domingo, 18 de mayo de 2014

Tiempo y catástrofe





Asistí hace unos días a una interesante conferencia de Gonzalo Velasco sobre las representaciones de la catástrofe como organizadores de las formas de gobierno contemporáneo. Había argumentado Gonzalo sobre cómo la domesticación del azar se había convertido en uno de las formas de legitimación del estado desde el siglo XIX, una legitimación - sostenía- basada en el saber y el control de las estadísticas y probabilidades. Su argumento era foucaltiano y hacía descansar su discurso sobre la idea de que la seguridad se había convertido en nuestro tiempo en la gran justificación del poder. La seguridad como anticipación y prevención del mal y como sentimiento de los ciudadanos. La deriva contemporánea en el discurso del poder habría ido desde la insistencia en que el estado controla el futuro a una suerte de prevención de la catástrofe.

La idea de que estaríamos ante discursos de "estado de excepción" ha sido recurrente desde las críticas al autoritarismo de los estados contemporáneos de los años sesenta, y puede encontrarse en muchos de los escritos que se difundieron los turbulentos sesenta y setenta (en El amigo americano de Win Wenders (1977) aparece en un cierto momento una portada de Liberation con el nombre de Michel Poniatowski, el ministro del interior de Giscard D'Estaing que acuñó el lema de "aterrorizar a los terroristas"). Pero hay algo de cierto en la promesa de seguridad ante la catástrofe como una constante de los discursos contemporáneos. Argumentaba Gonzalo Velasco que la inminencia habría sustituido al tiempo largo en los horizontes de representación de los discursos sobre el tiempo de la vida, en una suerte de aceleración del tiempo de la historia como articulación de la trama que justifica los estados. Este discurso de la inminencia habría sucedido a los viejos discursos del progreso como tiempo distante y casi escatológico. 

Hay mucho de cierto en la idea de que el tiempo se representa bajo la sombra de la inminencia y que por ello se movilizan recursos emocionales mucho más potentes, basados en las emociones negativas como el miedo y la ira, que sustituirían a los intereses pequeñoburgueses de la búsqueda de "seguridad" en el imaginario contemporáneo. Pero no estoy tan seguro de que esa presentación sea demasiado nueva. Más bien todo lo contrario: el recurso a la excepción, me parece, ha tenido una presencia permanente en la argumentación del poder. El "yo o el caos" ha sido un tópico constante al que se recurre tras haber presentado el tiempo presente como un espacio al borde del abismo. 

Como he sostenido en varias ocasiones en las entradas de este blog, la escatología política (en el sentido teológico de discurso sobre el fin, no en el fisiológico de estudio de los excrementos, aunque también en modo irónico) ha mutado desde el discurso sobre la inminencia a un discurso sobre la resignación y el destino, a una supresión del tiempo futuro en los discursos, a un abandono de la historia como recurso argumentativo. Es lo que quiero decir con la idea de que vivimos en un tiempo en el que "el apocalipsis ya ha ocurrido", que implica la idea de que el estado se ofrece como "kit de supervivencia" sin otra alternativa. 

En concepto de "desastre" o "catástrofe" se articulan dos ideas con una importancia desigual: la primera es la de un acontecimiento súbito que convoca en un intervalo más bien corto de tiempo poderosas fuerzas de origen humano o cultural que, ésta es la segunda idea" provocan un daño o transformación enorme en las vidas y en la estructura social de quienes lo padecen. El recurso a la inminencia se apoyaría más en la intuición de la primera idea. Corresponde a la tradición "catastrofísta" en geología, que explicaba el paisaje como resultado de una secuencia intermitente de "catástrofes" naturales. Una idea del siglo XVIII que no sobrevivió a ese siglo ni en geología ni en biología, pero que en el siglo XIX dio origen al concepto de revolución como explicación de la intermitencia de la historia en sus pasos hacia el progreso. 
En matemáticas, la noción de catástrofe se refiere a un punto de inflexión que entraña una variación muy significativa en la línea que representa la dinámica de un sistema: una bifurcación, una caída brusca, algo similar. Es la misma idea de lo brusco como aticulación de la catástrofe. 

Pero la idea importante de la catástrofe está en el daño que causa, en la determinación sobre los planes de vida, interrumpidos por una fuerza que tiene las características de destino. Lo que realmente nos asusta de las catástrofes es que nos roban el futuro, que nos instalan en un presente continuo en el que la supervivencia es la única ventana ante el tiempo, que de hecho suprimen la historia en sus dimensiones de memoria y anticipación, de nostalgia y de esperanza y nos sitúan ante la pura acción-reacción como trama de nuestra existencia, que nos impiden construir la vida como un plan y la convierten en mera escapada. 

Es posible que no haya ocurrido nada, que no haya sido más que un pequeño gemido de la historia, como un sollozo, decía Eliot, y sin embargo nos habríamos convertido en hombres vanos, en seres para quienes el futuro es banal porque ha perdido el sentido. Cuando una generación entera se alza gritando "sin trabajo, sin futuro, sin miedo" no están protestando sólo por la expropiación de su tiempo largo, sino constatando la nueva forma del paisaje en el que nos habría instalado el discurso del fin de la historia. No es la inminencia de la catástrofe, sino la fuerza del destino lo que nos quieren imponer. 

