domingo, 5 de noviembre de 2017

La cultura en el capitalismo del contenedor.





En el viejo marxismo se distinguían las fuerzas de producción, que agrupaban a todas las formas de transformación, y las relaciones de producción, que definían las formas de propiedad. En conjunto se constituía la estructura económica de una formación social. El capitalismo, como sabemos sobradamente, ha mutado en su estructura a lo largo del tiempo saliendo transformado de cada una de las crisis. La forma actual se caracteriza, entre otros muchos rasgos que agrupamos bajo el nombre de “globalización”, por dos características que se han ido imponiendo abrumadoramente. 

La primera es la creciente independencia de la economía financiera y la economía productiva o economía real. El peso de la economía financiera se calcula en cinco veces el de la economía real. Lo que significa que el mundo está regido por una inmensa burbuja especulativa generada por los apalancamientos sobre apalancamientos, es decir, sobre una inmensa deuda de estados, bancos e instituciones financieras, empresas grandes y pequeñas e incluso los individuos de las sociedades más ricas. Como los estorninos, inmensas cantidades de capitales viajan de un lado al otro del mundo, destruyendo empresas, creando nuevas burbujas de expectativas, amenazando y doblegando a los estados resistentes, y, en definitiva, atando con lazos de dominio las mínimas posibilidades de cambio.

La segunda característica es lo que hace denominar a esta forma de capitalismo “economía del contenedor”. Se trata del progresivo traspaso del poder económico de las empresas productivas a las empresas de distribución. Comenzaron esta economía los grandes almacenes e hipermercados, cuyos beneficios se sostenían y sostienen sobre dos bases: la especulación financiera creada alrededor de los movimientos de capital generados por sus prácticas comerciales y, sobre todo, la explotación de las empresas suministradoras de bienes y servicios. Más tarde fueron las grandes navieras y empresas de seguros; más recientemente, los fenómenos de distribución ligados a la sociedad red, del que el ejemplo más notorio es Amazon, una empresa que comenzó siendo una distribuidora de libros en el Primer Mundo y ahora es una empresa de distribución general que desafía a los WallMart, Corte-Inglés, etc. Es una empresa comedora de empresas a gran escala. Hace que todas las demás trabajen poco a poco para ella. En el plano de la cultura de masas, las grandes plataformas como Netflix, HBO, Spotify, y FaceBook están produciendo el mismo fenómeno en la parte cultural del capitalismo (cada vez más importante, por lo demás). Booking, Airbnb, Huber, etc., siguen esta corriente en el gran dominio económico de los viajes y el turismo, comiéndose poco a poco a las industrias del ramo: hoteleras, transportes, agencias de viaje, transformando incluso las estructuras de vivienda de las grandes ciudades.

En las viejas formas, el empresario contrataba a los trabajadores por un salario basado en la prestación del tiempo de sus vidas y de sus capacidades mayores o menores técnicas de producción. En las nuevas formas, los enormes monopolios contratan por servicios a otras empresas que, a su vez subcontratan a un nuevo escalón de empresas que, a su vez,… Al final ya no hay empresas sino trabajadores empresarios de sí mismos que sobreviven sobre los contratos de servicios. Al final, también, estos empresarios de sí mismos se han endeudado y apalancado para adquirir los medios de sus mínimas empresas de sí mismos, en lo que ahora se llama “emprendimiento”, que no es otra cosa que eliminar los gastos de seguridad social, de medios de producción y tecnología, eliminar el peligro de las asociaciones y sindicatos y garantizar la futura quiebre. La quiebra del pequeño es la riqueza del grande. Incluso la quiebra del grande es también beneficiosa para el grande. La quiebra a gran escala, como la deuda a gran escala, basadas en las quiebras y deudas de los pequeños son un modo estratégico por el que las grandes empresas continúan aumentando los beneficios mediante estas migraciones de capitales-estorninos. 

Todo esto no se mantendría sin una inmensa trama de productos culturales cuya función es ocultar, y si no es posible, legitimar lo que son las nuevas relaciones de producción sobre las que se sostiene el sistema. ¿Por qué el inmenso esfuerzo en inversión cultural? Volvamos al viejo capitalismo tal como Marx lo conoció. Marx enseñó que toda la economía se sustentaba sobre lo que llamaba el fetichismo de la mercancía, que básicamente consistía en borrar las huellas históricas y sociales del funcionamiento de la economía produciendo la ilusión de que el trabajador era libre para contratar su fuerza de trabajo. El inmenso esfuerzo cultural que llamamos "modernización" fue un proceso ligado a la urbanización en el que todos los modos de vida anteriores se reordenaron con nuevos significados alrededor de la idea del individuo trabajador y reproductor de su vida. Hay innumerables relatos y documentos de esta transformación que condujo al capitalismo industrial y de las fracturas que ocasionaba en las sociedades más tradicionales. Recordaría, así a vuelapluma, las novelas de Pio Baroja dedicadas al Madrid preindustrial, pero recomendaría, casi como ejemplo paradigmático, Rocco y sus hermanos de Luchino Visconti, 1960. Fue necesario domesticar al individuo ligado por vínculos de sangre y comunidad para convertirlo en ciudadano (en el doble sentido de estatalizar y urbanizar).  Los grandes teóricos del frente cultural: Gramsci, Benjamin, Krakauer, Simmel, Adorno, realizaron la difícil tarea de decodificar el proceso cultural por el que se produjo el fetichismo social que borró las huellas de las relaciones sociales realmente existentes.

