En el viejo marxismo se distinguían las fuerzas de
producción, que agrupaban a todas las formas de transformación, y las
relaciones de producción, que definían las formas de propiedad. En conjunto se
constituía la estructura económica de una formación social. El capitalismo,
como sabemos sobradamente, ha mutado en su estructura a lo largo del tiempo
saliendo transformado de cada una de las crisis. La forma actual se
caracteriza, entre otros muchos rasgos que agrupamos bajo el nombre de “globalización”,
por dos características que se han ido imponiendo abrumadoramente.
La primera
es la creciente independencia de la economía financiera y la economía
productiva o economía real. El peso de la economía financiera se calcula en
cinco veces el de la economía real. Lo que significa que el mundo está regido
por una inmensa burbuja especulativa generada por los apalancamientos sobre
apalancamientos, es decir, sobre una inmensa deuda de estados, bancos e
instituciones financieras, empresas grandes y pequeñas e incluso los individuos
de las sociedades más ricas. Como los estorninos, inmensas cantidades de
capitales viajan de un lado al otro del mundo, destruyendo empresas, creando
nuevas burbujas de expectativas, amenazando y doblegando a los estados
resistentes, y, en definitiva, atando con lazos de dominio las mínimas
posibilidades de cambio.
La segunda característica es lo que hace denominar a esta
forma de capitalismo “economía del contenedor”. Se trata del progresivo
traspaso del poder económico de las empresas productivas a las empresas de distribución.
Comenzaron esta economía los grandes almacenes e hipermercados, cuyos
beneficios se sostenían y sostienen sobre dos bases: la especulación financiera
creada alrededor de los movimientos de capital generados por sus prácticas
comerciales y, sobre todo, la explotación de las empresas suministradoras de
bienes y servicios. Más tarde fueron las grandes navieras y empresas de
seguros; más recientemente, los fenómenos de distribución ligados a la sociedad
red, del que el ejemplo más notorio es Amazon, una empresa que comenzó siendo
una distribuidora de libros en el Primer Mundo y ahora es una empresa de
distribución general que desafía a los WallMart, Corte-Inglés, etc. Es una empresa
comedora de empresas a gran escala. Hace que todas las demás trabajen poco a
poco para ella. En el plano de la cultura de masas, las grandes plataformas
como Netflix, HBO, Spotify, y FaceBook están produciendo el mismo fenómeno en
la parte cultural del capitalismo (cada vez más importante, por lo demás). Booking,
Airbnb, Huber, etc., siguen esta corriente en el gran dominio económico de los
viajes y el turismo, comiéndose poco a poco a las industrias del ramo:
hoteleras, transportes, agencias de viaje, transformando incluso las
estructuras de vivienda de las grandes ciudades.
En las viejas formas, el empresario contrataba a los trabajadores
por un salario basado en la prestación del tiempo de sus vidas y de sus
capacidades mayores o menores técnicas de producción. En las nuevas formas, los
enormes monopolios contratan por servicios a otras empresas que, a su vez
subcontratan a un nuevo escalón de empresas que, a su vez,… Al final ya no hay
empresas sino trabajadores empresarios de sí mismos que sobreviven sobre los
contratos de servicios. Al final, también, estos empresarios de sí mismos se
han endeudado y apalancado para adquirir los medios de sus mínimas empresas de
sí mismos, en lo que ahora se llama “emprendimiento”, que no es otra cosa que
eliminar los gastos de seguridad social, de medios de producción y tecnología,
eliminar el peligro de las asociaciones y sindicatos y garantizar la futura quiebre. La quiebra del pequeño es la riqueza del grande. Incluso la quiebra del grande es también beneficiosa para el grande. La quiebra a gran escala, como la deuda a gran escala, basadas en las quiebras y deudas de los pequeños son un modo estratégico por el que las
grandes empresas continúan aumentando los beneficios mediante estas migraciones
de capitales-estorninos.
Todo esto no se mantendría sin una inmensa trama de productos
culturales cuya función es ocultar, y si no es posible, legitimar lo que son
las nuevas relaciones de producción sobre las que se sostiene el sistema. ¿Por qué el inmenso esfuerzo en inversión cultural? Volvamos
al viejo capitalismo tal como Marx lo conoció. Marx enseñó que toda la economía
se sustentaba sobre lo que llamaba el fetichismo de la mercancía, que
básicamente consistía en borrar las huellas históricas y sociales del funcionamiento
de la economía produciendo la ilusión de que el trabajador era libre para contratar
su fuerza de trabajo. El inmenso esfuerzo cultural que llamamos "modernización" fue un proceso ligado a la urbanización en el que todos los modos de vida
anteriores se reordenaron con nuevos significados alrededor de la idea del
individuo trabajador y reproductor de su vida. Hay innumerables relatos y
documentos de esta transformación que condujo al capitalismo industrial y de
las fracturas que ocasionaba en las sociedades más tradicionales. Recordaría,
así a vuelapluma, las novelas de Pio Baroja dedicadas al Madrid preindustrial,
pero recomendaría, casi como ejemplo paradigmático, Rocco y sus hermanos de
Luchino Visconti, 1960. Fue necesario domesticar al individuo ligado por
vínculos de sangre y comunidad para convertirlo en ciudadano (en el doble
sentido de estatalizar y urbanizar). Los
grandes teóricos del frente cultural: Gramsci, Benjamin, Krakauer, Simmel,
Adorno, realizaron la difícil tarea de decodificar el proceso cultural por el
que se produjo el fetichismo social que borró las huellas de las relaciones
sociales realmente existentes.
