domingo, 26 de enero de 2020

la sociedad en cuatro modelos




Nada de lo que ocurre en la sociedad es transparente. En la conciencia de esta limitación consiste la revolución galileana que inicia las ciencias sociales. Vivimos los hechos sociales en nuestros cuerpos como experiencia histórica, pero necesitamos metáforas, modelos y teorías para que adquieran su naturaleza de hechos. Así, por ejemplo, a los obreros de Manchester del siglo XIX no era necesario decirles que estaban explotados y oprimidos. Sus cuerpos lo sabían mejor que nadie. Pero Marx necesitó muchos años y un apreciable número de páginas para mostrar cómo en este sufrimiento estaba inscrito el secreto del capitalismo: la conversión del tiempo de la vida en mercancía y la explotación de este hecho a través de la extracción de la plusvalía. Como explicaba la filosofía de la ciencia del siglo pasado, los hechos están cargados de teoría o, mejor expresado, los hechos son descubiertos a través de las teorías que nos permiten ordenar los datos e interpretarlos. Y no solo están cargados de teoría, también lo están de filosofía, que ha permitido a las ciencias sociales organizarse en unas pocas tradiciones o, para decirlo también con un término del arte "paradigmas".

Clifford Geertz lo explicó muy bien en un ensayo titulado "Géneros confusos" que abre su libro de 1983, Conocimiento local: si repasamos la historia de las ciencias sociales de los últimos doscientos años, encontramos que las metáforas o modelos que arman las diferentes lecturas de lo social son limitadas, de hecho muy pocas, en realidad solamente cuatro que permiten explicar el desarrollo de las ciencias sociales, bien a través de formas puras o de intersección ocasional de las metáforas:

El mercado: nace de la metáfora de la "física social", de una forma de entender la sociedad como átomos que chocan y se organizan en vórtices que pueden ser analizados "científicamente". Desde Compte a Hayek y Gary Becker, la construcción del edificio de las ciencias sociales se hace con unos ladrillos tomados de la física newtoniana. Los individuos son pequeños robots medio ciegos que solo procesan la información muy cercana y siempre relativa a sus avaricias y deseos (intereses) transformándolos en acciones (que interesante es el doble significado del término "acción"). Millones de robots chocando entre sí dan lugar a estructuras estables que se caracterizan por la metáfora física de "equilibrios" (de Pareto o de Nash, únicos o múltiples).

La metáfora del mercado ha ido contaminando progresivamente las ciencias sociales más allá de la producción y circulación de bienes y servicios para las que fue pensada. Comenzó interpretando la lucha por la existencia de las especies según Darwin a través de un modelo de mercado, llamando a este paso "biología teórica", y con esta poderosa legitimación invadió todos los ámbitos de la existencia humana.  Pasó a la psicología, constituyendo lo que Elster ha llamado la "pico-economía", la mente como un mercado de micro-mecanismo que compiten causando eso que llamamos la vida consciente. Inundó con Gary Becker la vida cotidiana, desde el mercado de los afectos al mercado de las ideas. Contaminó la vida política a través de la forma ideológica que llamamos neoliberalismo, ceada por gente como Popper, Hayek o Michael Polanyi. Y llenó las universidades de gente despreciativa vestida con chinos beige, americana azul y corbata de rayitas. que disputaba a los médicos los honores de la cientificidad y la hubris académica. No sorprendentemente, su imperio reinó también en el lado izquierdo de las ciencias sociales. Desde el marxismo analítico a la extensión del término "capital" de la escuela de Bourdieu, la metáfora del mercado aspiró a la manzana de oro de las divinas ciencias sociales.

