No es contradictorio afirmar que en estos tiempos de escolarización obligatoria sigue siendo más necesaria que nunca la educación. Permanente, de adultos, no mediada por la mercantilización de los títulos, orientada al rescate de la experiencia, no autoritaria, participativa, encuadrada en proyectos colectivos para retejer espacios comunes, abierta a las múltiples formas de cultura contemporánea. El sistema educativo, cada vez más orientado hacia la "empleabilidad", el "emprendimiento", al esfuerzo competitivo por hacerse un currículo, estructurado en programas cada vez más dirigistas, cada vez más domesticado por formas autoritarias de dirección e inspección, deja enormes lagunas y necesidades a pesar del esfuerzo heroico de tantas profesoras y profesores con conciencia de educadores. No es contradictorio trabajar por la educación en las afueras de la educación.
Es emocionante oír los testimonios de los esfuerzos sobrehumanos de tantos trabajadores del pasado que en las pocas horas que les dejaba su larga jornada dedicaban su tiempo a educarse. En la inmensa epopeya del movimiento obrero que es Estética de la resistencia, de Peter Weiss, leemos sobre esas horas quitadas al sueño:
"A pesar de eso, respondió Coppi, tenemos que continuar interrogándonos una y otra vez sobre cuál es nuestra tarea, nadie más puede aclararnos las relaciones de dependencia en las que estamos inmersos. Y también esto era lo que nos permitía hablar sobre cosas que en realidad no podían estar a nuestro alcance. Para interpretar teorías que tal vez dijeran algo sobre los medios y caminos de nuestra liberación, primero necesitábamos comprender el orden en el cual nos movíamos [...] Las frentes golpeaban sobre los pupitres, abatidas por doce horas que a las siete de la tarde eran de plomo. Las autoridades escolares calculaban estas bajas, los que sobrevivían se sujetaban los párpados con los dedos, miraban fijamente las borrosas pizarras, se pellizcaban los brazos, llenaban sus cuadernos de garabatos y durante el último periodo de clases caían aún más, [...] Querer hablar de arte sin oír los sorbidos que acompañaban el arrastrar de un pie delante del otro, hubiera sido un atrevimiento. Cada metro hacia el cuadro o el libro era una batalla, nos arrastrábamos, nos empujábamos hacia delante con gran fatiga, y a veces con ese guiño estallábamos en carcajadas que nos hacían olvidar hacia dónde nos encaminábamos"
Los obreros de Weiss, que estudiaban obras de arte para entender su vida; los obreros de La noche de los proletarios de Jacques Ranciére, los coros y actividades dominicales que relata Richard Hoggart en Los usos de la alfabetización, relatos ficticios o literales que han quedado en las sombras de la historia de la educación cuando son parte de su épica. Parecería que estos trabajos de amor perdidos ya se han hecho innecesarios porque, al modo de la ropa de Primark, la educación se ha abaratado y masificado. Prácticamente toda la población, en un país como España, recibe educación primaria y secundaria, y casi un tercio de la población adquiere títulos superiores. La oferta en internet de cursos online en múltiples formatos y niveles; los cursos de extensión que proporcionan las instituciones. Todo haría pensar que reclamar educación queda ya fuera de lugar. Y, sin embargo, no es contradictorio hacerlo. Así como en la inundación lo primero que falta es el agua, en los tiempos de la instrucción masiva lo primero que falta es la educación.
En un tiempo en que los partidos políticos de la izquierda se convierten en sindicatos de cargos y asesores, agencias de colocación, nada es más urgente que volver los ojos hacia nuevas políticas de educación y cultura no orientadas por la mercantilización. En un tiempo en que la actividad política produce hastío o directamente enojo, nada es más urgente que enseñarnos mutuamente a leer, a ser espectadores activos del teatro, el cine y la televisión. Nada es más necesario que volver a las clases de adultos. Espacios donde los cuerpos habiten por una o dos horas espacios comunes y se pueda hablar y escuchar sin la mediación de una pantalla. Quizás por ello la mejor gente trabaja en las políticas municipales, las que aún pueden abordar estos proyectos y dejan para los más ambiciosos lo estatal.
No niego que la red proporciona nuevos medios. Yo mismo entiendo este blog como parte de mis obligaciones educativas, y no me importa levantarme los domingos pronto para redactar estas líneas que me ayudan a pensar y quizás ayuden a otros. Pero no es ésta la educación que necesitamos. Debemos volver a espacios comunes, a reivindicar el valor de educarnos unos a otros. No para "aumentar" la instrucción, ni siquiera los conocimientos, aunque ello sea un subproducto, sino para comprender, para adquirir significados y sentidos, para entender lo que nos pasa, para relacionar los hechos dispersos, para convertir los relatos en teorías y las teorías en relatos. Y lo afirmo en plural, quizás porque los profesores necesitamos más educación que nadie, para vencer el desánimo y la desmoralización, para reencontrar el entusiasmo con el que descubríamos los cambios en los alumnos, cuando también ellos vencían el desánimo y la desmoralización y encontraban entusiasmo en el aprender.
En las afueras de los sistemas educativos. Aunque esas afueras las podamos encontrar ocasionalmente dentro. Creo compartir con alguna gente que nos relacionamos con la enseñanza el sentimiento de que nos invade una creciente barbarie que viene muchas veces disfrazada de adiestramiento y especialización. Una barbarie que uno observa ya en compañeros, autoridades, alumnos y, desgraciadamente, también dentro de uno mismo, en la forma de náuseas de cinismo que a veces te invaden.
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