No me resisto a dejar aquí el hermoso poema de Thomas Eliot: 

LOS HOMBRES VANOS (1925)

Un penique para el viejo Guy

I
Somos los hombres vanos
Somos los atestados
Que yacen juntos.
Cabezal henchido de paja. ¡Ay!
Nuestras voces secas, cuando
Susurramos juntos,
Son calladas y sin sentido
Como viento en yerba seca
O patas de rata sobre vidrio roto
En nuestro sótano seco.

Horma sin forma, sombra sin color,
Fuerza paralizada, ademán sin movimiento.

Los que han cruzado
Con ojos directos, al otro reino de la muerte
Nos recuerdan -si acaso- no como extraviadas
Almas violentas, sino sólo
Como los hombres vanos
Los atestados.
II
Ojos que no me atrevo a ver soñar
En el reino de sueño de la muerte
Ellos no aparecen:
Allá, los ojos son
Sol sobre una columna rota
Allá, un árbol hay que oscila
Y hay voces
Que cantan en el viento
Más distantes y solemnes
Que una estrella fugaz.

Dejadme estar no más cerca
En el reino de sueño de la muerte
Dejadme así vestir
Tan adredes disfraces
Abrigo de rata, cuero de cuervo, desfondos cruzados
En un campo
Obrando como el aire obra
No más cerca
No ese final encuentro
En el reino sombrío.

III
Esta es la tierra muerta
Esta es tierra de cactus
Aquí las imágenes de la piedra
Son alzadas, aquí reciben
La súplica en la mano del cadáver
Debajo de los guiños de una estrega fugaz.

Es así como esto
En el otro reino de la muerte
Solos caminamos
A la hora en la que somos
Temblando con ternura
Labios que besarían
Desde plegarias hasta piedras rotas.

IV
Los ojos no están aquí
No hay ojos aquí
En este valle de estrellas que mueren
En este valle hueco
Esta rota mane mandíbula de nuestros reinos perdidos

En este último lugar de las reuniones
Nos congregamos
Y nos callamos
Plegados en la margen del crecido río

Ciegos, aunque
los ojos reaparezcan
Como perpetua estrella
Rosa multifoliada
Del reino sombrío de la muerte
La sola esperanza
De hombres vanos.

V
Vamos rodeando la tuna
Una tuna, una tuna
Vamos rodeando la tuna
A las cinco de la madrugada.
Entre la idea
Y la realidad
Entre los actos
Y el ademán
Cae la sombra
Porque Tuyo es el reino
Entre el concepto
Y la creación
Entre la emoción
Y la respuesta
Cae la sombra
La vida es muy larga
Entre el deseo
Y el espasmo
Entre la potencia
Y la existencia
Entre la esencia
Y el descenso
Cae la sombra
Porque Tuyo es el reino
Porque Tuya es
La vida es
Porque Tuyo es el
Y así se acaba el mundo
Y así se acaba el mundo
Y así se acaba el mundo
No con un estallar, con un sollozo.

              (Traducción: Julio Hubard)

3 comentarios:

  1. Si parece que aunque dispersos y en extensión todavía existe un club de los que nos gusta insistir en pensar más de un futuro, no sé si estamos en plena mutación apocalíptica, pero más allá de ello, aquellos que nacimos en la plena implosión de apocalipsis llamada "Guerra Fría" que organizo al mundo una guerra mundial permanente y de baja intensidad distribuida por todos los continentes, que vivimos declive del estado benefactor y dilución de la democracia y las posibilidades de igualdad que se habían desarrollado al termino II Guerra Mundial, que vivimos la inauguración de las posibilidades de una castrastofe nuclear, energética, epidemias por nuevos virus y paralización de computadoras, entre otras.. lo que hoy, parece inaplazable es reflexionar el tipo de Estado rescatador que se nos presenta, no es el Estado benefactor, que con todos sus bemoles podría ofrecer más presentes vivibles, no es el Estado fuerte, es un Estado reducido, agobiado, inoperante en muchos temas, el problema a veces no es que haga mal sino que ni siquiera hace, eso sí que es un tema...como propone Imanuel Wallertein, estamos cambio época, como cuando inicio la Modernidad, cuando inicio el Renacimiento... muy obscura estamos ante un Estado, que para sobrevivir se volverá a fracturar y fracturar, para sostenerse en identidades territoriales sesgadas por identidades regionales o religiosas, como paso con la disolución de la Europa del Este, como una especie de organización "feudal, en la fragmentación de muchos territorios con mucha tecnología" después del ocaso de los mega relatos nacionalistas o estamos ante nuevas posibilidades de socialización de estatalidad, nada está claro la moneda sigue en el aire...¿ por qué no continuar debatiendo?...por lo menos podremos intentar nombrar nuestros apocalipsis...

    ResponderEliminar
  2. Hace años Lledó acuñó el término "aterrorismar" para definir la respuesta de Occidente ante el "peligro islamista". Hoy, ahora mismo, se aterrorisma a los ciudadanos asustados, aterrorizados
    al contemplar cómo su democracia formal se transmuta en una democracia autoritaria y de élite. Y desorientados habitan "el valle de lágrimas" que creían haber abandonado hace siglos. El discurso del "fin de la historia" no es más que "el fin de una historia" que se maneja como una amenaza (aterrorismar) del sistema contra los otros a los que se condena a volver a su "valle de lágrimas".

    ResponderEliminar
  3. Si se acabara el mundo así de lastimero con un sollozo, Thomas Eliot no nos podría haber embelesado con este poema.

    ResponderEliminar