Un siglo más tarde, aún no estamos preparados para realizar
un desvelamiento similar de nuestra forma cultural por la que nuestros sentidos
de la vida se ordenan, incluso bajo la impresión de resistencia, al
ocultamiento de las relaciones sociales que definen el poder real en el mundo.
Ciertamente, tenemos algunos nombres como “neoliberalismo” pero no tenemos una familia de conceptos que nos permita
pensar las estructuras subyacentes que comunican los más alejados puntos de
nuestro universo cultural. Raymond Williams llamó a este análisis que
correlacionaba lo distante para encontrar lo común “estructura de sentimientos”.
Se trata de examinar prácticas,
productos y formas de vida, buscando analogías y homologías hasta encontrar
referentes comunes que definan nuestra experiencia histórica.
Creo que la forma que constituye esta experiencia, nuestra
estructura de sentimientos, tiene que ver con las profundas distorsiones del
espacio y tiempo que producen los entrecruces de la sociedad de la información
y los modos de la globalización contemporáneos. Los espacios anteriores,
incluidos los espacios de la metrópolis que representó el cine, la novela y el
pensamiento del modernismo han sido sometidos a tensiones y fracturas, a expansiones
y contracciones derivadas de la experiencia de la simultaneidad, la sincronía,
la velocidad y, sobre todo la acción a distancia. Lo mismo ocurre con los
tiempos y temporalidades. Lugares, paisajes, momentos, tal como fueron
definidos en una experiencia aún básicamente conformada por la sociedad de la
materia y la energía, se deforman bajo las fuerzas de la sociedad de la
información. La cultura, en este marco está orientada a un fin muy distinto del
“soy libre para elegir mi trabajo”. Yo diría que estaríamos ante un nuevo marco
definido por dos factores. Por un lado, la identidad, por otro el riesgo, la
probabilidad y el deseo.
La forma básica de nuestra experiencia es el “TÚ
PUEDES”. La identidad contemporánea, a diferencia del sujeto liberal, aislado y
concebido como un ser de creencias y deseos individuales, es ahora una
identidad recibida del reconocimiento de un agente externo, una autoridad
referencial más o menos lejana. El yo anterior ahora necesita ser llamado, ser “tú”.
De ahí que todos los medios de comunicación se vuelvan interactivos, necesiten
una apelación continua al vidente, oyente o lector. Sólo al ser nombrado tú el
ego adquiere identidad. De ahí también la fuerza violenta de las identidades
contemporáneas, que luchan, estrictamente por ser reconocidas por la autoridad.
El “puedes” es aún más complejo y peligroso. Es el puedes de una sociedad
convertida en un casino, donde se apela a la posibilidad definida por el deseo
pero no por el cálculo de la probabilidad. Las niñas que quieren ser modelos y
los niños héroes del fútbol son animados por sus padres: “tú puedes”. Nadie les
enseña probabilidad, nadie les dice que viven en la sociedad donde el ganador
se lo lleva todo y donde sólo hay un ganador por muchísimos millones de
aspirantes.
El “tú puedes” que se esconde en la llamada al empresario y
emprendedor que llevamos dentro es la llamada del croupier a la participación
en el juego. El jefecillo de la oficina de banco que te ofrece un préstamo para
tu empresa, el estado que te entrega todo el dinero del paro para que
emprendas, el sistema educativo que te ofrece títulos maravillosos que te darán
un puesto privilegiado en la sociedad, la televisión que te ofrece imágenes de
cuerpos con los que habrás de triunfar si domesticas el tuyo,… “Tú puedes”. Lo
llaman “neoliberalismo” y no lo es. Es una cultura en la que la distorsión del
espacio y tiempo ha torcido nuestra imaginación para que seamos incapaces de
calibrar sensatamente las posibilidades, para que seamos incapaces de imaginar
el futuro y, simplemente, fantaseemos con él.
Estimado: muchas gracias por compartir sus reflexiones. Tengo que hablar sobre la necesidad de repensar nos como seres humanos en el actual contexto (desde la perspectiva de las humanidades digitales) y pensando en los destinatarios de la charla, estaba segura que no me iba a saber explicar. Ahora, tomando su artículo como orientación, estoy segura que voy a ser más clara para poder interpelar a mi auditorio.
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