

    Antonio G.

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  2. Hola Fernando. No he leído el libro de Llovet, y justamente ahora estoy con éste, pero me pregunto si cabe pensar a los autores (y a quienes se adscriben, o nos adscribimos, a uno u otro bando), y, si cabe pensarlos así, hasta qué punto, como 'apocalíptico' el primero e 'integrado' el segundo, y si no podemos, o hasta qué punto, desprendernos aún de este par de términos o similares. Un saludo.

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  3. Buena observación, Rubén. Probablemente no sea cuestión de apocalípticos e integrados. Yo al menos coincido contigo en eso. Me parece que hay grandísimos defectos en el sistema cultural y educativo español que hay que cambiar. En eso tienen razón los "apocalípticos", pero la solución no es buscar formas de elitismo. En eso tienen razón los "integrados". Yo diría que, socráticamente, justicia y verdad están más unidas de lo que parece.

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  4. Los "debates" que mantienen en la prensa española nuestros supuestos intelectuales de prestigio- no me meto con la calidad que tiene la producción literaria de algunos de ellos- es deprimente. Responde a esa actitud tan castellanovieja de despreciar lo que se desconoce y de seguir enredados en polémicas tiempo ha superadas. Creo que vamos a tner la ocasión de comprobar esto una vez más con un anunciado libro de Vargas Llosa sobre la cultura audiovisual contemporánea. Que nos pille confesados.

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  5. Estimado Fernando,
    Creo que buena parte de ese "quejismo" (se me ocurre llamarlo así porque ya casi es un género dentro de las columnas de muchos intelectuales) deriva del hecho de que estamos ante una cultura en rápida transformación, en buena medida (aunque no solamente) debido a la irrupción de las tecnologías digitales y los espacios electrónicos de intercambio de contenidos y opiniones, y eso descoloca a muchos nostálgicos de un mundo en el que las cosas parecían más ordenadas. Hoy, cada vez más, las legitimidades están cuestionadas y se ha abierto un margen para que otras voces se expresen e interpelen directamente a unas figuras y unas posiciones que, por lo visto, no están tan dispuestas a bajar a la arena a argumentar desprovistos de sus ropajes de autoridad.
    Saludos cordiales desde Argentina.

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  6. Tiene razón Claudio en la importancia del impacto de las tecnologías mediáticas. Aunque hay viejos chistes sobre los intelectuales que se quejaban de esa cosa que llamaban libros y auguraban que nunca superarían al pergamino en facilidad de manejo e interés para el pensamiento.
    El quejismo (buen palabro) tiene más su origen en la egolatría que rige en los sistemas académicos. Es explicable porque son meritocracias, pero no es justificable.

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  7. Hola Fernando: off topic, quería sugerirte este artículo: http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-diaz-caviedes-1985/
    Es lo que todos sabemos, pero escrito en una primera persona que desmonta.
    Un abrazo y feliz año.

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  8. Muchas gracias, es magnífico!!, lo he compartido en facebook, me parece un diagnóstico certero.
    Feliz año!

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  9. Escolar Aplicadolunes, 09 enero, 2012

    Sí, Valdecantos recomendó en clase este libro y el de Llovet. Dijo que los dos eran importantes y dignos de leerse, aunque él estaba más de acuerdo con uno que con otro (sin decir qué lugar ocupaba cada cual). Yo también he leído los dos y tengo mi propio juicio. Tiendo a creer que mi preferencia es la inversa del profesor Valdecantos, pero con estas sofisticaciones que se gastan los profesores, y que los alumnos se supone que deberíamos imitar, cualquiera sabe lo que cada uno opina (y lo mismo estoy equivocado de cabo a rabo). Supongo que aprender humanidades es adiestrarse en esta clase de enigmas.

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  10. Si Marías confesaba no haber leído el libro de Gracia, yo confieso que no había leído la columna de Marías cuando escribí mi comentario anterior. Ya lo he hecho, está disponible aquí: http://javiermariasblog.wordpress.com/2011/12/31/la-zona-fantasma-31-de-diciembre-de-2011-superculpable/. Sea en las aulas, sea en el consumo de contenidos por medios electrónicos, sea en el ancho mundo, lo que muchos parecen resistirse a aceptar es que el mundo ordenado en el que han crecido y han construido su prestigio se está desvaneciendo y, con él, se están difuminando los mojones que servían de referencia en el camino hacia ciertos destinos que estaban claros (o al menos ellos así lo creían). Ese mundo ordenado se ha vuelto fluido, líquido o comoquiera que lo llamemos, y ni ellos pueden sustraerse a esa condición. La liquidez (me gusta esa idea de Bauman para pensar el tema), si bien afecta a distintos actores sociales en diferente manera y grado, tiene algo en lo que a todos tiende a igualarnos, algo que creo que se puede expresar en dos preguntas: ¿según qué vara se medirá ahora nuestra posición en el mundo?, ¿quién reconocerá quiénes somos y lo que valemos?
    Por eso, Fernando, agradezco su humildad al afirmar que su melancolía “tiene causas endógenas en el convencimiento de mi propia incapacidad y no en la queja contra una realidad que no se apiada de mis deseos”. Ese es el desasosiego que nos persigue a muchos. Y le agradezco también que ponga a disposición de sus lectores este espacio en el que podemos intercambiar ideas.
    Saludos cordiales

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  11. "Muchos de los que elevan este tipo de quejas no hubieran tenido mucho que hacer si hubieran competido en buena lid en su momento por sus puestos actuales con cualquiera de los alumnos que ahora surgen del sistema al que se acusa de ser una indiscutible fuente de fracaso. Yo, al menos, no tendría el privilegiado puesto que disfruto si hubiera tenido enfrente a cualquiera de mis alumnos." Mire usted: una cosa es adular a la juventud y otra lanzar afirmaciones tan irresponsables como esta. Sí: el sistema es una indiscutible fuente de fracaso, quizá a causa de gentes que no han creído en sí mismas jamás.

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  12. Puede ser estimad@ indignad@, seguro que es irresponsable lo que digo. Y también es seguro que yo no creo mucho en mí mismo. Pero, a diferencia suya no creo que el sistema (educativo) sea una fuente de fracaso: es una fuente de desigualdad.

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