sábado, 6 de noviembre de 2010

Después del apocalipsis


La mayoría desbordante de las culturas humanas a lo largo de la historia han sentido el tiempo bajo una topología cíclica. En primera instancia, el tiempo cíclico consuela: no hay nada nuevo bajo el sol, dice el Eclesiastés, todo ha ocurrido ya, todo produce hastío. En segunda instancia, el tiempo es un tiempo escrito por el destino: todo ha sido escrito ya. No sabemos qué nos depara el tiempo, pero ya está escrito en algún ignoto libro. Por alguna razón la cultura medieval fue creando la atracción por el fin, por el final de la historia. Ya había sido escrito el Apocalipsis, pero la idea de que estamos en la senda de la destrucción se asocia a los milenarismos medievales y de ahí a casi todos los milenarismos de carácter religioso. Franz Kermode, un crítico literario muy importante en los años sesenta y setenta del pasado siglo, escribió El sentido de un final fin aplicando esta intuición a la novela contemporánea. La novela es hija de la idea de fin: el fin articula la trama, la fábula, y de ahí la estructura narrativa bajo la que hemos aprendido a disfrutar de los relatos.
Curiosamente, la novela contemporánea ha abandonado la idea de fin como articulador del relato. A veces resuena el tiempo cíclico (A la búsqueda del tiempo perdido), a veces el fin está abierto (El hombre sin atributos), a veces no tiene sentido la idea de final. Algo ha ocurrido en la historia de la novela contemporánea.
Tal vez haya ocurrido ya el apocalipsis, cuando el mundo (las ilusiones del mundo) se desvanecieron como niebla en el viento y lo que resta es un camino sin final. The road de Cormac McCarthy puede que no sea sino una novela sobre la condición contemporánea: viajamos cubriendo nuestra precariedad con un carrito de la compra, intentando salvar lo único que creemos que puede salvarse, los hijos, la dignidad, sabiendo que el mar al que deseamos llegar sólo es el principio de un nuevo camino que ya no nos toca recorrer.
En las culturas premodernas, y aún en las modernas, ordenadas por la idea del héroe como modelo, la muerte era el fin. Ahora sabemos que no: antes nos habremos disuelto en una niebla de falta de memoria, en un silencio de la historia, y la muerte sólo será un tonto tropiezo en la bañera. No hay fin, sólo disolución.

4 comentarios:

  1. Aun a riesgo de ser yo su único comentarista, no me puedo quedar callado ante un artículo tan interesante.

    Del mundo nos apasionan sus diferentes sabores, colores, percepciones... todas mediadas por el tiempo. En mi experiencia personal su artículo aparece entre algunos hitos personales interesantes; con respecto al tiempo y la novela: hace poco asistí a una obra sobre la última novela de Kafka (al que llaman padre de la novela contemporánea) llena de multitud de imprecisiones, que fue sin embargo grandemente aplaudida por el auditorio de amigos. En relación con la bruma o la niebla de la que habla, coincide que estamos en ese mes, bautizado así por la República Francesa revolucionaria, un espejismo temporal sobre el Estado y el Gobierno del hombre que duró unos doce años, el tiempo suficiente para que apareciera un Napoleón y se aupara sobre esos principios libertarios hacia la conquista de Occidente. Coincide además con otro sueño-pesadilla de la Historia que he repasado últimamente, el Fascismo de la Italia de Mussolini. No sabiendo el por qué la propia Historia se estructura de formas caprichosas. Pasamos y sufrimos tiempos y sensaciones que de parecernos los más normales (véase por ejemplo los últimos años de bonanza antes de la crisis), de repente, desaparecen dejándonos la sensación de haber vivido un sueño. Creemos desaparecidas entonces las ilusiones del mundo y, sin darnos cuenta, aparecen en nuestras mentes ilusiones nuevas. Somos un poco como barquitos llevados y traídos por la marea, incluso en nuestros pensamientos, como si nuestra mente en ocasiones no nos perteneciera, y sólo la tomáramos prestada de una mente mucho más grande y profunda para poder crear el dominio de lo nuestro. Evidentemente hay mucho más detrás de la Historia, hay mucho más detrás de lo que somos y de lo que sentimos y hay mucho más detrás de lo que pensamos. Lo único que necesitaríamos es que alguien fuera capaz de indicarnos exactamente el qué y por qué a nosotros

