lunes, 1 de noviembre de 2010

Los tres marcels


Aunque todas las novelas poseen un contenido filosófico (también las malas, pero de otra forma), algunas son paradigmáticamente novelas filosóficas. De entre todas ellas, A la búsqueda del tiempo perdido destaca como una de las fuentes imprescindibles de la filosofía contemporánea. Se puede disfrutar como lectura, y es uno de los relatos que más placer proporcionan al hacerlo; o convertirlo en uno de los textos centrales de la teoría de la identidad en el siglo pasado y reflexionar sobre él como experiencia privilegiada a la que nos asomamos. Como teoría de la identidad es una complicada trama de yoes que articula el texto:
En primer lugar está Marcel (1): es una persona afectiva, culta, apasionada, que a lo largo de la novela va atravesando sucesivos procesos de apego emocional: su madre, su abuela, la Duquesa de Guermantes, Swan, Gilberte, sus amigos: Saint-Loup, Charlus, su amante Albertine,..., los lugares: Combray, Balbec, Venecia, ..., la música, los cuadros. En este nivel la BTP es una novela de un tipo particular de Bildungsroman, de relato de formación: Marcel (1) se va desilusionando y desencantando progresivamente de cada uno de los objetos de su amor, hasta llegar a un estado de enfermedad y melancolía que le llevan a escribir y retirarse de los salones.
En segundo lugar está Marcel (2): es un escritor que (en El tiempo recobrado) a punto de entrar al salón de la Duquesa, en la Biblioteca, repasa toda su vida y medita sobre la novela que va a escribir, La linterna mágica, (que ya ha escrito, es la BTP). Esta novela es su última ancla en la vida. Se ha examinado a sí a través de las memorias del instante: la magdalena, los ecos de los momentos pasados; ha examinado las vidas torturadas de sus amigos; se ha examinado en su propio infierno de amor y celos. Ha descubierto que el dolor es la fuente de certeza subjetiva; que el amor siempre es fuente de dolor (que siempre se dirige a la persona más distinta del yo que se pueda encontrar; que siempre produce ansiedad; que siempre, salvo que sea una aventura, es fuente de perpetuo miedo a saber); que detrás de las máscaras de fascinación sólo quedan con el tiempo personas vulgares que nunca merecieron el dolor que proyectaron en nosotros. Pero ha descubierto también que la intuición hecha relato a través del esfuerzo de la escritura salva la vida y la convierte en una vida examinada, digna por ello de haber sido vivida.
Está, en tercer lugar Marcel (3), es decir, Marcel Proust, un escritor del que conocemos mucho, tal vez salvo lo fundamental. Sabemos que era encantador y que sufrió celos homoeróticos; que buscó con todas sus fuerzas el llegar a ser escritor; que observó espantado el asunto Dreyfuss sabiéndolo el síntoma de una lepra que habría de destruir la cultura europea. Que, sobre todo, escribió sobre Marcel (1) y Marcel (2), dos yoes diferentes al suyo, cercanos, para intentar comprenderse a sí mismo y para intentar escribir sobre una verdad transcendental de la identidad: la imposibilidad del conocimiento del otro y de sí, la necesidad de narrar la diversidad de yoes para capturar el poso de la vida en los momentos de dolor, aquellos en los que se vislumbran las certezas subjetivas y se reconstruye la experiencia. Y que sólo en la distancia de sí, extrañándose, podría realizar esta búsqueda imposible del grial de la identidad.
Los tres marcels, como en el misterio de los cristianos, conforman una unidad que se nos escapa y que nos atrae por su misterio, y que nos habla de una similar partición en cada uno de nosotros: la de los yoes que aprenden y se desencantan de la vida, la del yo que los examina y que ocasionalmente se percibe a sí mismo examinándolos, la del yo que se distancia de sí y se observa en el espejo de las experiencias sin creerse demasiado nada salvo el misterio de ser, de estar vivo.

1 comentario:

  1. De los tres marcels el primero puede ser el que no encuentra sentido a su vida dado que cree que llegará su final, el segundo el que tiene miedo de ello y al examinarse a sí mismo lo siente, por ello huye de él, siendo el tercero el que se deja ahogar por la vida, el que participa de unas determinadas costumbres e ideas de una estructura de poder, sólo siguiendo la inercia, como pollo sin cabeza, como este sistema económico de consumir-ser consumido, sin llegar nunca a profundizar en el verdadero misterio de sí, en la creación del sentido, en la interpretación verdadera... así le gusta al ego y al poder occidental: subjetivarse un poquito, no conocerse y sólo rozarse con las cosas a manera de capricho... eso sí que parece tiempo perdido

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