Hay varias formas de conectar la filosofía y el cine. Como la literatura, el cine es una forma de pensar el presente y de representarlo con sus poderosos instrumentos narrativos. Hay muchas formas de hacer efectiva esta aproximación filosófica al cine, todas ellas muy iluminadoras, aunque a mí me emociona y enseña sobre todo la tradición que fundó Stanley Cavell, un seguidor de Wittgenstein que leyó y miró el cine del Hollywood desde los dramas y comedias de Shakespeare y a ambos como ejercicios de pensamiento sobre la condición humana. Desde Cavell, unimos Otelo y Lear con las películas de Cuckor como Luz de gas, Un rostro de mujer o La costilla de Adán y todas ellas con el escepticismo como condición de no reconocimiento del otro. Stephen Mulhall, el más importante de los discípulos de Cavell, filósofo en Oxford, escribió en 2002 On film, sobre la saga Alien iniciada por Ridley Scott con el título homónimo, ampliado en una segunda edición en 2008. Desde que descubrí el libro preparando un curso sobre filosofía y cine para periodistas, he usado innumerables veces su libro y lo recomiendo como una de las mejores introducciones que pueden encontrarse a la filosofía a través del cine.
El uso de las sagas tiene una ventaja sobre películas particulares de especial significación, que es el largo periodo sobre el que se extienden, lo que permite analizar cómo cambian las sensibilidades del tiempo. Fernando Ángel Moreno ha empleado la saga de la Guerra de las Galaxias en su interesante libro La ideología de Star Wars. Mi colega y amigo Alberto Murcia ha tratado en varias conferencias la saga Rambo (espero que algún día acabe escribiendo algo sobre ella) y juntos escribimos un capítulo de mi libro Cultura es nombre de derrota sobre la saga de los zombies, a la que en algún momento querría volver. En espera está también la saga Terminator (a la que Mulhall dedica su atención en la segunda edición de On film).
Entremezclo aquí la interpretación de Mulhall de la serie Alien con la mía, muy influida por la suya y mucho menos interesante. Como él, fui adepto a la serie desde su primera entrega en 1979, hasta la última hasta el momento también dirigida por Scott, Alien. Covenant en 2017. Mulhall toma la saga en sus cuatro primeras escenificaciones como medio de su reflexión sobre algunos de nuestros más importantes problemas en la sociedad contemporánea. Mulhall explica las cuatro primeras películas de la serie como cuatro formas de entender el lugar de la mujer en un mundo masculino vistas por cuatro grandes directores varones pero no carentes de sensibilidad: Ridley Scott, quien tres años más tarde de Alien (1979) rodaría Blade Runner y en 2012 y 2017 continuaría la serie con Prometheus y Alien Covenant; James Cameron, (Aliens, 1986), que en 1984 comenzó la saga Terminator y en 2009 rodó Avatar; David Fincher, el gran director de los mundos oscuros (Alien3, 1992, Seven, El club de la lucha, La habitación del pánico, Zodiac) y Jean Pierre Jeaunet, icono de la posmodernidad en cine (Alien Resurrection, 1997, Delicatessen, 1991).
Las sagas crean un universo de ficción con elementos simbólicos que los diferentes directores reinterpretan y transforman. La serie Alien está constituida por el antagonismo de una especie depredadora que se reproduce en los humanos literalmente violando su cuerpo e insertando en él su semilla, una especie aparentemente invencible, contra una mujer, la teniente Ripley (la inmensa Sigourney Weaver), que, al modo de Casandra, está condenada a no ser creída y que, como todos los héroes, tiene que encargarse de una tarea para la que no ha sido preparada: cuidar de tripulaciones de varones estólidos y presuntuosos que terminan aterrorizados por la amenaza. El marco social es el de un universo comercial militarista que pretende domesticar esa especie para usos militares. Cada director observa matices de este drama de lucha y antagonismo. Ridley Scott, el más existencialista de todos, realiza un ejercicio heideggeriano de la condición humana en un mundo técnico, una interpretación que desarrollará mucho más en las dos últimas películas. Cameron se centra en el dilema de la elegida no maternidad de Ripley y su opción por el cuidado de la vida, que en el caso de Scott ejemplificaba un gato y en la película de Cameron la niña Newt, la única superviviente de la colonia. Fincher hizo en 1992 la más profunda y menos popular de las entregas de la saga. Eligió un escenario oscuro y claustrofóbico de pasillos, machos violentos y una Ripley desesperada que se descubre violada por el monstruo y decide acabar con su vida y con la serie. Jeunet hizo en 1997 una lectura transhumanista, feminista y posmoderna de la resurrección de Ripley, con una identidad ya híbrida entre el monstruo y la mujer (Jeunet había leído muy bien a Donna Haraway) y una androide, Call (Winona Ryder), que cuida de los humanos, ejemplificados de nuevo por una panda de mercenarios y militares romos y cretinos.
En 1979, cuando se inicia la serie, Margareth Thatcher acaba de ganar las elecciones y con ella comienza la era del neoliberalismo, el pensamiento único y la filosofía de la supervivencia, la lucha por la vida y el mercado como escenario universal de la existencia. El nuevo ser admirado por los viejos administradores es una máquina de explotar el cuerpo de los otros para su propia reproducción. A lo largo de la serie notamos los reflejos pálidos de la evolución de la cultura neoliberal. El militarismo que Cameron interpreta como núcleo esencial (pensó su película desde la iconografía de la guerra de Vietnam, pero terminó anticipando la primera guerra del Golfo. Canadiense de origen, con doble nacionalidad, norteamericana, renunció a esta última cuando Bush hijo subió al poder). La emergencia del feminismo, que tanto Fincher como Cameron interpretan uno desde la cultura de la violencia contra la mujer, otro desde la nueva figura del feminismo transgresor de categorías. En 2012 y 2017 la era neoliberal ya ha puesto de manifiesto su poder y su capacidad para llevar a la humanidad al suicidio. Ridley Scott le dedica a este futuro autodestructivo las dos últimas entregas, en las que medita sobre el origen de los aliens, que simboliza en un líquido negro, arma biológica que termina originando la especie. Bauman habría aplaudido la metáfora.
Por supuesto: Bela Tarr, Víctor Erice, Kiarostami, Godard,... El cine culto captura formas y contenidos imprescindibles para entender el mundo, pero sería una ceguera imperdonable no entender el valor cultural del cine popular. No es sencillo convertir un relato en un mito contemporáneo. Hollywood fracasa una y otra vez en ello. No basta con vender películas o hacerlas más espectaculares. Hay que dar con teclas sensibles a la estructura de sentimiento de una época para convertir algunos escenarios narrativos en mitos de un tiempo. Las sagas, como las tragedias griegas, son los espejos oscuros del presente. El teatro era en Atenas uno de los cuatro pilares de su democracia junto a la asamblea (la ecclesía) el Consejo de los 500 (la boulé) y el tribunal de los cinco mil (la dikasteria). En cierto modo, ahora lo representan las nuevas formas dramáticas de las sagas y las series.
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