La cultura y la sociedad son dos caras del modo en que los humanos organizan su existencia. Nacieron juntas, se entreveran e interconstituyen, pero no deben confundirse. No son lo mismo, tienen ritmos propios y extensiones independientes. Podemos encontrar culturas varias en una misma sociedad así como una misma cultura puede manifestarse en sociedades distintas. Sociólogos y antropólogos nos ayudan a entender estas derivas, aunque a veces pretendan invadir imperialmente el territorio teórico ajeno.
Más grave es la visión sesgada de los filósofos políticos, sociales y del derecho, que parecen olvidar en sus propuestas el lugar y el papel de la cultura en la historia. No es inusual, incluso, que al oír hablar de cultura levanten la nariz, como si los estudios culturales fuesen cosa de mariquitas, feministas rabiosas y negratas. La cultura, la alta cultura, es otra cosa, piensan, son los clásicos, que esta gente pone perdida con sus lecturas resentidas. Pero lo cierto es que la cultura es lo ordinario, lo que tenemos en común, decía Raymond Williams, lo que permite y ocasionalmente impide ciertas formas sociales de dominación.
La sociedad está hecha básicamente (no solo) de relaciones de poder y de distribuciones de poder, que se establecen mediante "incentivos" negativos y positivos (coacciones, instituciones, normas). Bien es cierto que las formas de poder son muy variadas: está el capital económico, el social, el cultural, el simbólico. Cada una de estas formas permite a los grupos situarse en zonas diferentes del espacio social, así como generar campos de poder diferentes (algunas de estas formas y campos de poder provienen de la cultura, de ahí la complejidad de las relaciones entre sociedad y cultura). En la sociedad están las clases, las divisiones hechas de barreras y obstáculos a la redistribución del poder, y la discriminación y marginación de géneros, grupos, pueblos y etnias.
La cultura funciona de otra manera. Está constituida por la cultura material, hecha de artefactos, habilidades técnicas y usos; por la cultura epistémica, conformada por las varias formas de conocimiento: científico, técnico, cotidiano; por la cultura simbólica, armada sobre los rituales, los símbolos, y en la que se mueven las religiones y sus sucesoras, las artes, compuesta, sobre todo por formas de sensibilidad.
Si en la sociedad encontramos clases, en la cultura encontramos identidades, que son el resultado y producto de estrategias culturales para cambiar la situación de los colectivos en las sociedades. Son estrategias narrativas, emocionales, cognitivas, que tratan de hacer visibles las relaciones sociales de poder, muchas veces apantalladas por efectos culturales, de mover las conciencias y crear lazos de pertenencia, de identificación entre iguales. Hasta el siglo XX el poder de la cultura había sido ignorado, así como los diferentes ritmos que sigue con respecto a la sociedad. Gramsci fue uno de los pocos teóricos (y sobre todo activistas) que repararon en ello. Otros vieron esta diferencia como una tragedia poco soluble, entre la situación objetiva de pertenencia a una clase y la subjetiva de identificarse con ella.
Lo cierto es que la actividad cultural hace visibles formas de opresión, exclusión y discriminación social que no corresponden únicamente a las desigualdades económicas, que son escondidas también por pantallas culturales que producen ceguera a otras formas de desigualdad. Pero también genera formas de poder que transforman la sociedad (por eso, de nuevo, la complicación de las relaciones entre cultura y sociedad). Y por ello en el tiempo contemporáneo han surgido identidades diversas, enrevesadas, a veces en tensión, a veces en colaboración. Por eso, en un mundo progresivamente globalizado por las mismas relaciones de poder, curiosamente se alza la fuerza de las identidades como una de las más poderosas fuerzas históricas.
Pensar que se se puede transformar la sociedad sin cambiar la cultura es estar ciego a cómo interactúan las dos facetas. También lo contrario es cierto: pensar que los cambios culturales son autosuficientes es otra forma de ceguera práctica. El caso, sin embargo, es que conocemos mucho mejor los mecanismos sociales que los sutiles mecanismos culturales donde se generan las justificaciones y legitimaciones de lo que existe (por ejemplo mediante la naturalización de las desigualdades que son producto de la acción humana). Se equivocan también, y a veces mucho más peligrosamente, quienes creen que distribuyendo solo la riqueza se acaban las discriminaciones y exclusiones. Necesitamos hacer visibles las estrategias de génesis de las identidades. Sin conocerlas no sabremos desvelar por qué algunas estrategias generan identidades violentas, ni podremos transformar los mecanismos del odio y del miedo en formas de pertenencia y lealtad liberadoras. Necesitamos también el activismo cultural: generar nuevos espacios, nuevas propuestas de cultura material, operaciones que susciten dudas sobre nuestras cegueras epistémicas, transformaciones de los rituales de identificación, nuevos modelos de estéticas desobedientes y distribuidoras.
