Los conceptos son articuladores de nuestras prácticas sociales y se entretejen con ellas al igual que con nuestras formas de identidad. Son los portadores de una gran parte de nuestro conocimiento (el conocimiento conceptual) y este poder les hace sensibles a ser usados como medios de reproducción de prácticas sociales que, a su vez, producen desigualdades sistemáticas. Es en este tejido de lenguaje y prácticas donde el lenguaje y el conocimiento, la semántica y la epistemología se manifiestan como dos poderosos instrumentos de la filosofía política, es decir, de la filosofía que se ocupa de nuestra existencia en la sociedad en tanto que ciudadanos y ciudadanas.
La filosofía "continental" ha usado profusamente la semántica y la epistemología en filosofía politica, pero se ha basado muchas veces en concepciones controvertidas de lenguaje, como la teoría saussuriana, e incluso teorías románticas mucho más discutibles, o, como en el caso de Derrida, sobre interpretaciones sui generis de la teoría de los actos de habla. Lo mismo ha ocurrido con la epistemología, tan central en en análisis de las ideologías. Por su parte, la filosofía analítica del lenguaje y del conocimiento se ha refugiado tradicionalmente en un academicismo a veces escolástico sin atender a los usos políticos de sus teorías. Por suerte una nueva generación de filósofos y filósofas analíticos están desarrollando filosofías que tienen consecuencias radicales para el activismo conceptual: Linda Martín Alcoff, Miranda Fricker, José Medina, Sally Hasslanger, o Jason Stanley, a quien comentaré seguidamente, pertenecen a esta generación que está produciendo una revolución filosófica aún oculta desgraciadamente en nuestros lares, escindidos desgraciadamente entre el apoliticismo de la filosofía analítica y la pobreza teórica de mucha de la filosofía política continental.
Todos los autores anteriores han escrito obras que han abierto nuevos hilos en la filosofía actual: Linda Alcoff sobre la epistemología de la ignorancia como forma de opresión, Miranda Fricker sobre las injusticias epistémica y hermenéutica, José Medina sobre las epistemologías de la resistencia, Sally Hasslanger sobre el lenguaje como medio de opresión y Jason Stanley sobre cómo operan los intereses en el conocimiento y, en el libro que comentamos, sobre cómo operan las ideologías como resultado y causa de las desigualdades sociales. Lo que distingue a estas obras es el uso de un lenguaje muy claro sin apenas jerga conceptual y que, sin embargo, transmite un profundo compromiso radical contra la opresión. En la filosofía hermenéutica política radical (no citaré nombres) suele argumentarse que el uso de un lenguaje de jerga es un medio para protegerse de la perversión ideológica del lenguaje. Quizá sea cierto, pero el resultado no querido es convierte a estas obras en textos oscuros sólo útiles para expertos y muy alejados del lector que no ha entrado en estas cavernas lingüísticas. O, lo que es peor, da origen a una multitud de repetidores de los textos que, sin embargo, no tienen la pericia conceptual que los autores originales. Por esta razón, esta otra línea, que se desenvuelve en un lenguaje más cotidiano pero que esconde una innegociable radicalidad sobre cómo enfrentarse a la opresión y la desigualdad, merece la pena ser difundida y leída. Espero que las editoriales en español vayan poco a poco convenciéndose. Los editores también están divididos entre la neutralidad política y los estereotipos.
Jason Stanley ha publicado diez años después de su Conocimiento e intereses prácticos, un libro que fue declarado en 2007 el más importante del año por APA (American Philosophical Association), Como funciona la propaganda, una teoría analítica de las ideologías basadas en la desigualdades. Se trata de un libro de filosofía política sobre cómo la democracia es dañada radicalmente por la desigualdad a través de uno de los daños más profundos: el daño epistemológíco,. Su obra desarrolla la idea de que ciertas ideologías afectan profundamente a la democracia porque producen ignorancia sobre las desigualdades, y el conocimiento, sostiene, es una de las bases fundamentales de la democracia. Su teoría de las ideologías, me parece es una de las más sofisticadas y profundas que se pueden encontrar en el pensamiento político contemporáneo.
Las teorías de la ideología se dividen en don grandes ramas: la marxiana, que sostiene que las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante, y logran el dominio a través de un mecanismo de fetichización por el que hacen que ciertas desigualdades que tienen origen social sean concebidas como algo natural a la especie humana. La segunda proviene de la sociología del conocimiento y mantiene que las ideologías son complejos de ideas y afectos que tienen todas las personas y que condicionan su perspectiva sobre el mundo. Stanley acepta las dos como complementarias. Considera, tomando la segunda línea, que las ideologías son conjuntos de creencias unidas afectivamente a nuestras indentidades sociales a través de las prácticas en las que nos involucramos. Por este componente afectivo de identidad son resistentes a cambíar (resisten a la evidencia) porque implican un modo social de estar en el mundo. Desde este punto de vista, la ideología forma parte de cómo los intereses se entrelazan con el conocimiento.
