domingo, 19 de noviembre de 2017

Elogio de las pasiones débiles






Sostiene Javier Moscoso en su reciente libro Promesas Incumplidas que la historia es también y sobre todo la historia de las pasiones. Dedica el núcleo del libro a las emociones que construyeron la sociedad contemporánea desde la Revolución Francesa y el siglo siguiente y, sobre todo a dos de ellas, la ambición y su contraria, la pasión por la igualdad. Fue en ese siglo cuando los médicos comenzaron a patologizar a las pasiones (a veces, sostiene Moscoso, ellos mismos estaban tan locos como sus pacientes). Fue entonces una época no distinta a la de ahora donde la formación (educación) de las pasiones se convirtió en un instrumento de la construcción de la sociedad capitalista y de las democracias realmente existentes. No habrían sido posibles sin la movilización de potenciales afectivos que, al modo de la electricidad en las moléculas y en los cuerpos, constituyeron las tramas sociales en las que habitamos

Sólo muy recientemente los sociólogos, economistas e historiadores han comenzado a atender a la microfísica de los sentimientos para intentar explicar lo que nos ocurre: Jon Elster y sus innumerables obras sobre los huecos de la razón ocupados por mecanismos pasionales o, sobre todo, Albert O. Hirschman en su magnífico libro Las pasiones y los intereses. Este economista fue, por cierto, un personaje de vida ella misma apasionante: alemán, con una educación esmerada en varias universidades europeas (Sorbona, London School, Trieste), fue voluntario en las Brigadas Internacionales, y más tarde pasó la II Guerra Mundial como agente ayudando a escapar a través de los Pirineos a los perseguidos. Mas tarde bosquejó una teoría no ortodoxa del desarrollo y, finalmente, escribió maravillosos ensayos sobre el trasfondo del capitalismo. Pues bien, en esta obra, sostiene, contra Weber y Marx, que hay que buscar los orígenes del capitalismo en la moral que ofrecía el auto-interés como un remedio contra los desórdenes de las pasiones. Allí, afirmaba que la moral barroca tenía como objetivo compensar unas emociones con otras mientras que la precapitalista confrontaba el interés con las pasiones de modo más efectivo. Bueno, una obra inicial que trabajos como los de Moscoso y otras fuentes están desarrollando con una novedosa mirada,

En realidad, el punto de mi reflexión en esta entrada, en este contexto, es llamar la atención sobre cómo las sociedades actuales, aún con más insistencia que las pasadas, se están construyendo sobre políticas de las pasiones que no son notadas habitualmente pero que no dejan de ser efectivas en un alto grado. Resulta asombroso escribir en Google "liderazgo" y "educación" y de pronto comienzan a surgir páginas y páginas que hablan sobre la importancia del liderazgo en los sistemas educativos, y cómo el buen pedagogo ha de desarrollar virtudes de líder, etcétera. Mi propia universidad, siempre tan atenta a los vientos de la historia ofrece un Master en Liderazgo Político y Social. Nada de esto es casual. Si preguntamos también al sabio Google por otra palabra "coaching" volverán a aparecernos miles de páginas que nos llevan a las nuevas y poderosas prácticas de educación de las emociones para las competencias sociales. Es decir: para gestionar la ambición y modelar con ella las mentes ajenas. No sería posible la sociedad del "tú puedes" y el capitalismo del emprendedor y el empresario de sí mismo sin toda esta parafernalia pedagógica de modelación de la competencia (en sus múltiples significados).

Perdóneseme ahora el referirme a mi propia incompetencia social con una anécdota en la que querría encontrar (lo intento) algo de virtud en la necesidad. Uno de mis muchos defectos es mi aversión y torpeza en contextos sociales. Una fiesta, una reunión, cualquier aglomeración de más de dos o tres personas es para mí una fuente de ansiedad y tensión que manejo muy pobremente. Ayer mismo, por ejemplo, asistí en la capital de mi provincia, Salamanca, al estreno de la obra de teatro La osadía, una obra escrita al alimón por Fabio de la Flor y Jaime Santos y representada por el grupo La Chana. Era una reflexión mordaz, sarcástica y pesimista sobre Ulises y su odisea/osadía, una obra contra el liderazgo y la astucia. Magnífica (absolutamente recomendable). El caso es que en el teatro El Liceo se reunió el todo Salamanca de izquierda o algo así. Yo saludé más torpeza a algunas personas y escapé de allí lo más rapidamente que pude, dejando atrás a tantas personas amigas pero que, juntas en tan poco espacio, me resultaban agobiantes. Por la noche, una divertida pesadilla, que debería de contar pero que no tengo espacio para ello, fue la venganza de mi subsconsciente por mi timidez y apocamiento. El caso es que, pensando y pensando, me he puesto a reflexionar sobre lo que podría ser una sociedad de tímidos en vez de una sociedad de líderes. Pues, la verdad, no me parece una cosa tan mala ni apocalíptica. La imagino como una sociedad de uno de mis animales preferidos, los erizos, de los que se dice que tienen que hacer el amor con mucho cuidado.

Una sociedad de pasiones débiles, de lazos débiles y poca invasividad, no es nada despreciable. La conjeturo como una sociedad de tímidos que temen el efecto que puedan tener sobre sus semejantes. La timidez es una suerte de disposición social que, paradójicamente, está producida por una hipersensibilidad a los estados mentales de los otros: es el producto de un exceso de empatía. Es una pasión (temor) a las pasiones de los otros. Contrariamente, el liderazgo suele ser una disposición producida por una entrenada capacidad para manipular las pasiones de otros sin dejarse impregnar por ellas. Es, en sus casos extremos una modalidad de sociopatía. Ulises el astuto, como muy bien describen Fabio de la Flor (mi editor y amigo) y Jaime Santos, es un hábil manipulador que se pierde en sus propios laberintos, un tipo poco recomendable a quien le sobra osadía y le falta autoconocimiento.

Se me ocurre que una de las formas de resistencia que podemos poner en marcha, en lo que a mí se refiere, en los sistemas educativos debería ser algo así como una contraeducación del liderazgo, algo como una educación para la timidez y el cuidado, para la no invasión de las mentes ajenas con los sentimientos propios. Las redes sociales son ahora los instrumentos más eficientes en la educación de las pasiones para la sociopatía y la competitividad. Uno abre Twitter, FaceBook u otras y encuentra u paisaje desolado de hibris, insolencia, soberbia, ansias de dominio, falta de educación. Es difícil educar a Twitter y a Facebook, porque de hecho han sido diseñadas como herramientas de la sociopatía, aunque se llamen "redes sociales", pero creo que no sería tan malo que los tímidos contaminásemos las redes con nuestra incompetencia como un modo de resistir a la sociedad del "tú puedes". Pues las pasiones débiles son también y sobre todo pasiones de la impotencia social, del reconocimiento de los límites que tenemos cuando nos asociamos y de cómo han de ser cuidados los breves y frágiles lazos que nos atan. En resumen, contra la osadía que sólo produce odiseas, deberíamos educarnos mutuamente, como los erizos, en el arte de no hacernos daño. No me cabe duda de que esta es una forma de educación anticapitalista.


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