No solo, pero también.
¿Quién es este "nosotros" del "necesitamos"? No se me ocurre una respuesta rápida. Abre los ojos y piensa con quién te estás identificando, y harás visibles las formas en las que la cultura configura tu identidad.
ResponderEliminarEjemplo nº 1. La cultura es la responsable, de que unos seres humanos estén en la cocina, al mismo tiempo que otros seres humanos de la misma clase social están en el salón viendo en un televisor a unos señores montados en motos que corren unos tras otros.
Ejemplo nº 2. La cultura es la responsable de que unos seres humanos sean los responsables de las manchas que llevan en la ropa otros seres humanos ligados a los primeros, por lazos de parentesco.
Hay mas...ya se me irán ocurriendo.
Ana la de la Carpetana.
Interesante punto de vista. Como dices, que la cultura y la sociedad se interconstituyan y se retroalimenten no implica que no debamos distinguirlas, porque siguen pautas y mecanismos propios y tienen extensiones diferentes. Me pregunto, no obstante, si los mecanismos que explican la formación y acción de la cultura no están en todo caso fraguados por las relaciones sociales de poder (pienso ahora en los sucesivos intentos de justificar las desigualdades sociales y étnicas mediante esa ideología esencialista neorromántica) ¿No es el concepto mismo de identidad algo fraguado por y para el ejercicio social de poder?, ¿no tendrá que ser desde el poder como se creen esos espacios y propuestas de intercambio y consolidación culturales? Saludos
ResponderEliminarBuenos comentarios. Me parece que, David, que el comentario de Ana es la respuesta. El poder también está configurado culturalmente (a la vez que sirve de sustrato para que se reproduzcan sus imágenes y formas culturales). De otra forma se vuelve algo místico, trasunto de la providencia.
ResponderEliminarQué post más acertado.
ResponderEliminarYo conozco a un caballero que se dedica a la Filosofía del derecho y sus "compañeros"cuando dice que el derecho es un producto cultural, le llaman diletante y "humanista reconvertido". Pero él responde que a mucha honra.
Gracias por este post tan estupendo. No me puede parecer más acertado.
ResponderEliminarDe hecho, yo que conozco a un señor que se dedica a la filosofía del derecho y que, cuando afirma que el derecho es una construcción, un producto cultural, y por tanto hay que democratizarlo, es tachado de diletante y "humanista reconvertido" por bastantes compañeros.
Pd: No sé cómo tomarme que blogger me señale en rojo las palabras "diletante" y "democratizarlo"
La cultura es la salsa que baña y hace tragable nuestra angustia de incertidumbre.
ResponderEliminarProduce ilusiones de predecibilidad, produce seguridad en cuanto quien va a ser el que manda y quien el que obedece..."la familia" no es un ejemplo, es el paradigma.
Podemos hacer planes de futuro porque casi estamos seguros que nuestro primogénito Edipito, no acabará matandonos para aparearse con nuestra mujer y quedarse con nuestra hacienda y privilegios (eso queda para los grandes felinos que aun no han descubierto la cultura, nuestra cultura), en nuestro caso sabemos que la cultura acarrearía una Edipito gran complejo de culpabilidad que le impediría disfrutar a sus anchas, es más acabaría sacandose los ojos de puro mal que se sentiría despues de haber atentado contra su padre.
Esto se construye mito a mito, cuento a cuento.
Ana la de la Carpetana
Yo creo que la definición de superestructura propuesta por el marxismo clásico y reinterpretada con las luces del siglo XX, deja instalado el análisis sobre usos y costumbres sociales en los que aparecen las artes, la religión y el resto de las manías culturales que lastran al individuo en el camino que supuestamente la lógica, el evolucionismo y el materialismo dialéctico alumbran. Así claro a Gramsci le resultó mas facilico.
ResponderEliminarAna la de la Carpetana.
También se me hace presente en este típo de reflexiones, el "superyo" de Freud que deja entreveer que antes del psicoanálisis, que los valores morales de los individuos podrían estar construidos por una madre persiguiendote con una alpargata en la mano (si esto no es conductismo, me rindo).
ResponderEliminarEl poder en la cultura también se ha intentado explicar (legitimar), desde el concepto de las especializaciones, que llevan a unos seres humanos a dedicarse a labores para las que desarrollan gran habilidad, ya que son liberados por su entorno cultural de otras labores.Unos muelen el grano, otros tejen el lino, o tros recolectan, otros ....mandan organizan y dirigen. O sea unos se especializaron en cardar la lana y los otros adquirieron la especialización de llevarse la fama.
ResponderEliminarAna la de la Carpetana