Lo más interesante del libro es cómo Stanley trata el concepto marxiano de ideología como fruto y reproducción de la opresión y cómo lo liga al lenguaje y a la perversión conceptual. Las ideologías que para él tienen importancia política son las que llama "flawed ideologies" (ideologías defectuosas, en una perífrasis de lo que realmente tendría que ser ideologías dañinas). Son las ideologías que son producidas por las divisiones sociales y crean una visión del mundo que reproduce estas divisiones. Veamos cómo actúan usando su ejemplo: imaginemos una familia terrateniente que posee esclavos. Una parte sustancial de sus expectativas y creencias contiene por ejemplo, que los negros les servirán la comida, recogerán la cosecha, atenderán a sus mínimas necesidades, etc. Esta ideología oculta una verdad incuestionable: que su fortuna en la vida nace de la explotación de los seres humanos, de la desigualdad sostenida sobre la violencia y el miedo. Pero entonces se produce el efecto ideológico perverso: "los negros son incapaces de organizarse", "necesitan el cuidado y el ser siervos para que no se destruyan entre sí", "tienen una mentalidad primitiva que, sin nosotros, les impediría sobrevivir", etc.
La ideología dañina funciona, así, no sólo ocultando hechos sustanciales como el origen ilegítimo de la riqueza de los terratenientes sino también produciendo creencias erróneas sutilmente insertadas en la identidad del grupo que les vuelve resistente a toda evidencia. Una vez que esta ideología se instituye como un elemento sustancial de la identidad de la clase o grupo dominante producen un sesgo inasequible a cualquier refutación empírica pues está anclado en las mimbres que tejen la identidad. ¿Cómo actúa esta ideología produciendo daños graves en la democracia? Este segundo elemento es uno de los aspectos más interesantes del libro.
Stanley sostiene una teoría amplia de la democracia en la que la deliberación, el conflicto lingüístico, el radical compromiso con la igualdad de todos los seres humanos y la capacidad de experimentar y autoeducarnos en ella son componentes sustanciales. Las ideologías producen daños profundos a través de la perversión del lenguaje y la perversión conceptual. El problema no es tanto que la clase dominante sea ciega, el problema, sostiene Stanley, ocurre cuando estas cegueras comienzan a actuar políticamente a través de la propaganda y la demagogia.
La propaganda, afirma, tiene dos modalidades: la positiva es aquella mediante la cual la ideología actúa sobre el lenguaje promocionando ciertas ideas y prácticas sociales. Esta modalidad no es necesariamente dañina, es una manera mediante la que nuestras identidades se manifiestan en el mundo con deseos de ampliar su existencia. El problema es la propaganda negativa. Según Stanley se trata de usos del lenguaje que movilizan nuestro ideales comunes de sociedad pero que sutilmente socavan y destruyen. Su ejemplo: supongamos que alguien enuncia un hecho como "solamente el 56% de los votantes han acudido a votar", y que aduce este hecho como un grave problema para una elección. Enunciado así quizás parecería un texto "objetivo" de un sociólogo, pero en ciertos contextos podría significar "los grupos que se han abstenido son ignorantes y no entienden la complejidad de la política y no saben diferenciar entre los programas electorales". Aquí encontramos un aparente enunciado objetivo que no es más que demagogia en cuanto acude a los elementos ideológicos que justifican las desigualdades a través del recurso a la hipotética ignorancia de los "otros", esos que no son tan personas como nosotros.
Es muy interesante como Stanley, hijo de supervivientes del Holocausto, ha ido incorporando en su forma analítica de hacer filosofía las perspectivas decoloniales y feministas. Nos habla de una revolución profunda que está ocurriendo en la filosofía que no ha notado aún el modo académico dominante, sea el políticamente neutro de la filosofía analítica o el hiperpolítico y conceptualmente confuso de la filosofía política continental.
Brecht anticipó esta estrategia de la perversión conceptual:
Los de arriba
se han reunido en una sala.
Hombre de la calle:
abandona toda esperanza.
Muy interesante. Gracias por la reseña del libro de Stanley. ¿Podría ampliar un poco más sobre "ha ido incorporando en su forma analítica de hacer filosofía las perspectivas decoloniales y feministas"?
ResponderEliminarGracias de nuevo.
Raúl.