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  2. Vaya, precisamente vi On the road hace sólo unos días. Pensaba escribir algún comentario, pero aprovecho la ocasión para hacerme pequeño debajo de estas reflexiones y seguir con algunas ideas.

    Me parece que la idea del fin como estructurador de toda la obra aparece muy bien presentada en el texto "El Narrador", de W. Benjamin. La idea del personaje que nace para morir y durante toda la obra es un personaje destinado a la muerte, parece que entra como un guante en el personaje de Viggo Mortensen, el padre que arrastra el carro.

    Sorprendentemente, muere por la herida provocada por una flecha. Lo que me recordó un pasaje de "El profeta" que creo que viene perfecto, sobre los niños (cito en portugués, que es el idioma en el que tengo el libro):

    "Vós sois os arcos de onde os vossos filhos, quais flechas vivas, serão
    lançados.
    O arqueiro vê o sinal no caminho do infinito e Ele com o Seu poder faz com
    que as Suas flechas partam rápidas e cheguem longe.
    Que a vossa inflexão na mão do Arqueiro seja para a alegria;
    Pois assim como Ele ama a flecha que voa, Também ama o arco que se mantém estável."

    El hijo como superación parricida, supongo, en un escenario post-apocalíptico.

    ...sigo en otro comment...

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  3. "Después del Apocalipsis", titulabas la nota, y me parece un título adecuadísimo para comentar The Road. Un relato sobre un mundo post-colapso... Jared Diamond nos recordó que en la historia abundan las civilizaciones que colapsaron. El importante matiz a tener en cuenta es que en un mundo globalizado, si colapsamos, colapsamos todos. Como sobrevivir a eso?

    La respuesta debe encontrarse en algún punto en la intersección entre estructura social y las mitologías que las sustentan.
    En el filme, se insiste más de una vez en el canibalismo como horror último: el humano hecho alimento (recurso, objeto) es despojado totalmente de su humanidad. Ahí tenemos esas turbas "salvajes", apartadas del mito ilustrado de La Humanidad. Y contra eso? Quienes son los buenos? La familia modelo (el estandar occidental, papa-mama-hijos-perro) que rescata al huérfano en la última escena. Que quieres que te diga, que poca imaginación, oiga.

    Me parece que este tipo de distopías puede ser una herramienta muy útil para pensar nuevas mitologías y nuevas formas de se organizar, pero para aprovechar sus potencialidades nos va a hacer falta algo más de imaginación. O en ausencia de nuevas ideas, diversidad.

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  4. Y para acabar, sobre diversidad: El esquema de la película (adulto/niño caminando en un mundo hostil y arrasado) me recordaba otras historias: "En busca de la felicidad", con Will Smith y su hijo. "Terra Sonâmbula", de Mia Couto, donde un niño y un viejo caminan por Mozambique en guerra leyendo cuadernos hallados y contándose historias recordadas/inventadas.
    En el primer caso, no hay novedad. La búsqueda de la felicidad es tan lineal y unidireccional como un mal videojuego.
    El segundo caso es diferente, solo pensemos en el simbolismo del mar: es el pont de mar blava que conecta Africa con Asia, Mozambique y la India, a los vivos y a los muertos. En "The Road", mirando al mar, el hijo pregunta a su padre: "Qué hay al otro lado?". El padre responde: "No sé... tal vez un padre y un hijo mirando el mar". El mar como espejo. Que poca imaginación, oiga.

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