El juego: de las apuestas y los deportes a la bolsa y a la vida, el juego se convirtió a través de la influencia de la cultura victoriana en otro gran modelo de la sociedad. El juego de la vida, el juego de la bolsa, la sociedad como una olimpiada interminable. Hannah Arendt explica en Los orígenes del totalitarismo cómo el héroe y el caballero de la sociedad estamental dio paso al sportman como ideal de comportamiento regido por una moral del fair play. Solo para miembros del club, claro. En África, India y en los negocios en general ya no regían las reglas del deporte. Fue sin embargo un filósofo, Wittgenstein, quien dio compacidad a la metáfora a través de su teoría de las prácticas, que abarca desde el lenguaje a toda forma cultural. El juego, explica Wittgenstein, es algo que no es posible definir desde fuera. No tiene límites o condiciones necesarias y suficientes como concepto. Hay tantos juegos como prácticas sociales. Lo que distingue un juego es que es un conjunto de acciones reguladas. Que se comprenden como acciones porque siguen reglas, que son las que al tiempo que constriñen las conductas las posibilitan como actos sociales. No hay "actos privados" ni "significados privados" fuera de la cultura y el lenguaje.

La escuela de Pierre Bourdieu usa también esta metáfora junto con la del mercado. Las prácticas sociales, afirma, crean habitus o disposiciones permanentes en los caracteres de los individuos que reproducen las formas sociales existentes. Los aparatos del estado, sostiene con su colega y discípulo Jean-Claude Passeron, son los encargados de formar a través de la educación personal y ciudadana el habitus de los miembros de la sociedad, del mismo modo que los entrenadores educan los cuerpos de las bailarinas de ballet.

El teatro: se trata de una poderosa metáfora que está en el trasfondo de muy diferentes líneas de desarrollo de las ciencias sociales. En el teatro, los actores dejan de ser personas para convertirse en personajes que representan un papel o ejercen un rol. Detrás de las múltiples formas de funcionalismo que explican el orden social y las identidades a través de los roles sociales de la gente. Ya no están tan de moda como en otros tiempos, pero el funcionalismo sigue siendo una de las metafísicas de lo social más influyentes. El teatro está también en la tramoya del interaccionismo simbólico desde George H. Mead a Ervin Goffman. En esta corriente, cada acción humana es un acto que debe ser interpretado por los otros y ser comprendida para convertirse en acción. De hecho, desde Henneth Burke a Victor Turner, se articula un modo de entender a las personas como actores que desarrollan en el marco de una obra su propio papel sin que ningún autor haya escrito el guión.

El poder de la metáfora del teatro se manifiesta también en otro de los componentes centrales de lo escénico: en la articulación de la interacción a través del drama o el enfrentamiento entre protagonistas y antagonistas. La vida social se puede entender como una secuencia inacabable de dramas en donde alguien quiere lo que tiene el otro. Así, podemos leer la Fenomenología del Espíritu de Hegel como un comentario a la Antígona de Sófocles: tu tienes lo que yo quiero, la palabra, el reconocimiento. La visión de la sociedad a través del antagonismo es lo que impulsa el marxismo desde su creador, Marx, a las recientes formulaciones populistas de Laclau y Mouffe o las libertarias de Jacques Rancière.

El discurso: es la metáfora reina de la posmodernidad. De Lacan a Foucault, de Derrida a Rorty. También lo es de sus críticos: en virtud de su poder el  marxismo culturalista de la escuela de Frankfurt se convirtió en una teoría de la acción comunicativa. Bajo todas estas variadas formas circula una misma metáfora, la de que lo que hace de la zoé un bios es la phonè y el logos: la capacidad de decir y ordenar el mundo a través de la palabra. La tradición psicoanalítica se fijará en la enunciación como acto psicológico esencial, un acto guiado por la autoridad paterna o social. La tradición postestructuralista en las prácticas sociales reflejadas en los discursos del poder. Derrida impulsará la textología como modelo de discurso, la inestabilidad continua de los significados en cada acto de lectura. Rorty presenta la conversación como la utopía de una sociedad bien ordenada. Habermas considera también la palabra ordenada por la interacción regulada como modelo de toda acción política y, en general de toda la constitución social.

Por supuesto, las metáforas son tan poderosas que no están en el trasfondo de una única escuela, sino que impregnan con su potencia semántica a las otras, de modo que es raro que haya una única metáfora correspondiente a una única escuela. Sin embargo, su alargada sombra nos permite distinguir las diferentes metodologías por los modelos que las guían y estos por las metáforas que los articulan.













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