sábado, 5 de diciembre de 2020

Experiencia

 




¿Qué relación existe entre los sentidos y la cultura material? ¿Qué relación entre estos dos polos y la forma social en la que habitan? Benjamin explica muy bien cómo la conversión de las cosas en mercancías, su entrada en la lógica del capital, que Marx expresa con la fórmula C-M-C (capital-mercancía-capital) produce una distorsión en la sensibilidad, una incapacidad para ver, para la objetividad, y una falta de distancia que introduce una sentimentalidad en la perspectiva de las cosas al tiempo que, como en el cine, dejamos de ver las cosas en su conjunto para tener presente solamente lo que el director necesita para su plano, como si hubiese robado trozos de experiencia para dejarnos ver solo lo que considera necesario:

Insensatos quienes lamentan la decadencia de la crítica. Porque su hora sonó hace ya tiempo. La crítica es una cuestión de justa distancia. Se halla en casa en un mundo donde lo importante son las perspectivas y visiones de conjunto y en el que antes aún era posible adoptar un punto de vista. Entretanto, las cosas han arremetido con excesiva virulencia contra la sociedad humana. La «imparcialidad», la «mirada objetiva» se han convertido en mentiras, cuando no en la expresión, totalmente ingenua, de la pura y simple incompetencia. [] La mirada hoy por hoy más esencial, la mirada mercantil, que llega al corazón de las cosas, se llama publicidad. Aniquila el margen de libertad reservado a la contemplación y acerca tan peligrosamente las cosas a nuestros ojos como el coche que, desde la pantalla del cine, se agiganta al avanzar, trepidante, hacia nosotros. Y así como el cine no ofrece a la observación crítica los muebles y fachadas en su integridad, sino que sólo su firme y caprichosa inmediatez es fuente de sensaciones, también la verdadera publicidad acerca vertiginosamente las cosas y tiene un ritmo que se corresponde con el del buen cine. De este modo la «objetividad» ha sido dada definitivamente de baja, y frente a las descomunales imágenes visibles en las paredes de las casas, donde el «Chlorodont» y el «Sleipnir» para gigantes se hallan al alcance de la mano, la sentimentalidad recuperada se libera a la americana, como esas personas a las que nada mueve ni conmueve aprenden a llorar nuevamente en el cine. Al hombre de la calle, sin embargo, es el dinero lo que le aproxima de este modo las cosas y establece el contacto decisivo con ellas. Y el crítico remunerado que trafica con cuadros en la galería de arte del marchante sabe sobre ellos cosas, si no mejores, al menos más importantes que el aficionado que los ve en el escaparate. La calidez del tema se le revela y lo pone sentimental. ¿Qué es, en definitiva, lo que sitúa a la publicidad tan por encima de la crítica? No lo que dicen los huidizos caracteres rojos del letrero luminoso, sino el charco de fuego que los refleja en el asfalto.” Dirección única

La experiencia de los empiristas tal vez se asemeja a esta experiencia que induce en nosotros la publicidad: cercana, disociada, sentimental, incapaz de unificarse para constituir objetividad. «Todas las cosas flotan y relucen. Nuestra vida no está tan amenazada como nuestra percepción. Como espectros nos deslizamos por la naturaleza y no deberíamos conocer nuestro lugar de nuevo.» escribe Ralph Waldo Emerson en su ensayo Experiencia. En él, Emerson observa la distancia creciente entre los análisis, los textos, las discusiones teóricas y el discurrir de la vida misma «Mañana, de nuevo, todo parece real y angular, se reafirman los modelos habituales, pues el sentido común es tan raro como el genio —es la base del genio, y la experiencia es las manos y pies de toda empresa—, y, sin embargo, quien hiciera negocios sobre esas premisas quebraría rápidamente. El poder sigue otra carretera diversa a las autopistas de la elección y la voluntad, es decir, los subterráneos e invisibles túneles y canales de la vida. Es ridículo que seamos diplomáticos y doctores y personas consideradas: no hay cándidos como estos.» Como si todo pensamiento, toda experiencia fuera inútil ante el discurrir de la vida, como si nada aprendiésemos. La vida, afirma, es una continua promesa que no se deja atrapar por la experiencia. En cierto modo, en la experiencia hemos perdido la experiencia:

Es muy infeliz, pero demasiado tarde para evitarlo, el descubrimiento que hemos hecho de que existimos. Ese descubrimiento se llama la Caída del hombre. En adelante sospechamos de nuestros instrumentos. Hemos aprendido que no vemos directamente, sino de manera mediata, y que no tenemos manera de corregir estas lentes coloreadas y deformadoras que somos o de calcular la cantidad de sus errores. Tal vez estas lentes subjetivas tengan un poder creativo; tal vez no sean objetos. Una vez vivimos en lo que veíamos; ahora la rapacidad de este nuevo poder, que amenaza con absorber todas las cosas, nos atrapa. La naturaleza, el arte, las personas, las letras, las religiones, los objetos se tambalean sucesivamente, y Dios no es sino una de sus ideas. La naturaleza y la literatura son fenómenos subjetivos; todo mal y todo bien es una sombra que lanzamos.

La subjetivización y la parcialización, la conversión de la experiencia en un velo que nos distancia de la naturaleza, observa Dewey en Experiencia y naturaleza, producen una “desnaturalización” de la experiencia:

Estos lugares comunes prueban que la experiencia es de la naturaleza y figura en la naturaleza. No es la experiencia lo que es objeto de la experiencia, sino la naturaleza: las piedras, las plantas, los animales, las enfermedades, la salud, la temperatura, la electricidad, etc. Cosas en ciertas formas de acción mutua son la experiencia, ellas son aquello de que se tiene experiencia. Vinculadas en otras determinadas formas a otro objeto natural – el organismo humano – son igualmente la forma como se tiene experiencia de las cosas. La experiencia llega así a descender al fondo de la naturaleza; tiene profundidad. Tiene también anchura y la tiene con una amplitud indefinidamente elástica. Se extiende. Este extenderse constituye la inferencia Experiencia y naturaleza

Si la experiencia forma parte de la naturaleza y es naturaleza, y tiene la virtud de penetrar en ella, de extenderse y producir inferencias es porque está constituida por la relación del organismo y su entorno. No un entorno abstracto, sino la forma particular en que se realiza la cultura material del organismo humano. Para un animal, la experiencia la constituyen sus sensores, la estructura del medio y la de su cerebro, pero el animal humano vive en un entorno en que las cosas son productos sociales que entrañan significados y valores. Pueden ser cosas de utilidad, pero también simples mercancías que existen en un inacabable flujo de intercambios, que solo existen como momentos en el discurrir del capital. Que las cosas sean objetos o mercancías no es indiferente para la forma de la experiencia. Los sentidos tienen una base biológica de cambio tan lento como cualquier otra parte del organismo animal, pero su ejercicio está sometido a la plasticidad cultural. En algún caso, como el olfato, de una inmensa disposicionalidad, la enculturación es una condición necesaria para que llegue a discriminar olores y valorarlos. Pecunia non olet se cuenta que dijo el emperador Vespasiano a su hijo Tito que le reprochaba haber legislado un impuesto sobre la orina (empleada por los curtidores como agente químico), a lo que respondió el padre entregándole una moneda de oro proveniente del impuesto para que la oliese. Que la orina pierda sus fragancias al entrar en la cadena de la mercancía es justamente un ejemplo de la modelación de la experiencia por las formas sociales de la cultura material en las que discurre como parte singular (humana) de la dinámica de la naturaleza.


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