Un siglo más tarde, aún no estamos preparados para realizar un desvelamiento similar de nuestra forma cultural por la que nuestros sentidos de la vida se ordenan, incluso bajo la impresión de resistencia, al ocultamiento de las relaciones sociales que definen el poder real en el mundo. Ciertamente, tenemos algunos nombres como “neoliberalismo” pero no tenemos  una familia de conceptos que nos permita pensar las estructuras subyacentes que comunican los más alejados puntos de nuestro universo cultural. Raymond Williams llamó a este análisis que correlacionaba lo distante para encontrar lo común “estructura de sentimientos”.  Se trata de examinar prácticas, productos y formas de vida, buscando analogías y homologías hasta encontrar referentes comunes que definan nuestra experiencia histórica.

Creo que la forma que constituye esta experiencia, nuestra estructura de sentimientos, tiene que ver con las profundas distorsiones del espacio y tiempo que producen los entrecruces de la sociedad de la información y los modos de la globalización contemporáneos. Los espacios anteriores, incluidos los espacios de la metrópolis que representó el cine, la novela y el pensamiento del modernismo han sido sometidos a tensiones y fracturas, a expansiones y contracciones derivadas de la experiencia de la simultaneidad, la sincronía, la velocidad y, sobre todo la acción a distancia. Lo mismo ocurre con los tiempos y temporalidades. Lugares, paisajes, momentos, tal como fueron definidos en una experiencia aún básicamente conformada por la sociedad de la materia y la energía, se deforman bajo las fuerzas de la sociedad de la información. La cultura, en este marco está orientada a un fin muy distinto del “soy libre para elegir mi trabajo”. Yo diría que estaríamos ante un nuevo marco definido por dos factores. Por un lado, la identidad, por otro el riesgo, la probabilidad y el deseo. 

La forma básica de nuestra experiencia es el “TÚ PUEDES”. La identidad contemporánea, a diferencia del sujeto liberal, aislado y concebido como un ser de creencias y deseos individuales, es ahora una identidad recibida del reconocimiento de un agente externo, una autoridad referencial más o menos lejana. El yo anterior ahora necesita ser llamado, ser “tú”. De ahí que todos los medios de comunicación se vuelvan interactivos, necesiten una apelación continua al vidente, oyente o lector. Sólo al ser nombrado tú el ego adquiere identidad. De ahí también la fuerza violenta de las identidades contemporáneas, que luchan, estrictamente por ser reconocidas por la autoridad. El “puedes” es aún más complejo y peligroso. Es el puedes de una sociedad convertida en un casino, donde se apela a la posibilidad definida por el deseo pero no por el cálculo de la probabilidad. Las niñas que quieren ser modelos y los niños héroes del fútbol son animados por sus padres: “tú puedes”. Nadie les enseña probabilidad, nadie les dice que viven en la sociedad donde el ganador se lo lleva todo y donde sólo hay un ganador por muchísimos millones de aspirantes.


El “tú puedes” que se esconde en la llamada al empresario y emprendedor que llevamos dentro es la llamada del croupier a la participación en el juego. El jefecillo de la oficina de banco que te ofrece un préstamo para tu empresa, el estado que te entrega todo el dinero del paro para que emprendas, el sistema educativo que te ofrece títulos maravillosos que te darán un puesto privilegiado en la sociedad, la televisión que te ofrece imágenes de cuerpos con los que habrás de triunfar si domesticas el tuyo,… “Tú puedes”. Lo llaman “neoliberalismo” y no lo es. Es una cultura en la que la distorsión del espacio y tiempo ha torcido nuestra imaginación para que seamos incapaces de calibrar sensatamente las posibilidades, para que seamos incapaces de imaginar el futuro y, simplemente, fantaseemos con él. 

1 comentario:

  1. Estimado: muchas gracias por compartir sus reflexiones. Tengo que hablar sobre la necesidad de repensar nos como seres humanos en el actual contexto (desde la perspectiva de las humanidades digitales) y pensando en los destinatarios de la charla, estaba segura que no me iba a saber explicar. Ahora, tomando su artículo como orientación, estoy segura que voy a ser más clara para poder interpelar a mi auditorio.

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